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jueves 4 de diciembre, 2008
Una metafísica del olvido
Roberto Aizenberg y Adrian Villar Rojas
por Sánchez, Julio
Una metafísica del olvido

¿Cómo atravesar la realidad más allá del presente, el pasado y el futuro? Dos matrices parecen responder la pregunta en la galería Ruth Benzacar, un pintor metafísico y un joven “instalador”. En el espacio mayor se pueden ver importantes óleos de Roberto Aizenberg precedidos por los dibujos preparatorios, bocetos o collages que le dieron origen. La sala del subsuelo se ha convertido en un verdadero project room donde el joven rosarino Adrián Villar Rojas transformó el espacio en “Lo que el fuego me trajo”, una instalación con construcciones de ladrillo y una especie de arqueología de cerámica.

Recordemos a Aizenberg: nació en Entre Ríos en 1928 y murió –a los 68 años- en Buenos Aires en 1996, pertenecía a una familia de inmigrantes ucraniano-judíos instalados en Villa Federal (E.R.), allí transcurrió su infancia, entre aventuras en el río Gualeguay y clases de piano y violín. En 1936 la familia se trasladó a Buenos Aires y en 1948 Aizenberg comenzó estudios de arquitectura que dejaría incompletos para dedicarse a la pintura, inquietud que nace a principios de los años 50 cuando conoció a Antonio Berni. Así como la muerte del padre había afectado al pintor metafísico Giorgio De Chirico en su vida y su obra, el fallecimiento de una joven novia –a causa de una tuberculosis- marcó al joven Aizenberg. Quizá buscando respuestas sobre el misterio de la existencia, el artista leyó El Golem (1915), de Gustav Meyrink; la novela discurre sobre el golem, una criatura que cobra vida cuando se le introduce un papel con el nombre secreto de Dios. El texto alude constantemente a la alquimia, los gnósticos y los cabalistas, tres vertientes que nutrirán la obra de Aizenberg.. El surrealismo del alemán Max Ernst y la fase metafísica de Giorgio De Chirico son los inspiradores del entrerriano. Aizenberg adhirió al surrealismo afirmando que: “No es un estilo ni una escuela, es una filosofía, una forma de vivir o quizá de ver el mundo”; de aquella vanguardia tomó el “automatismo” como un “modo de evadir las interferencias del entorno”, aunque hay que reconocer que, antes de llegar a la forma final, sus cuadros están precedidos de innumerables bocetos. El aporte curatorial más valiosos de la muestra es iluminar este aspecto, hay una puesta en valor de los bocetos y dibujos no sólo como preparación para una obra mayor, sino como obra acabada en sí misma. Alrededor de 1985 Aizenberg pintó una serie de Arlequines, figuras sostenidas por un pie torneado y enmarcadas por arquitecturas geométricas, como el que se ve en esta muestra, con dominantes de verde. Su pintura no tiene los desbordes del surrealismo, por el contrario, se caracteriza por una sobriedad que se acentúa en la serie de las torres, una de ellas presente en esta muestra. Comienza a pintarlas en la década del 50 y son construcciones poligonales o escalonadas, en 1960 Aizenberg declaró: “Representan la Torre de Babel que es nuestra vida”. La torre es un edificio elevado que implica la idea de elevación espiritual, la torre de Babel en cambio, expresa el peligro a que conduce la soberbia y el orgullo.

El derrumbe de la torre de Babel parece haber sucedido en el subsuelo de Ruth Benzacar. Parece el día después de un gran hecatombe. Hay que circular por el piso cubierto de escombros; las chimeneas de ladrillos, tanques de agua provocan la sensanción de estar coaminando sobre metros y metros de escombros y que estuviéramos caminando por encima de ellos. A los costados, se disponen sobre estantes de maderas, miles de objetos de cerámica: una montaña de pastillas, el busto del abuelo del artista, la cabeza de un Cristo, dinosaurios varios y una multitud de maravillas. El título de la instalación, Lo que el fuego me trajo, invierte el sentido de la frase que suelen repetir aquellos que padecieron incendios, Villar Rojas pone luz sobre otra perspectiva de los acontecimientos, se desplaza doscientos años o más adelante y mirá para atrás los restos de su propia civilización, con referencias emocionales a sus familiares y amores. El uso abudante del ladrillo y la cerámica, los elementos constructrivos y funcionales más arcaicos del hombre, le dan a la instalación un aire que combina excavaciones arqueológicas en medio oriente y zapatillas deportivas. Todo es un desplazamiento del presente hacia el futuro, y por lo tanto su transformación acelerada en pasado. Sin entrar en disquisiciones sobre el tiempo, ni a la manera de San Agustín (para quien los tiempos eran tres: el presente del pasado, el presente del futuro y el presente del presente), ni enredándose en la teoría de los universos paralelos de la física cuántica, Villar Rojas logra un clima de nostalgia por el futuro.

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info
Hasta el 22 de noviembre
Ruth Benzacar, Florida 1000