Nota publicada online

martes 7 de mayo, 2019
Una historia de la imaginación en la Argentina
Visiones de la pampa, el litoral y el altiplano desde el siglo XIX a la actualidad
por Pilar Altilio
Una historia de la imaginación en la Argentina

Una historia de la imaginación en la Argentina reúne 250 obras elegidas que recorren cinco nodos: la Pampa, el Matadero, el Litoral, el Noroeste y la Cautiva, con resultados muy promisorios y dignos de recorrerse atentamente.

El trabajo realizado se percibe claramente como atractivo, cargado de recorridas exhaustivas por museos provinciales y conocimiento directo de algunas colecciones de artistas que pueden dar cuenta de ese desafío que el MAMBA intenta a través de esta gran muestra. ¿Es posible relatar ciertamente la historia de la imaginación argentina? El curador senior del Museo, Javier Villa y la colaboración de Alejandra Laera en la investigación más una antología de textos literarios, que veremos pronto en el catálogo en edición, lo demuestran valiéndose de algunas claves, transformadas en motivos visuales que aparecieron tempranamente y en la actualidad son reelaborados por jóvenes artistas.

Foto: Guido Limardo

Es un gran trabajo curatorial y el montaje lo deja en claro ya desde el inicio, pues antes de ingresar a las nuevas salas, se ponen en diálogo una tradición como la de las tallas sobre restos de madera con curiosas formas sugerentes del salteño Calixto Mamaní (1938-2010) muy cerca de Mi silencio miseria, un montaje del rosarino Carlos Herrera (1976) donde cuerpo, restos, lo que no se dice o no se ve junto a lo sonoro, la luz, el agua que se activan en la performance de larga duración.

Foto: Guido Limardo

En la primera sala, aparece la Pampa, una especie de marca original del paisaje argentino, definida desde el siglo XIX como un teatro vacío, un desafío a conquistarla tanto política como imaginativamente. Esta primera sección de nocturnos tiene notas muy interesantes en los contrapuntos entre los primeros en describirla como Prilidiano Pueyrredón (1823-1870), Eduardo Sívori (1847-1918) y Martín Malharro (1865-1911), junto a los nuevos como Santiago de Paoli (1978), Vicente Grondona (1977) y Daniel Leber (1988). Mediante un sugestivo encanto creado por la media luz que envuelve al visitante y lo hace mirar en todas las direcciones posibles, recreando esa planicie de donde todo lo que se levanta llama nuestra atención. De lo poético de un espacio a la violencia de los huesos, la sangre de las batallas y los mataderos, entre los degolladores de Cesáreo Bernaldo Quirós (1879-1968) al empalamiento del Chacho Peñaloza de Pablo Suárez (1937-2006), pasando por la pintura descriptiva de Bernabé Demaría (1824- 1910) a los huesos pulidos de Luis Benedit (1937-2011).

Foto: Guido Limardo

En la sección que toma el Litoral destaca la potencia de una pared de adobe que sirve de soporte a una serie de dibujos sanguíneos de Claudia del Río (1957) y una obra especialmente pensada para esta muestra donde Florencia Bohtlingk (1966) despliega una metáfora actual de migraciones escondidas en la foresta. Bellísimos trabajos de Mónica Millán (1960) y Mauro Koliva (1977) dan unos toques de vibración colorística con detalles sugerentes de esa porción del territorio habitada por ríos serpenteantes, sonidos de pájaros y selva abigarrada. Una interesante selección de Leónidas Gambartes (1909-1963) entre pinturas y dibujos con su sello especial. Los seres y relatos fantásticos donde predomina lo zoomorfo con lo topográfico en un despliegue que va desde lo deforme a lo bellamente construido.

Foto: Guido Limardo

El Noroeste trae otro territorio, el que tiene montañas y ríos cristalinos, limosos cuando despunta la primavera como en la instalación de la tucumana Martha Forté (1931) que combina video con un enorme tapiz en concordancia de colores y texturas. Un espacio donde la marca de los pueblos originarios se mantiene viva en la cultura del textil y la arcilla cocida en las deformes cabezas de Leonardo Iramain (1937) hijo del primer escultor tucumano en crear un museo privado en su provincia. De esta materialidad a las búsquedas abstractas de equilibrio de color y forma de la salteña María Martorell (1909-2010) pasando por el diseño de reminiscencias prehispánicas de Carlos García Bes (1914-1978), el gusto por la construcción textil de Nora Correas (1942) en una pequeña pero exquisita obra como Chaleco, 1989 que dialoga muy bien con la pieza ensamblada de Luciana Lamothe (1975) que combina texturas de filigrana de un caño de hierro casi disuelto con la rigidez de un soporte articulado para armar sus características estructuras.

El recorrido se cierra con el cuerpo femenino y uno de los relatos más potentes de nuestra historia que es la cautiva, con maravillosas obras poco vistas de Raquel Forner (1902-1988) con esos arquetipos reconocibles donde la mujer encarna ciertos mitos fundantes. Un contrapunto muy valioso de dos fotoperformances que tienen a la activista de género Ilse Fusková (1929) y Liliana Maresca (1951-1994), junto a una curiosa selección de imágenes que traen la mujer devota y la Virgen de Lourdes, hasta una bellísima acuarela de 1916 del gran maestro Emilio Pettoruti (1892-1971). Pero destaca la potencia de Florencia Rodríguez Giles (1978) en un díptico Biodélica (2018) de gran tamaño donde, como enuncia el curador Villa, se anima a reunir los cuerpos andróginos en el humedal invirtiendo el orden de la cautiva por una “bacanal como escena originaria de un nuevo nosotros”.

Un recorrido que merece una visita!

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