News Argentina

martes 29 de julio, 2008
Sincronía y sensibilidad
En la obra de Elías Crespín
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser

Todavía la 17ma edición de arteBA no había sido inaugurada oficialmente y Elías Crespín se convertía en el primer venezolano contemporáneo cuya obra había sido adquirida para formar parte de las dos colecciones más importantes de nuestro país: la del Museo Nacional de Bellas Arte y la del Malba.
“¿Cómo lo vivo? ¡Es increíble! Y esto el lo maravilloso del arte… ¡Este camino está lleno de sorpresas!”, declara sonriente, con voz calma y clara. “No me forjo expectativas con lo que va a suceder y me encanta que la obra quede en un museo porque, además de lo que significa para un artista, me fascina la experiencia que ella produce en el público. Fíjate que si quedara en casa de un coleccionista, entre cuatro paredes, finalmente él se acostumbra y la experiencia desaparece y, el sentido de la obra se pierde.”
La sensibilidad de Elías Crespín, “su sentido de la geometría y de la armonía, debe tener una explicación genética”, arriesga, “heredado de su abuela Gego” (Gertrudis Goldschmidt, 1912–1994), arquitecta, pintora y escultora venezolana excepcional. Reconoce la influencia de Soto en su obra y recuerda que su primera experiencia frente a un cubo del artista fue la sensación de moverlo en el espacio. También le interesan los trabajos de Calder y Tinguely por lo libres y lúdicos, pero hace notar que ellos no tuvieron la posibilidad de sincronizar el movimiento. “En mi obra juega la sorpresa. Varios artistas, entre ellos Gego, plantean que al romper las simetrías, al trazar las paralelas un tanto desviadas, se logran puntos de tensión que atrapan el ojo. Yo lo he hecho incorporando el factor tiempo,” asegura y compara: “la música es un sonido sincronizado; con pocas notas se pueden componer miles de partituras. Con mis piezas sucede lo mismo; es sonido en movimiento, sonido sincronizado. Cuando defino un movimiento, hay algo que me resuena y me trasmite determinada forma, que logro expresar a través de esta rigurosa plataforma tecnológica que construí para que funcione.” Cada una de las cautivantes obras de Crespín se mueven gracias a decenas de pequeños motores de impresoras que él mismo prepara con la misma dedicación con que armaba su barco maqueta en el taller de Gego, semana a semana, cuando era un niño. A su abuela la recuerda curiosa y tranquila, enfrentaba todo con seriedad y autenticidad y con ella vivió, sin darse cuenta, el desarrollo de un proyecto. Ver primero un dibujo, cómo este se iba modificando, y cómo Gego iba eligiendo los elementos necesarios para la producción artística. Con ella aprendió el método.
Hoy, a sólo cuatro años de haber construido su primera obra, cinco de ellas están en importantes Instituciones Públicas. En la edición de arteBa 2006 el Museo del Barrio de Nueva York compró la primera de ellas, y este año en arteaméricas Cifo compró la segunda de su colección. Ahora gracias a la generosidad de una donante llamada Nelly Craveri, la obra 15 Trianguconcentricos -triángulos equiláteros concéntricos inscritos en un metro de diámetro se incorporó al patrimonio del Bellas Artes y el Malba adquirió otra de sus obras en la que incorpora el color en el movimiento.
Actualmente Elías Crespín vive en París con su mujer, bióloga molecular. Allí no descubrió el color sino una vida organizada. Su hijo Sebastián de cinco años lo ayudó a empacar y le auguró que “su obra sería la más linda de la Feria” y con voz emocionada asegura: “¡allí está la verdadera felicidad! El éxito profesional sólo te puede dar satisfacciones.” Y esto es lo que vislumbramos a través de su obra: un hombre cuya sensibilidad le permite descubrir la verdadera felicidad en las pequeñas cosas de la vida.