Nota publicada online

lunes 7 de mayo, 2012
Fernanda Laguna
Nora Fisch, Buenos Aires
por Ana Martinez Quijano
Fernanda Laguna

Fernanda Laguna, artista paradigmática de la década del 90, cuyo talento artístico quedó muchas veces relegado por su brillante papel de gestora cultural, presenta la breve retrospectiva “No confíes en lo que ves”, en la galería Nora Fisch.

Belleza y Felicidad, la galería y almacén de arte de Laguna, marcó toda una época: exhibió la belleza sin reparos. “El arte aparece allí donde no se lo espera”, señalaba entonces Jorge Gumier Maier. Laguna fue su discípula más cercana en lo ideológico, amaba el arte de lo inefable, el aura que trasciende las palabras.

Las telas recortadas son el sello distintivo de la artista y, como un homenaje al maestro rosarino, expone Fontana, una pintura con motivos vegetales enmarcada en mimbre. La obra recuerda los célebres tajos de Fontana, pero la decorativa pintura de Laguna, donde predomina el color rosa, difiere del gesto y las ideas revolucionarias del vanguardista. Laguna no es menos revolucionaria, pero su obra y su posición frente al mundo van por caminos opuestos.
Hay una serie de telas caladas, paisajes que evocan las pinturas surrealistas, donde el hueco de la tela puede verse como un sol o una luna llena. Un díptico titulado Para siempre, habla del tono emotivo de la muestra, mientras los trabajos cruzados con lanas o los que relatan historias de vida, ostentan la estética de lo bello.
Laguna muestra su adhesión total al llamado “arte puro”, al arte por el arte en sí mismo, liberado de cualquier razón ajena a su propia existencia. No obstante, la gestión cultural de Laguna tiene un alto contenido sociopolítico. Después de la crisis de 2001 estuvo entre los fundadores de “Eloísa cartonera”, editorial que compraba cartón en las calles de la triste ciudad de Buenos Aires, para publicar libros pintados por cartoneros. Si a este proyecto se suma la galería de arte que inauguró en Villa Fiorito, hoy convertida en escuela secundaria con orientación artística, cualquiera podría imaginar a Laguna construyendo, como León Ferrari, un avión bombardero con el Cristo sacrificado.
Pero fiel a un arte ajeno al contexto sociopolítico, sin subordinarse a ningún discurso, consecuente con un arte considerado "light" y "sin sentido" (político y conceptual), su vida es un modelo de la más genuina preocupación por el prójimo. Hoy, su figura es insoslayable. Y, si bien la polémica sobre las instancias estéticas se ha vuelto mucho menos vistosa, la gestión cultural de Laguna avanza, silenciosa.

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