News Argentina

miércoles 16 de julio, 2008
AGOSTA
En Palatina
por Julio Sapollnik
AGOSTA
 

Apenas entrando a la Galerí­a Palatina, se pueden apreciar nueve miniesculturas de Julián Agosta que están ubicadas en un exhibidor con igual número de compartimentos.

Apenas entrando a la Galerí­a Palatina, se pueden apreciar nueve miniesculturas de Julián Agosta que están ubicadas en un exhibidor con igual número de compartimentos. En una primera mirada podrí­amos pensar que las pequeñas obras están allí­ como si fueran bocetos de futuros grandes trabajos. Pero no es así­; como si fuera un cuaderno imaginario, cada una ocupa un renglón en la desesperación del escultor por contarlo todo. El artista se valió de su lenguaje para escribir de prisa, viajando a su interior, atrapando ideas para representar en porciones de arte que, apenas en sesenta centí­metros, dejan planteada la promesa de lo que va a venir después en el desarrollo dentro del espacio de la galerí­a.
Julián Agosta es un artista inquieto y versátil cuyas obras giran en torno al origen ancestral e indigenista de nuestras culturas. En cada diferente material que utiliza celebra una forma que revela esta primigenia condición. La terracota, el hierro o la madera son intervenidos por un lenguaje personal nutrido en el acervo americanista. Lo mí­tico y lo simbólico se intuyen en una imagen contemporánea totalmente alejada de las improntas globalizadoras de la cultura.
Las obras que Agosta realiza tienen la verdad de su vida. Nada le fue fácil, por eso las formas se van encastrando para crecer, se elevan y se tornean sin perder nunca un equilibrio constructivo. Cuando trabaja el hierro, el duro material se convierte en resistente dermis. Fiel a su génesis transformadora, una cubierta azulina atempera la rí­gida severidad del metal. La mirada recorre la elegancia de la forma como si la mano acariciara una superficie sin aristas. No hay fisuras en la creación. Esto le viene de su formación laboral, cuando a los diez años comenzó a trabajar en el taller de herrerí­a de su padre. Allí­ aprendió a soldar uniendo las partes con una costura invisible. Las manos del herrero se convirtieron en las de un sastre para el arte.
En las obras realizadas en cerámica, se aprecia el diálogo que entabla el material por la sucesión de áreas lisas y ásperas. Esta decisión plástica parece destacar lo puro y lo impuro de una fuerza simbólica presente en los pueblos aborí­genes. Las marcas e incisiones son la fuerte presencia dramática y testimonial de un mundo precolonial al que el artista rescata del silencio. Las tallas en madera refuerzan este sentido, al presentarse como "í­dolos negros" que se niegan a desaparecer. De una u otra manera, estos totems se yerguen dignos y desafiantes, como monumentos de un tiempo visual que busca sobrevivir ante la estética dominante.
En consonancia con su formación constructiva, Julián Agosta siempre buscó que la transformación artí­stica sea útil para la comunidad. Quizás éste sea el motivo por el cual ha emplazado treinta y una esculturas de grandes dimensiones en diferentes lugares públicos del paí­s.