Nota publicada online

lunes 6 de junio, 2022
Nuevas miradas sobre la Bienal de Venecia:
Una edición que habla de la vida
por Eleonora Jauregiberry
En el pabellón Giardini de la Bienal de Venecia se exhiben una serie de cuadros y una instalación que representan la obra de la artista chilena Cecilia Vicuña desde mediados de la década de 1960 hasta la fecha.
En el pabellón Giardini de la Bienal de Venecia se exhiben una serie de cuadros y una instalación que representan la obra de la artista chilena Cecilia Vicuña desde mediados de la década de 1960 hasta la fecha.

Curada por Cecilia Alemani, esta 59va edición de la Bienal de Venecia, “The Milk of Dreams” toma a las criaturas de otro mundo de Leonora Carrington, junto con otras figuras de transformación, como acompañantes en un viaje imaginario a través de las metamorfosis de los cuerpos y las definiciones de lo humano.
Esta exposición se basa en muchas conversaciones con artistas mantenidas en los últimos años. Las preguntas que fueron surgiendo de estos diálogos parecen capturar este momento de la historia en el que la supervivencia misma de la especie está amenazada, pero también resumen muchas otras preguntas que impregnan las ciencias, las artes y los mitos de nuestro tiempo. ¿Cómo está cambiando la definición de lo humano? ¿Qué constituye la vida y qué diferencia a las plantas y los animales, los humanos y los no humanos? ¿Cuáles son nuestras responsabilidades hacia el planeta, otras personas y otras formas de vida? ¿Y cómo sería la vida sin nosotros?

Pocas obras reflejan tan bien el espíritu de la 59ª Bienal de Venecia como Llaverito, un óleo de la artista chilena Cecilia Vicuña exhibido en Giardini. En él la artista se autorretrata, con cara madura y pelo al viento, como un personaje-bicho con once extremidades y un llavero. La obra condensa dos miradas sobre la mujer: en Colombia a las mujeres se las llama así porque se las considera las poseedoras de la llave de la felicidad. Y en Chile se las llama “ladillas”, porque pican y molestan sin parar. La artista denuncia esas miradas y se independiza de ellas con gracia, e inspira a quien lo mira a pensarse en libertad.
La leche de los sueños, tal el nombre que eligió la curadora Cecilia Alemani (Milán, 1977) para esta edición, inspirada en la maravillosa obra de Leonora Carrington (imprescindible mirar con atención las páginas exhibidas de su libro-ilustración Leche del sueño), recupera al surrealismo como lenguaje, pero lo nutre de una agenda política: la del lugar de la mujer en el mundo. La abrumadora mayoría de artistas exhibidos son mujeres, invirtiendo literalmente una tendencia histórica. Las obras que no condescienden a la denuncia y que no aspiran a la corrección política son las que salen mejor paradas. Mis preferidas son aquellas que son eficaces a la hora de contar con poesía cómo es estar-en-el mundo siendo mujer.

En el Pabellón de Polonia puede verse la monumental obra textil de la artista Malgorzata Mirga-Tas, El reencantamiento del mundo. Realizada al estilo de los frescos renacentistas, la obra cubre todo el pabellón, simulando incluso columnas y frisos. Allí cuenta tres dimensiones de la vida de su pueblo. Arriba se desarrollan escenas de travesía, con hombres, mujeres y animales que parten a buscar esa nueva tierra en donde vivirán en paz; en el centro se despliegan imágenes que nos remiten a las construcciones de los mitos y las creencias, y abajo, más cerca del espectador y de mayor tamaño, escenas de la vida cotidiana de las mujeres. De realización impecable y narrativa potente, vemos mujeres sensibles y sencillas cosiendo, cuidando hijos, trabajando en el campo a la par de los hombres, reuniéndose a brindar, pariendo, agonizando. Las vemos y queremos estar ahí, ser parte de esa dignidad poco afectada, de esa cotidianeidad acompañada, de esa construcción amable y colectiva.

El Pabellón de Bélgica exhibe extraordinarios videos de Francis Alys. Bajo el título La naturaleza del juego el artista reunió cortos de chicos jugando en distintos puntos del planeta. Espejos (realizado en México en 2013), es una pieza maestra de narrativa psicológica y social. En él varios chicos se esconden en casas abandonadas arrasadas por el narcotráfico, y se “disparan” entre sí con fragmentos de espejos que reflejan el sol. El que es alcanzado por el reflejo se tira al piso y muere. A pesar del contexto, el video no es dramático. Ninguno lo es. En otras pantallas vemos carreras de caracoles (Bélgica), la construcción de una bola de nieve gigante (Suiza), juegos de manos y salto a la soga, un metegol muy complejo, y el apabullante video del chico africano que arrastra una goma de auto montaña arriba para bajar rodando extendido dentro de ella, en un juego fascinante y peligroso. Todos los videos (que son de descarga gratuita en el sitio web del artista), nos remiten a lo doméstico, a lo comunitario, a la alegría de estar vivo.

Interesante es también la serie Mama (2018) de la fotógrafa polaca Aneta Greszykowska. La artista, en una acción que nos recuerda a nuestra Nicola Costantino, hace un busto de silicona con su propia figura de aspecto muy real. Con él genera una serie de escenas en las que interviene su propia hija, que juega con ella como con una muñeca: le tapa los ojos, la sienta en una reposera o se sienta con ella, la saca a pasear en carro, se cansa y la deja en el suelo. Hablar de niños es hablar de mujeres y de la relación de las mujeres con sus hijos. El giro surrealista y algo espeluznante que la artista le imprime a la obra es un disparador eficaz. El resto lo pone quien lo mira.

La presencia argentina fue más acotada que otras veces. Las muy comentadas obras del tucumano Gabriel Chaile se merecen la aclamación que cosecharon. Son obras de tamaño monumental y factura exquisita, que provocan admiración y curiosidad. Cinco esculturas-horno de cinco familiares del artista retratados con amor y humor, cómodo en la metáfora de la familia como fuente de calor y nutrición. Un caminito derecho al centro de eso que somos.

La artista Mónica Heller fue seleccionada para ocupar el pabellón argentino. Este dato se le escapa a muchos, porque la pantalla colocada en la entrada del pabellón, que debiera contar el nombre del país, de la artista y de la obra, lleva varios días sin funcionar. Heller distribuyó pantallas en toda la superficie del pabellón (que es de difícil resolución por ser largo, estrecho y lleno de columnas), con animaciones diversas. En la primera, quizás interpretando la consigna de modo demasiado literal, hay una mujer succionando su propio pecho. En otra, un perro en un espacio descontextualizado nos mira sin entender. El más interesante (o el que más acabado) es un bodegón con una feta de mortadela girando. La protagonista de la muestra es una paloma parlanchina que opina cosas inconexas y disparatadas según un orden algorítmico que no le suma poesía, propósito o ingenio. Las animaciones tienen una estética propia y algún potencial; el envío, sin embargo, carece de interés y de relevancia.

A tono con los tiempos, esta edición de la Bienal intenta comenzar a saldar la vieja deuda de la falta de representación de las mujeres en las exhibiciones de primer nivel. Pero logra mucho más: nos invita a dejar de lado la conversación sobre guerras y catástrofes para hablar de la herencia, de la historia, de los sueños, de los vínculos, de las sensibilidades. De la vida.

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