Nota publicada online

martes 2 de octubre, 2012
Ana Sacerdote, música para los ojos
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser
Ana Sacerdote, música para los ojos

“La variación es un procedimiento muy empleado por la música para desarrollar un tema, que puede ser rítmico, melódico o armónico. Traté de trasladar este procedimiento al plano de la pintura: variación lineal, tonal o cromática". Así define Ana Sacerdote (Roma, 1925) su particular manera de realizar la obra que hoy se exhibe en Jorge Mara-La Ruche. Una obra que se destaca por una composición de estructura dominada por la razón, una paleta sugerente y sensible y su incuestionable valor estético.
Esta artista, cercana a las corrientes abstractas, heredó de su padre –ingeniero y pianista- el interés por las matemáticas y la geometría así como su receptibilidad a la música. Llegó a la Argentina en 1940 a bordo del buque Oceanía; estudió arte en la Escuela Manuel Belgrano y dibujo con Spilimbergo en la Pridiliano Pueyrredón. Calladamente se insertó en la escena artística nacional y participó de la Asociación de Arte Concreto con Melé, Vardánega y Villalba; en los tempranos cincuenta organizó un grupo de estudios independiente dirigido por Héctor Cartier -maestro de Le Parc, Puente y Paternostro- enfocado a composición plástica, camino que le despertó el interés por la composición musical, el cine y la fotografía.
Al igual que Klee y Kandinsky, Sacerdote se preguntó, desde muy temprano, “si la pintura podría tener un sistema tan codificado como la música” y decidió que la abstracción sería su camino si pretendía conseguir que la pintura fuese un “arte de relación entre colores” como la música lo es con los sonidos.
Participa de la naciente Asociación Arte Nuevo y allí se relaciona con Carmelo Arden Quin, Pellegrini y Tomasello; exhibe sus obras “Estudio de equilibrio” y “Estudio Lineal” en el Primer Salón de arte No figurativo de esta Asociación, en la galería Van Riel. Llega a París becada por el gobierno francés y vive en la Cité Universitaire donde conoce a artistas de la talla de Bloc y Vasarely. Casada con un ejecutivo de una multinacional, vive en La Habana, París, Río de Janeiro y San Pablo hasta que, en 1967, se radica definitivamente en Buenos Aires. 
Siempre inquieta, se interesa por lenguajes de computación que le permitirán programar dibujos lineales, publica una breve monografía ilustrada exponiendo sus ideas sobre el arte abstracto geométrico y el uso de programas de computación para la creación artística. Desde el 2004 comienza a realizar películas abstractas, estrictamente geométricas en lenguaje Flash de programación y, hasta la fecha, sigue explorando la interacción entre el color y el movimiento.
Sorprendentemente ésta es la primera vez que tenemos oportunidad de recorrer este cuerpo de obra realizado en óleo y gouaches y ver la “nota sensible” que da cuenta de la musicalidad de sus pinturas. Un excelente libro editado por la galería con textos de José Emilio Burucúa y David Weseley acompaña la muestra.

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