News Argentina

miércoles 22 de octubre, 2008
Juan Lecuona
Devenir de un deseo
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser
Juan Lecuona

Deseo, anhelo, ansia, apetito, aspiración…
El deseo está allí, flotando. Es ausencia y es, a la vez, presencia, porque su ausencia lo hace aún más presente.

De esto se trata la actual muestra de Juan Lecuona en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta; un recorrido por las obras de 26 años de trabajo que nos permiten develar su secreto: una silenciosa pasión por la pintura y su deseo, impostergable, de seguir domesticándola.
Estudiante de economía y proveniente de una familia de empresarios y comerciantes, Lecuona (1956) comenzó a pintar tardíamente a la edad de veinte años. Se inicia en el taller de Miguel Dávila y descubre en la pintura un entusiasmo que no le había provocado ninguna otra actividad. Un entusiasmo que lo seduce y, sin pedir permiso, crece. Comenzó asistiendo al taller dos turnos, siguió de tiempo completo para, finalmente, convertirse en colaborador del mismo Dávila. En 1982 es invitado a participar en el premio Braque, en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 1984 presenta su primera muestra individual en Galería Tema y en 1986, deja todo por la pintura.
La vuelta a la democracia institucional, en los tempranos ochenta, trajo consigo nuevos vientos; se instaló en nuestra ciudad el Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, hoy Recoleta, uno de los bastiones de la “movida joven” que, inmediatamente, se convirtió en escenario de innumerables performances y exposiciones colectivas de artistas. Corrían tiempos de un jubiloso retorno a la pintura expresionista, vital y expansiva y, en este contexto Lecuona participa de Ex- presiones y Artistas en el Papel; pinta a cuatro manos con Remo Bianchedi y funda –junto con Héctor y Eduardo Medici, Nora Dobarro y Gustavo López Armentía- el Grupo Babel, un colectivo de artistas de gran diversidad que daban cuenta del rico panorama de tendencias del arte argentino de la década. Por estos años, en su pintura cargada de materia donde se imponía la fuerza del gesto, comienzan a aparecer los primeros signos-símbolos. Uno, particularmente, se repite una y otra vez: tres trazos que se cruzan y construyen el triángulo que más tarde devendrá en la cala.
Su primer viaje a Europa, en 1985, lo pone en contacto con las atmósferas de Monet y Turner, atmósferas que devienen en un cambio de actitud frente a la pintura y, a partir de ese momento ésta se vuelve más reflexiva. Aparecen grandes planos de color velados y trabajados con trapos empapados en tinner con los que va sacando las distintas capas de pintura. Fondos que guardan la memoria de lo arcaico, vestigios del caos del principio de los tiempos, oculto bajo distintas capas de materia y que van apareciendo a medida que redescubre la tela virgen. Fondos sobre los que, cuidadosa y escrupulosamente, dibuja sus formas expresionistas. Las dibuja, las pinta y las esculpe. Porque es así como las trabaja, hasta agotarlas.
Primero fueron las calas que amasó y modeló con plomo y que presentó en la muestra del “Fin de Siglo” del Museo de Arte Moderno en 1986. Calas que fueron el tema central de su obra a lo largo de varios años y que más tarde fueron reemplazadas por pórticos; formas que encimó y de las que surgieron sus famosas alfombritas. Muchas de estas obras las realizó con los mismos trapos con los que arrastraba la pintura y a los que les sumó pigmentos. Con una de ellas obtiene el primer premio de pintura de la Fundación Fortabat en 1991.
En su constante búsqueda, aparece por primera vez la figura humana. Reflexivo y sensible Lecuona adopta los patrones de costura como herramienta conceptual para hablar del vestido como símbolo afectivo de aquello que cubre/ embellece/ protege el cuerpo. De un vestido que mostramos para evitar dejar en evidencia la intimidad de un ser que, sin embargo en su obra, está ausente. Vestidos a los que les crecen alas y se convierten, entre verdes y prusias, en Victorias acorazadas cada vez más distantes e inaccesibles y que remiten a la Victoria de Samotracia. Victorias que se alzan frente a la trama del mundo para luego perderse en ella. Tramas que se desarman y se convierten en bruma como huellas silenciosas de un deseo que va y viene a lo largo de la historia, y que se va haciendo conciente para luego volver a sumergirse en el inconsciente. Esto queda claro en sus últimos trabajos en los que la bruma invade todo el espacio. Lecuona sostiene que las figuras están allí mismo, detrás de la bruma. Tal vez cuando ésta se despeje volverán a aparecer.
Entre ausencias y presencias, la pintura de Juan Lecuona nos invita, sutilmente, a sumergirnos en el mar de los recuerdos, bucear en él y despejar los velos de la memoria para rescatar aquella cala del fondo de la casa de la infancia, aquella figura de mujer o, simplemente, o aquella pequeña clave; esa llave mágica que abrirá la puerta que unirá nuestro calmo pasado con el vertiginoso presente para ayudarnos a descubrir ese anhelo, celosamente guardado, por cada uno de nosotros. Un camino íntimo y personal, una experiencia única. Como el devenir de un deseo: el propio.
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Info: Hasta el 26 de octubre
Sala Cronopios - Centro Cultural Recoleta - Junín 1930

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