Nota publicada online

martes 30 de enero, 2024
Gerardo Goldwasser en el Parque de la Memoria
Memorial
por Alejandro Zuy
Gerardo Goldwasser en el Parque de la Memoria

El artista uruguayo, luego de exponer en la 59° Bienal de Venecia, presenta en nuestro país una propuesta que mantiene viva, a partir de la sastrería, la memoria familiar y colectiva al tiempo que advierte acerca de las estratagemas del autoritarismo.

La marca distintiva de la obra de Gerardo Goldwasser (Montevideo, 1961) ha sido, desde sus inicios, el acento puesto en la potencia reparadora de la memoria ante las consecuencias históricas de las operaciones llevadas a cabo por las maquinarias coercitivas y aniquiladoras del poder. Los relatos de su padre acerca de las dramáticas experiencias de su abuelo Abraham en el campo de concentración de Buchenwald –uno de los más grandes instalados en territorio alemán y además fuente de mano de obra forzada- así como la sastrería, el oficio familiar, son las razones de tal persistencia.
 
Para su abuelo, durante la segunda guerra mundial, el manejo de la aguja y el hilo para confeccionar uniformes significó la diferencia entre la vida y la muerte. Décadas más tarde, el manual de confección que él trajo de Europa fue y sigue siendo resignificado al servicio del arte de la mano de Gerardo, en tanto que la biografía de los Goldwasser continúa entretejiéndose con la de tantas otras marcadas por el dolor y la opresión.

En la exposición con curaduría de Laura Malosetti Costa y Pablo Uribe que puede verse en la Sala PAyS del Parque de la Memoria, los típicos moldes de las mesas de corte textil se han trasladado a las paredes. Prevalece en dos de ellas la extensión de superficies abarrotadas de paños negros por sobre cualquier sugerencia de volumen. Frente a las masas visibles, los fragmentos no se contactan, la singularidad de cada pieza se halla irremediablemente opacada, sumida en la repetición y en la categórica totalidad de la forma resultante.

Sala Pays

 Las connotaciones siniestras que puede suscitar la repetición de formas encuentran en la sucesión de mangas dispuestas a lo largo del pasillo de ingreso a la sala su más claro exponente. La uniformidad asfixiante que las recorre remite a la morfología de los cuerpos producidos por los históricos dispositivos de disciplinamiento, aunque estáticos, sustraídos de la dinámica capaz de ponerlos en marcha más allá de su voluntad.  La nota diferencial la aporta una serie de paños dispuestos en una esquina, detrás de una escalera que no conduce a ningún sitio. Allí, la estrechez de las dimensiones contrasta, tanto con el resto de lo expuesto, como con el blanco inmaculado de los paneles que la custodian. Tiene el valor de una muestra que contiene en sí misma todo aquello que es posible desplegar, aunque contraído por los barrotes de los peldaños.
 
La indumentaria cubre y hace piel, condiciona los modos de relacionarse con el propio cuerpo y con el cuerpo de los otros. Geometría, serialidad, monocromía, austeridad de texturas, dejan de ser entonces sólo propiedades de un oficio para constituir elementos esenciales de una estética personal. A través de ella es posible citar cuerpos ausentes, cuerpos atravesados por las huellas de la violencia, estrechar vínculos con quienes las sobrellevan y advertir amenazas.
 
Aunque la genealogía de Memorial se remonte a mediados del siglo pasado la actualidad de las asociaciones que genera no deja de ser perturbadora. Ante ella, Goldwasser induce a realizar un recorrido desde los aledaños de lo tenebroso. Hace observar el horror al sesgo para evitar una frontalidad que sólo generaría parálisis, porque tal como postuló Harum Farocki, si se muestran imágenes de las atrocidades, primero se cierran los ojos ante ellas, después a la memoria de esas imágenes y a la de los hechos y por último a la de los vínculos que los comprenden.
 

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