Nota publicada online

jueves 22 de diciembre, 2016
Rómulo Macció en Vasari
Pinturas
por Pilar Altilio
Rómulo Macció en Vasari

De sus últimos cuadros, con la misma pasión por la pintura y en el año de su deceso, estas piezas exhibidas en la Galería Vasari lo perpetúan con todos sus guiños y señales.

Casi al final del año, celebro que algunos de nuestros artistas más interesantes con una trayectoria consolidada, hayan ocupado espacios de exhibición y de homenaje, trayendo esa necesaria cuota de percepción de los maestros a la escena. Macció y Kosice se fueron de gira este año, dejando una huella vasta y singular de su paso por la vida. El Museo Nacional de Bellas Artes hizo curar especialmente una sala por Rodrigo Alonso, cercano por muchos años a Kosice, sin esperar más tiempo para poder quedar dentro de las celebraciones de los 120 años del museo. Ahora, la galería Vasari, que representó por mucho tiempo a Rómulo Macció, trajo las cinco últimas obras que salieron de su taller en el último año de vida.

Funcionando como un apreciador de aquellas cosas que lo rodeaban, sin pretender hacer nada más conceptual que ver la tela frente a sí para dejar salir esas formas, esos colores que iban describiendo esos estímulos, esas sensaciones, esas emociones. Renegó siempre de interesarse en dar alguna teorización pues su postura estaba claramente asociada a la pintura como modo discursivo, como medio sustentable y tan necesario como al pez el agua. Su deceso sorprendió a todos pues fue inesperado y tan fulminante como alguna de esas pinceladas que dejan entrever su gesto.

Sin Título. Oleo sobre tela 215 x 215 cm

Algunas de las grandes telas que están exhibidas, dan cuenta de un recorrido que intenta, con mucha vitalidad del gesto, trasmitir la potencia de una flor en su todo su esplendor vital. Las calas vibran en esos blancos de diferente intensidad y materia, como vibra esa suavidad nívea de las mismas flores iluminadas por el ambiente al exterior. Resaltan con ese sugerente dorado de densidad fluida casi traslúcida del fondo y se expresan con más contundencia en las vibraciones de los verdes de las hojas. Si se quiere hay allí toda una lección de colorista refinado, buscando quedarse en la captación de esa vida que trasmiten las flores frescas. En otro, el juego de sutiles tonos apastelados de la orquídea sobre ese fondo verde agua, casi me recuerda a algunos de los tonos suaves de otro gran maestro argentino como Soldi. Siguen las pinceladas esa curva y contracurva de intervalos imprecisos que poseen las mismas flores a la vista y quedan grabadas en la memoria como llenas de una irradiación expresiva, capaz de captar cualquier brisa.

Pinta la vida, esa que pudo ver desde su taller en la península de Punta del Este o en cualquier otra ciudad en las que vivió, incluida Medinaceli, pequeña ciudad castellana donde quiso expresamente ser parte del terreno abonando con sus cenizas. Convoca al lienzo una rosa con su fondo de enredadera colgante apenas insinuada, casi abstracta. O la hace jugar un juego de opuestos mediante un duro plano negro contrastante que, sin embargo, no deja apagar la fuerza del volumen de los pétalos de esa rosa abierta en todo su esplendor. Alquímica mezcla en donde lo figurativo se conjuga con el lenguaje atávico del uso del plano y se traduce en una buena sugerencia, algo que estaba intentando captar de esa dualidad que todos conocemos: el límite de comprensión de lo figurativo, entre aquello reconocible que en realidad está representado, traducido al color y la forma sobre un plano base.

Asociado a tres grandes como Deira, Noé y de la Vega habían intentado desde cada visión particular, recuperar la figura humana y cierto grado de representación en lo que fue la Nueva Figuración, un giro al informalismo predominante de la época. De los tres se dice que se mantuvo más apegado a lo figurativo, pero entiendo que puede ser discutido como idea pues al menos hay uno, de la Vega, que falleció tan tempranamente que no podemos acertar a dejarlo tan claro.

Sin Título. Oleo sobre tela 215 x 215 cm

De todas las obras hay una que merodea en parte algunas ideas de Magritte, tal vez haciendo un guiño a esa misma propagación del “esto no es” que tan famoso hizo el cuadro de la pipa. Hay nubarrones oscuros, una boca roja recortada como aparición o memoria evocada, y un ojo, pero nada parece estar en modo narrativo sino oficiar como un planteo de poema pictórico acercándose al espectador para completarse.

Con la fuerza del color saliendo como línea densa del pomo y remarcando un detalle, diluido sobre el plano como materia sutil apenas acompañando al sujeto protagonista o más elaborado, capaz de captar una evanescencia cuasi líquida plena de una sutileza tranquila y sosegada. Así, este gran autodidacta fue forjando ese perfil de pintor sin dejar nada que le interesara para llevar al lienzo. Una gran lección a la vista, que incluye la posibilidad de volver a vincularse con un gran maestro.

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