Nota publicada online
El artista misionero presenta hasta fin de noviembre la muestra “Un pedazo de tierra” curada por Sandra Juárez, que aborda la tierra como superficie fértil donde crece lo vegetal, pero también como materia vibrante y, finalmente, como lugar donde todo se transforma.
Vida, muerte y resurrección. Este es el ciclo que representa el artista misionero Andrés Paredes en el Museo Sívori. Un museo rodeado de naturaleza, ubicado en el pulmón más grande de la ciudad de Buenos Aires, con sus bosques, el rosedal y el lago habitados por pájaros y gansos.
Las muestras de Andrés nunca pasan desapercibidas; el artista tiene ese don de hacernos sentir aquello que, como humanos, conocemos pero que nuestra voraz contemporaneidad nos bloquea y aleja. “Un pedazo de tierra” es un verdadero viaje introspectivo que nos conecta con la profundidad del ser y nos muestra ese vínculo con el lugar de origen al que siempre intentamos volver. En el caso de Paredes habla de su lugar en el mundo: de esa tierra colorada, que está en Misiones, en el norte de Corrientes, en Paraguay, en el sur de Brasil; el territorio de las antiguas ruinas jesuíticas y de indios guaraníes.
Al ingresar a la sala lo primero que se encienden son nuestros sentidos: dispuestas de manera aleatoria cuelgan bolsas de tierra que contienen semillas de árboles nativos; de sus extrañas formas florecen orquídeas. “Orquídeas que se secarán a lo largo de lo que dure la muestra”- confiesa el artista-, “pero las plantas sobrevivirán; el año que viene van a seguir floreciendo. Esto habla del brote y la función de la vida; de la raíz y, sobre todo, de lo latente.” El perfume de lavandas y yerba mate flota en el aire mientras que nuestros ojos se ven atrapados por una raja de cielo. Un cielo habitado por estrellas, picaflores con alas de mariposa, tapires y serpientes aladas, rayas y sirenas fluviales que navegan esta inmensidad. La obra “Las estrellas piensan que nosotros somos los fugaces” es un friso de 20 m de largo; pintado con barro colorado sobre tela y representa el cielo de septiembre (fecha en que inauguró la muestra) visto desde éste lugar. Y es la respuesta que se da el artista ante la gran pregunta de hacia dónde vamos después de nuestra existencia en la tierra.
Al final de la sala, refulgente y dorada, se encuentra la obra más importante de calado que Andrés Paredes haya realizado hasta hoy: "El oro de los sueños" es una obra que representa los ríos de América y cómo éstos ríos desembocan en el Río de la Plata; ríos que llevaron en sus cauces las riquezas americanas, el oro de la conquista española. Pero, en realidad, la verdadera riqueza es el agua misma.
El siguiente paso es entrar a la caverna de "Materia Vibrante". Aquí las paredes de barro rojizo presentan cubículos donde el mineral brilla esplendoroso. La intensión del artista es explorar la energía de lo inerte: la espiritualidad del mineral. Andrés, consecuente con sus creencias, utiliza cristales cultivados en lugar de extraídos; cristales que él mismo “cultiva” a partir de pequeños peluches sumergidos en agua caliente con bórax. Esta cueva representa la búsqueda de la espiritualidad. “Intenta responder a esa pregunta de quien soy”. Paredes nos invita a entrar en esta caverna para descubrirnos.
Al salir de esta cueva nos encontramos con un grupo de pequeñas pinturas de formas orgánicas, “un descubrimiento que realicé en plana pandemia.” Revela el artista que, asilado en su taller de Barracas, necesitó pintar con su mano izquierda para “perder del control y dejar brotar la espontaneidad”. Pinturas cargadas de materia y, que él clasifica como "informalismo misionero".
Otro grupo de pinturas dan cuenta de su tránsito por distintas residencias que realizó en Brasil, Paraguay y el desierto de Atacama.
Una importante pintura cierra este núcleo; en ella se mezcla la cultura jesuítica barroca que para Paredes está tallada en su propia infancia: “yo me animo a hablar del barroco porque nací en Apóstoles, un pueblo de 1637. La casa de mis padres está hecha con piedras de las misiones jesuíticas. Es algo que yo traigo a mi paisaje y a mi territorio de una manera nada forzada. Hablar del barroco, para mí, es hablar de uno de los elementos que que pertenecen a la identidad de de mi pueblo.” En esta pintura se mezcla esa cuestión que sigue vigente en Corrientes y el sur de Brasil: el San La Muerte, con elementos que se reiteran continuamente como el reloj de arena, la vela y la mariposa.
La gran instalación final, “Volverse tierra”, habla de nuestra finitud, de volver a la tierra como como un abono, es por eso que las bases de las mesas fueron pensadas como si fuesen hongos, el hongo es el que reconvierte la materia. En esta poética instalación conviven los tucurúes (gigantescos hormigueros misioneros) con más de 350 mariposas disecadas por el propio artista que el mariposario de Santa Ana le donara una vez terminado su ciclo vital y, un cráneo -símbolo de muerte-. Pero esta muerte no es trágica porque el ciclo vuelve a comenzar. El indicio de esto es la última pintura, “El humo del ser”; una pintura que habla del ritual, del humo que vuelve al universo. Inmediatamente a su lado, el paso para volver a la primer sala. Un ciclo que se repite una y otra vez. Vida, muerte y resurrección.
El “puñado de tierra” que Andrés Paredes nos ofrece en esta oportunidad es sabiduría pura. Sabiduría anclada en la poética de su cosmovisión guaraní, que nos atraviesa y nos transforma. ¡Bienvenidos!