News Argentina

jueves 17 de julio, 2008
ELLAS: LAS ESCULTURAS
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser
ELLAS: LAS ESCULTURAS

Imponentes o sutiles, redondeadas o punzantes, silenciosas o magnéticas y, de las materias más diversas. Ellas nos seducen haciendo uso de todos sus recursos. La escultura brilla con luz propia dentro del panorama de la plástica actual. Para esta nota seleccionamos a cinco activas mujeres, con impecable oficio, un talento incuestionable y toda la pasión puesta en lo que hacen. Por supuesto, hay muchas más.

Marí­a Juana Heras Velasco, preocupación por el vací­o

La obra de Marí­a Juana Heras Velasco (1924) conquista, orgullosa, el espacio con sus lí­neas simples pero decididas y sus planos francos a los que les incorpora color. Se trata de verdaderas señales que nos sugieren, silenciosas pero autoritarias, detenernos y prestar atención. Una obra llena de significado, de lí­neas dinámicas que atraviesan el espacio en distintas direcciones, formas planas de colores puros dominadas por fuerzas ascendentes y descendentes; caminos infinitos y equilibrios sutiles. Lí­neas que generan espacios; espacios que nos hablan de vací­os. El vací­o que es su gran preocupación; el vací­o como manifestación de la ausencia. Un vací­o que deja su huella.
Esta escultora santafesina alineada a la abstracción geométrica desde 1958 tuvo grandes maestros que le ensañaron a ver; con Emilio Pettoruti aprendió el dibujo y el color; Lucio Fontana la alentó a conservar su innato sentido del volumen pero muy pronto ella comenzó a tratar de aligerar la materia y, ya en esta búsqueda por desmaterializar el volumen comenzó a trabajar con la chapa de hierro. A Marí­a Juana le encanta el oficio y disfruta cada paso. Risueña sostiene que hace chapa y pintura. Parte de un dibujo y lo boceta como un objeto; dobla el metal y realiza sus propias soldaduras; lija el hierro y le da una mano de antióxido para luego recubrirlo con la impresión para que reciba mejor el color. Si quedan marcas, masilla y vuelve a lijar y, nuevamente le da una mano de impresión para finalmente pintarla con nitrosintético, la misma con que se pintan los automóviles.
Activa y vital, participa de jurados, asiste a inauguraciones y sigue trabajando en su taller, recuperando obras antiguas y apostando a nuevos proyectos. Actualmente mientras restaura una magní­fica pieza "Homenaje a Grecia" que se expuso en Praxis, está terminando un homenaje a Raúl Lozza que en pocos dí­as partirá al Museo de Alberdi y ya tiene los dibujos preparatorios de un nuevo homenaje: a Maruja Seoane. Con una magní­fica muestra retrospectiva suya, en octubre de 2006, abrió sus puertas Empatí­a espacio de arte; dos de sus obras estarán exhibidas como parte de los festejos de la galerí­a en su primer aniversario. Acaba de ser distinguida con el premio Cultura Nación como una de las veinte grandes figuras de la plástica.
Alegre, generosa y agradecida, así­ es Marí­a Juana Heras Velasco, y con una fuerza capaz de mover cualquier lí­mite para dejar su huella; exactamente como lo hace con su obra.

Susana Lescano, el poder de la trasformación

Susana Lescano (1948), nos sorprende con cada una de sus series. La vida es un eterno proceso de cambio y éste es el eje que parece guiar la evolución de la obra de esta artista cordobesa formada en la Escuela de Bellas Artes de su provincia y que tuvo una fuerte aproximación a la obra de Marcelo Bonevardi.
Ritmo, movimiento, cambio y apertura, son los temas de lo que nos habla constantemente su obra. A Lescano le seduce la manipulación de los materiales, le gusta que ellos la sorprendan con sus infinitas posibilidades expresivas. Y, cuando siente que el material ha excedido sus posibilidades debe, inexorablemente, abandonarlo. Así­ fue pasando de la cerámica al cemento, luego fue el bronce, madera y alambre hasta llegar al acero.
Utiliza formas abstractas que, a diferencia del arte concreto, son metáforas; tienen un significado que, generalmente, remite a la naturaleza. Siempre ha vivido rodeada de verde, de montañas, rí­os y pájaros. Su estudio es un verdadero balcón suspendido ante toda esa maravillosa naturaleza mediterránea; naturaleza que la alcanza a través de sus inmensos ventanales y se convierte en obra.
Primero fue su serie Nidos, las formas del principio, en la que eligió -igual que Brancusi, su máximo referente- la forma ovoide. Le siguieron las Ofrendas y Espinas y frutos; formas que remiten a la gestación que trabajó en madera y alas que les incorporó color. Los instrumentos musicales -otra de sus series caracterí­sticas- se fueron despojando hasta convertirse en grandes Gongs en los el volumen y la lí­nea son los únicos protagonistas. Le gusta trabajar con los opuestos porque le dan pluralidad a la obra.
La obra que presentó este año en el Premio Trabucco, que mereció una mención especial del jurado, y la reciente muestra en la Fundación Mundo Nuevo, revelan un nuevo giro en la obra, una nueva visión de la artista. Puertas impensadas que se abren y aquello que estaba dentro, sale de la obra. Se trata de una nueva apertura que proyecta a su vez nuevos caminos. La lí­nea, siempre envolvente está presente en su obra, esta vez llena de color y más flexible ya que está hecha de goma.
Para esta artista que frecuenta ferias en el exterior desde 1999 -una experiencia fantástica que le permite ver como trabajan otros artistas en el mundo- ya no existen fronteras entre las distintas disciplinas y considera que su obra puede ubicarse entre la escultura y la instalación. Su mayor desafí­o es la transformación del material y su próximo sueño es realizar una instalación de seis metros.

Cristina Piceda, el juego de los opuestos

Desde el 2000, Cristina Piceda (1949), trabaja con la piel del mármol. Una piel herida, desgarrada y astillada. Primero hiere la frí­a superficie y con el afilado cincel golpea insistente mientras desgarra la primera capa de mármol convirtiéndola en astillas. En su proceso creativo, Piceda elije, una a una, cada esquirla y con ellas reconstruye una nueva y verdadera defensa.
El año pasado, esta escultora que inició sus estudios en Bellas Artes y se especializó en el tallado de la piedra con René Coutelle y el cubano Agustí­n Cárdenas reunió, en el Centro Cultural Recoleta, un impactante conjunto de obras producidas entre 2002 y 2006. El hilo conductor de esta muestra fue el tiempo o, mejor dicho, la memoria dormida en cada una de las vigas de diez metros que fueron extraí­das de un dique de Puerto Madero y rescatadas por ella. Vigas de madera proveniente del África; sumergidas en las aguas de nuestro puerto de Buenos Aires, a lo largo de cien años, bebiendo sus historias. Piceda corta la madera, la talla pero la respeta. Respeta su esencia, su verticalidad y sus huellas. Huellas que no son otra cosa que las heridas naturales del tiempo. Obeliscos y etéreos monumentos en los que conviven la obscura madera africana con el blanquí­simo mármol de Carrara para dar vida a "Custodios" y "Embajadores" y que se elevan en el espacio.
Expuso recientemente en Fundación Elí­a- Robirosa un conjunto de obras en las que predomina el amarillo de Siena, un mármol muy difí­cil de trabajar, un mármol que se abre y que va hacia donde él quiere, pero de un color maravilloso. Y éste es justamente el gran desafí­o: descubrir hasta dónde puede darle cada material. El mármol tiene venas de minerales que lo atraviesan, es su forma de resistir; muchas veces estas venas impiden llegar y hay que modificar la idea. Cada escultura implica un larguí­simo proceso que dura de tres a cuatro meses, por eso trabaja con varias la mismo tiempo. Son grandes demandantes, de tiempo y de esfuerzo fí­sico; las chiquitas, en cambio, son como un juego.
Actualmente Piceda expone en Casa Foa, en el espacio diseñado por Alfred Fellinger cinco grandes esculturas, hasta el 25 de noviembre.

Claudia Aranovich, las formas de la naturaleza

Raí­ces que crecen de una esfera como semillas que se abren como promesas a punto de cumplirse, espinas que hieren, figuras humanas que emergen de las profundidades de las formas; Aranovich (1956) navega de la figuración a la abstracción al tiempo que rescata la simbologí­a ancestral cuidadosamente guardada en el mar de la memoria colectiva.
Esta artista visual nacida en Buenos Aires y cuyos campos de acción son la escultura y las instalaciones, elige para sus obras, materiales que le exigen fuerza, dedicación y compromiso. Sus conocimientos en arquitectura la llevan a crear espacios y formas en los que la transparencia y la luz son parte esencial de la obra, por esto, a pesar de que la madera es el material que mayor placer le produce, elije la resina. Aranovich crea formas que provienen de la naturaleza, esferas y semillas que nos hablan de un alma femenina, del cuidado y la contención. Formas cubiertas por la piel antigua de cortezas, atravesada por nervaduras y cicatrices. Una piel tallada por el tiempo, la memoria y el dolor universal. Interesada en la fotografí­a como soporte documental, la incluye dentro de muchas de sus obras bajo varios velos de resina, remitiendo a historias propias y ajenas.
A partir de 2001, trabaja con el vidrio de parabrisas de automóviles roto, un material que nos habla del destrozo, de la angustia y la desesperanza; un material que al rescatarlo y protegerlo bajo una capa de resina le infunde nueva vida. Así­ nacen sus banderas que flamean esperanzadoras en un nuevo horizonte.
Becada por Antorchas en 1998 para perfeccionarse en el exterior sobre Arte en Espacios Públicos, realizó dos estimulantes experiencias a través de programas para artistas en residencia en Villa Montalvo Center for the Arts, California y más tarde, en el Kent Institute of Art & Design, Canterbury de Inglaterra. Participó de la IV y VI Bienal de la Habana y tiene obra emplazada en espacios públicos en Argentina y Estados Unidos.
Del 9 de octubre al 16 de noviembre presenta una muestra individual en Empatí­a, Espacio de Arte en el que podrán verse sus obras hasta noviembre.

Carola Zech, el magnetismo del colorespacioforma

El espacio y el color son los ejes principales alrededor de los cuales gira la obra de Carola Zech (1962), una obra marcadamente contemporánea que se permite la libertad de abrirse a un nuevo e infinito mundo de interrelaciones.
Egresada del IUNA, docente en esta misma institución, teórica y apasionada por la lógica encerrada en la matemática árabe, su obra escultórica sufrió un cambio radical en el 2000, después de un seminario de arte a contemporáneo con Juan Astica, cuando comenzó un proceso de análisis y deconstrucción de lo que estaba haciendo y comenzó a experimentar con el color, un tema que le habí­a quedado pendiente. Descubrió la forma de seguir trabajando en tercera dimensión con planos de color que se desplegaban e interrelacionaban en el espacio.
Paralelamente, en su experiencia docente, vivió un importante proceso de cambio en el IUNA dónde, junto con Edgardo Madanes y Mariana Shapiro tuvieron la posibilidad de enseñar desde sus respectivas experiencias de artistas, de revisar y repensar la experiencia de la escultura; la misma deconstrucción que estaba sufriendo su obra.
Estas investigaciones la llevaron hacia un nuevo camino, el de colorespacioforma como concepto único e indivisible. Todo está unido en el espacio fí­sico y cultural de manera magnética, en aparente estabilidad pero con la propiedad de poder modificarse en un solo instante. Así­ aparecieron los imanes, como una metáfora de lo que irradia el color. Carola Zech trabaja con pinturas para autos, pero prepara ella misma sus colores; trabaja el color como las sensaciones que aparecen en el cuerpo, sensaciones indefinidas. Necesita de la iridiscencia para representar lo magnético de una sensación. Un magnetismo que permite infinitas y mágicas relaciones. Como el arte contemporáneo y la vida misma.
Reciente mente expuso en Galerí­a Vasari y en noviembre está invitada a participar en Alemania en un proyecto que surgió a raí­z de su intervención en Estudio Abierto y donde trabajó con el tema de la identidad.