Nota publicada online

miércoles 30 de noviembre, 2022
Jorge Miño en Ungallery
Arquitecturas sensuales
Villar, Eduardo
por Eduardo Villar
Jorge Miño en Ungallery

El artista exhibe una docena de nuevas obras de gran formato en la muestra Al mismo tiempo, todo, en todos lados, que inaugura el nuevo espacio de la galería en un antiguo galpón del barrio de La Boca.   

El espacio ha sido siempre una preocupación y un tema central en la obra de Jorge Miño (Corrientes, 1973). Desde hace años trabaja con imágenes de construcciones, estructuras, paneles, escaleras, espacios que los humanos recorremos o habitamos, tomadas generalmente con un celular o capturadas de una pantalla de computadora. Con esos archivos compone luego digitalmente nuevas imágenes que, cada vez más, se alejan de la fotografía para convertirse en obras pictóricas, y de la figuración para convertirse en abstracciones geométricas. Conservan, sin embargo, algo de la fotografía, algo de la arquitectura. Y acentúan, aún en el plano, el misterio de los espacios y los volúmenes que estaban en el origen de todo el proceso.

Con las doce obras de gran formato -las medidas de la más grande son 200 x 300 cm- que integran su muestra Al mismo tiempo, todo, en todos lados , Miño vuelve a producir -esta vez con mayor profundidad, llevándola al límite- la misma placentera descolocación perceptiva que suele experimentar el espectador frente a su trabajo: ¿son fotografías, son pinturas? ¿Son imágenes de muros, de paneles, o puras líneas y formas abstractas?

La vacilación de la mirada que producen esas formas limpias, puras, esenciales, compuestas por pocos elementos, se acentúa por otro asunto espacial: la muestra inaugura el nuevo local de la galería Ungallery, que abandonó el pequeño departamento de la calle Arroyo para instalarse en su nueva sede, un enorme galpón de 350 metros cuadrados y paredes que superan los 7 metros de altura en la calle Ministro Brin, en La Boca. Descascaradas, llenas de marcas y huellas de los años en que funcionó como depósito, las paredes del local contrastan con la textura aterciopelada de la obra de Miño.

Por primera vez sin los límites y restricciones que le imponían a su obra las dimensiones de las galerías donde anteriormente expuso, el artista produjo estos doce nuevos trabajos pensándolos para el nuevo espacio. “Ese fue el primer desafío, el primer cosquilleo de atracción con esta muestra -dice Miño-. Para mí fue muy importante ver cómo Paola Iorio (directora de la galería) armaba este proyecto y sentí que tenía que estar a la altura. Son obras hechas para esta muestra. No tuve que estar explicando mirá que la obra original es más grande. Me interesa que cada obra, cuando se venda, conserve su tamaño, que se entienda como una pintura. Y que una pintura uno no la achica o la acomoda a las dimensiones de una pared, No, esta es la obra real, así es la obra. En cuanto a las paredes, cuando las vi, automáticamente expresé la necesidad de que quedaran así, tal cual están. Me gustaba el vestigio del tiempo que tienen, que no es una escenografía, quedó una huella con el tiempo en esas paredes que potencian cierta historia del barrio, fue algo que se me presentó como un regalo, pensé que eso tenía que ser reservado, capitalizado”.

Las fotos/pinturas de Miño son atractivas no solo para la mirada. El misterio de su profundidad y textura de apariencia irreal es casi una invitación a tocarlas, a comprobar su materialidad y completar su percepción con la yema de los dedos. “En general -dice- las fotos están protegidas con un vidrio o un acrílico o, si son pinturas, con un barniz brillante... Acá están desnudas, tienen una protección de una laca mate, producen casi como un enamoramiento, uno no entiende qué está pasando con la materialidad”.
La palabra “desnudas” que acaba de pronunciar Miño, dispara en uno una asociación que habilita otra mirada y vuelve comprensible la sensación de intimidad que es posible establecer con cada una de sus obras: sus muros, escaleras onduladas y formas laberínticas, sus transparencias, superposiciones y veladuras, sus cuerpos arquitectónicos, no están lejos visualmente del desnudo. Uno puede mirarlos como bellas formas humanas, percibir la sensualidad de sus pliegues y texturas como pieles. Y entender, entonces, por qué cuesta apartar de ellos la mirada.

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