Nota publicada online

miércoles 27 de noviembre, 2019
Stella Benvenuto en Calvaresi
Entre el Cielo y la Tierra
Altilio, Pilar
por Pilar Altilio
Stella Benvenuto en Calvaresi

Con una gracia extraordinaria que combina horas y horas de pasar hilos por la tela, Stella Benvenuto nos muestra en Calvaresi que el tiempo merece ser vivido con pausa.

Hay originalidad y mucho amor puesto en estos trabajos que salen del plano y se vuelven aéreos y gráciles, pendiendo del techo y con capacidad de ser mecidos por la brisa. Stella Benvenuto (Buenos Aires, 1943) comenzó a bordar en 2011, buscando que el tiempo se demorara en esa manualidad que le permitía evadirse de cualquier distracción y estar metida como en un mantra de trabajo que se modificaba en la medida que ella decidía sobre el plano. Siendo una artista que ha explorado otros medios como la pintura, la fotografía y los objetos, no sorprende la gran calidad de cada una de estas piezas, no importa su tamaño, quedando demostrado que conoce el oficio y tiene una mirada estética sobre lo que la rodea. La naturaleza la inspira y Stella la recrea en sus pequeños detalles, usando el punto de bordado para destacar relieves suaves, formas descriptas como líneas que recorren grandes planos o piezas que una vez completadas pueden pasar a cubrir un volumen de esferas, o de marco irregular.

Ana María Battistozzi, curadora de esta muestra, se encarga de resaltar en el texto curatorial algunas claves. En la práctica del bordado hubo tradicionalmente una impronta femenina que se ejecutaba en tertulias domésticas como un trabajo invisible, pero advierte que esta ‘construcción de la feminidad’ ya no se percibe como determinada a un género. Battistozzi resalta dos circunstancias que permiten una constatación, una es ‘la ruptura de los límites entre baja y alta cultura que impusieron las vanguardias’, y la otra es sin dudas la ‘irrupción de las minorías étnicas y sexuales en el horizonte de la cultura contemporánea’. Frente a la velocidad en que consumimos y cambiamos de dispositivos, el refugio de una manualidad tan tranquilizadora desde el punto de vista emocional, se comporta como un remedio eficaz del que, una vez probado, parece que no es fácil desprenderse.

Calmarse, observar, ir conduciendo un esquema donde cada color se combina ofreciendo una composición alegre, de contrastes suaves y de una graficidad próxima al dibujo. Stella usa las texturas no sólo del soporte sino de la calidad del hilo para crear un diseño que se organiza como recreando una serie de patrones visuales presentes en las flores, en las plumas de los pájaros, en la secuencialidad de crecimiento de las ramas de un árbol o las nervaduras características de diversas hojas. También hay rastros de mariposas y esquemas formales que simulan las huellas que dejan en su recorrido los animales y pequeños insectos. Usa el fieltro colorido para producir una calidad táctil en los volúmenes y rompe el marco para hacer caer cual lluvia plateada unos hilados de gran calidad que la evocan.

Pero también se perciben sus propios grafismos que se introducen en las composiciones más grandes y complejas porque ya comparten un universo personal que se asocia al natural. Pero convengamos que vivimos un presente donde la amenaza del cambio climático, la destrucción de los bosques a una velocidad de rayo, la advertencia de los jóvenes sobre la destrucción humana irresponsable, nos contrasta con un universo bucólico donde el concepto ‘natural’ ha devenido -en modo directo- intervenido por el humano. En el año 2000 el ganador del premio Nobel de química, el neerlandés Paul Crutzen, admitió que la influencia del comportamiento humano sobre la Tierra en las recientes centurias ha sido tan significativa que ha constituido una nueva era geológica: el Antropoceno, es decir una era donde la naturaleza se encuentra modelada por el estándar aplicado por personas y no por razones de índole natural. Por esto, la obra de Stella Benvenuto se aproxima de modo singular a aquel artista que fuera un gran observador de la magia de la naturaleza. Claude Monet (1840 – 1926) y sus nenúfares tienen algo de esta magia que develan las piezas bordadas de Stella, sobre todo cuando el francés reconocía que su único objetivo fue ‘transmitir mis impresiones frente a los efectos más fugaces’. Pero en las piezas pequeñas y enmarcadas hay algo de esa labor artesanal con una escala íntima donde la artista parece demorada en evidenciarnos los encantos de una composición para mirar detenidamente en busca de alivio.

Un lujo.

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