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miércoles 16 de julio, 2008
ALFOMBRAS DE BORDO EN EL MUSEO DE ARTE DECORATIVO
por Mercedes Monti
ALFOMBRAS DE BORDO EN EL MUSEO DE ARTE DECORATIVO
 

Los visitantes que llegan al Museo de Arte Decorativo para ver la muestra Alfombras de Bordo. Una antigua tradición criolla, se encuentran con Clara Dí­az, la autora de las piezas, sentada en uno de los bancos de la sala de exposiciones bordando con su aguja fina una nueva alfombra y conversando con los interesados entre puntada y puntada.

Los visitantes que llegan al Museo de Arte Decorativo para ver la muestra Alfombras de Bordo. Una antigua tradición criolla, se encuentran con Clara Dí­az, la autora de las piezas, sentada en uno de los bancos de la sala de exposiciones bordando con su aguja fina una nueva alfombra y conversando con los interesados entre puntada y puntada.
"Tienen la fuerza de un estilo de vida. El argentino, el del campo, la tierra y los animales, el de valorar lo que se tiene", dice Clara sobre sus alfombras que deben su nombre a los coloridos relieves de tigres, zorzales, granadas, escarabajo, cabras lagartijas, palmera o mariposas que crecen y viven en sus trabajos, ya que bordo significa montí­culo o elevación.
"Bordar es un placer, te atrapa porque te permite crear", asegura, y confiesa que encuentra en esta actividad no sólo una forma de expresarse sino también de distraerse una vez que termina las tarea del campo. Recuerda que realizó su primera alfombra, aquella vez sólo en punto cruz, a los cinco años. Su madre recién comenzaba a enseñarle está técnica que nació en los claustros, después pasó a los hogares, y que en su familia se transmite de generación en generación.
Explica que el primer paso para realizar estos tapices de piso es recortar en papel de diario las siluetas de las flores y animales para después marcar sus contornos sobre el cañamazo o arpillera. Pero antes de empezar a bordar las figuras hay que terminar el fondo, que se hace en un punto chato. Se trabaja desde el centro hacia los extremos porque cuando se va incorporando lana, la alfombra se vuelve cada vez más pesada. Llegan a pesar entre siete y diez kilos para una medida que va de los cuatro a los seis metros cuadrados.
Cada una le lleva un año de trabajo, casi siempre a la hora de la siesta o a la noche, sentada en el piso de su casa de Maza Sacate, al oeste de Ischilí­n, Córdoba. De su producción total de 28 tapices de piso terminados, 24 se exhiben hoy en el Museo de Arte Decorativo.
Sus trabajos revelan a una gran observadora de la naturaleza, que busca en las tiendas de lana los tonos de la flora y la fauna del campo. Ella dice a las muchas mujeres que se acercan para preguntar sobre la técnica, que no importa ni la calidad, ni el grosor de la lana, "lo que importa es el color y la creación de cada persona".
Las alfombras de bordo, en un principio destinadas a cubrir los estrados donde se reuní­an las mujeres a conversar y los pisos junto a los altares para proteger las rodillos de los devotos, recorrieron un largo camino. Originarias del medioevo español, recibieron la influencia árabe, y siguieron su viaje hasta llegar a la América colonial, donde se nutrieron de las tradiciones textiles prehispánicas e incorporaron a sus motivos las formas del nuevo mundo. Esto dio origen a un estilo barroco mestizo que se desarrolló alrededor de la zona cuzqueña y después bajó hasta en centro de Córdoba, donde se encontraba el centro de la economí­a jesuí­tica y la producción lanera de esa época.

Hasta el 25 de marzo, en el Museo Nacional de Arte Decorativo. Av. del LIbertador 1902.