Nota publicada online

miércoles 15 de julio, 2009
Teatros de la Memoria
por Carlos Arnaiz

Escribir sobre la obra de Roth intentando desglosar el lenguaje de-él no es otra cosa que penetrar en un mundo dentro del mundo. Se podría decir que todo pintor sostiene la creencia de que una emoción humana y un objeto físico pueden llegar a ser equivalentes, exactos. Tratándose de Roth, la fusión entre emoción y objeto se constituye excepcionalmente y con toda pureza como tema. La ciudad, personas que transitan no se quedan, pájaros inmóviles y serios, todo es gesto, las manos piden tregua y señalan, bocas sabrosas y no definidas.
El comienzo es la línea que manda en su mano y medita en cada sitio donde mora. Su color, violento y líquido, se corporiza generando una atmósfera sensual, ardiente y sobrecargada.

Cadmio y armonía.
Nunca hay sombra, la oscuridad es el blanco, aparece un gris plata que calma provocando al rojo. El teatro del artista secuencia a secuencia cobra vida, golpea y se expande; imágenes habitadas por la emoción que no persuaden, simplemente embargan.
Mirando las pinturas recientes de Roth entendí que algo nuevo aparecía, sutil pero rotundo. La luz ahora apaciguada genera un murmullo mostrando el secreto de los cuerpos.
Al alba o al ocaso, entre pliegues su mano redonda no decapitada, su cuerpo inimitable memoriza y sigue, es su tarea.
Imi Knoebel dijo: “El color es el palacio de la fantasía” en ese lugar algunos días él está, y se refleja.

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