News Argentina

miércoles 16 de julio, 2008
MIGUEL BORNSTEIN
por Elena Antonini
MIGUEL BORNSTEIN

Toda su vida estuvo marcada, de alguna manera, por una búsqueda estética. El primer objeto que compró fue un arma antigua, en un remate, a los dieciocho años. Su actividad profesional lo obligó a viajar por el mundo y así­ comenzó a visitar museos y "entrenar el ojo". Finalmente se dejó atrapar por el arte en todo sentido y abrió un anticuario. Hoy, desde 30 Quarenta, se divierte y crea porque, como él mismo dice, "el arte nos permite volar".

Cuándo y de qué manera te conectaste con el arte?
Fue de bastante chico. Mi padre era un joyero vienés que diseñaba lo que vendí­a, tení­a un pequeño taller con muy buenos artesanos y recuerdo verlo dibujar con lápiz y papel sus alhajas, ese fue mi primer contacto. Luego empecé a ir de chico, a los 18, a los remates, en donde me encantaba ver lo que pasaba. Iba a Roldán, Naón y Bullrich porque en esa época en la Argentina aparecí­an cosas fantásticas. Recuerdo particularmente una venta de armas antiguas, de platerí­a colonial, que era la colección Llobet. Era tan grande que se vendió en ocho fechas de tres noches cada una, fui a todas y en una me compré algunas armas antiguas, esos fueron mis primeros objetos de arte, eran bellos objetos que me atraí­an.

Tu actividad te llevó hacia la exportación de cereales, ¿cómo se produjo el cambio hacia las antigüedades?
Creo que fue a los veinticinco años. Las antigüedades me atraparon cada vez más y empecé a comprar dentro de mis posibilidades algunas cosas, luego libros en donde aprendí­a sobre el tema, simultáneamente tuve que viajar por el mundo por la exportación de granos, entonces conocí­ los grandes museos, me interesaban enormemente. Me resultan inolvidables los de Moscú, en donde veí­a cosas extraordinarias y trataba durante una semana de conseguir la cita con el funcionario que me atendí­a en media hora. Eran inviernos terribles y me refugiaba en los museos, entrenando, sin darme cuenta, el ojo. A medida que uno va viendo cosas buenas y se va interesando genuinamente, empieza a ver la diferencia entre una obra de arte y una cosa bien hecha, una cosa no tan bien hecha y las cosas del montón. Este es un proceso largo en el que afortunadamente se sigue aprendiendo todos los dí­as.

¿Qué aconsejarí­as a una persona que quiere entrar en el mundo del arte?
Seguir sus sensaciones, su gusto, visitar museos, acercarse a la bibliografí­a, a las galerí­as, buscar a alguien que lo guí­e. Pero en el momento de comprar, seguir el gusto propio, así­, si uno se equivoca, no tiene a quien culpar.

Siendo dueño de uno de los anticuarios más prestigiosos de nuestro medio, sos a su vez cofundador de 30 Quarenta, un espacio en donde las antigüedades toman un aire contemporáneo, ¿en qué punto se unen ambas cosas?
Todo es una sola cosa. Hay un sentido estético en la vida que abarca la mayorí­a de nuestras decisiones, se trate de cosas antiguas o hechas hace tres años. A partir de la segunda mitad del siglo XX ha habido un gran cambio estético en las artes decorativas. Hay antigüedades que necesitan aggiornarse, precisamente una de las cosas que persigue 30 Quarenta es buscar una estructura de un mueble de época o estilo Luis XV y tapizarlo totalmente moderno. Buscar el contraste, pero en esa unión potenciar lo moderno y lo antiguo de la pieza.

¿Has sumado nuevos artistas?
Antes compraba cuadros de escuela francesa y era un anticuario un poquito rí­gido, con el tiempo he ido evolucionando. Roberto Aizemberg fue el artista que me rompió la cabeza. Llegué a él cuando habí­a muerto, pero cuando vi su obra por primera vez, sentí­ que algo mí­o habí­a cambiado. Fue un artista que no se dejó influir por los movimientos que imperaban. Fue fiel al estilo con el que empezó, de una increí­ble sensibilidad, una estética impecable, un refinamiento absoluto. Me siento fuertemente identificado. Su primera obra, que se mostró en el Di Tella, tiene un catálogo con cuadros maravillosos.

En arte ¿hay encasillamientos?
Todos los tenemos, lo bueno es poder salir de ellos, que el arte mismo nos vaya llevando. La sociedad nos encuadra, el arte nos permite volar cuando lo disfrutamos en toda su magnitud, nos libera, nos permite crear todos lo dí­as nuevas cosas.

¿Te interesa el arte contemporáneo?
Sé que este es el momento del arte conceptual pero reconozco mis limitaciones para incorporarlo, para convivir con él. Mi búsqueda es más estética y placentera de ver. Tengo un enganche fuerte con los artistas de los 60, el pop; Polesello de los 50; los acrí­licos de los 70, Aí­da Carballo es una de mis favoritas; Garcí­a Uriburu; León Ferrari de los 60, cuando trabajaba con hierritos, sus esculturas; Cesar Paternosto es un artista de gran refinamiento; Juan Carlos Distéfano un escultor asombroso; Edgardo Jiménez al que llegué por casualidad.

¿Hay palabras que expliquen qué es el arte en tu vida?
Me ha endulzado la vida, ocupa cada dí­a un lugar más importante. Desde 30 Quarenta no hay lí­mites para crear, sacamos objetos de los volquetes que se transforman en piezas maravillosas, lo disfruto enormemente, realizo nuevos diseños y aprendo todos los dí­as. No podrí­a volver a los cereales a los que dediqué veinte años, ahora pienso que esa fue otra persona.

¿Qué opinás de arteBA?
Las ferias son para ver nuevas tendencias, para descubrir artistas. Ese encuentro entre artistas, galerí­as, el público que compra y el que no, crea un clima imposible de generarse en otro ámbito. Provoca una energí­a tal que atrae al público. La visito un par de horas todos los dí­as ya que es imposible incorporarla y disfrutarla en uno solo.