Nota publicada online

martes 3 de septiembre, 2013
Terán, nivel internacional y mensaje bien argentino
Vida y obra
por Ana Martínez Quijano
Terán, nivel internacional y mensaje bien argentino

Vida y obra es la muestra de Luis Terán que se presenta hasta el 6 de septiembre en Alberto Sendrós. 

Vida y Obra se llama la muestra de Luis Terán (1977) que exhibe la galería Alberto Sendrós en estos días. En el año 2011 y en un paisaje de devastación extrema, Terán construyó -o reconstruyó- una parodia de la gloriosa Pirámide de Pei hecha de hierros cruzados. La obra se llamaba “Louvre” y tenía la apariencia del alambre tejido, pero bien podría ser un gallinero. Perfecta en su formato, patética en su apariencia, la pirámide, al igual que el triste remedo de un “Penetrable” de Jesús Soto realizado con cintas plásticas descartables, puede verse como un antecedente (burlón), de los desconcertantes y personalísimos móviles cargados de abrojos que abren la muestra actual.

El Alexander Calder de nuestras Pampas es otro simulacro. Pero esta vez, de acuerdo al tono emotivo de una muestra autorreferencial donde la vida y la obra se conjugan, el cinismo ha desaparecido. Si se coteja el despliegue de las juguetonas y coloridas formas colgantes de Calder forjadas durante el esplendor de la industria estadounidense, con la tosquedad de los móviles que Terán colgó del techo, se advierte la influencia que ejerce el modelo. Pero, a la vez, queda a la vista el abismo existente entre los patrones de producción del arte del Norte y los resultados posibles en el Sur. Entre otras cosas, la vivacidad del color se ha perdido por el camino.

Al recordar la fascinante Pirámide frente al palacio del Louvre y el contraste con su derivación en un baldío porteño; al evocar la energía que emana de los colores radiantes de Calder, la muestra porteña se percibe casi monocromática y atravesada por cierto escepticismo que el artista no ha logrado ocultar. Las maderas bailan si se las toca, provocan la exaltación visual del movimiento, pero se destacan por su rusticidad. Los clavos acerados y pegados como un voluminoso asterisco configurando el abrojo, remiten a la idea de violencia. En la realidad del contexto argentino y en la precariedad de los materiales, se encuentra gran parte de la carga y el sentido de la obra. Su título es: “Caminé mucho tiempo molesto por los abrojos, sin darme cuenta de que estaba transportando semillas. Semillas de abrojo”. La extensión del nombre tiene una relación directa con la voluntad de Terán de “acentuar el carácter poético de las obras y dejarlas que ellas mismas cuenten su historia”.

Hay que ver entonces el estante con los vidrios de botellas que se suelen usar sobre las medianeras como afiladas barreras defensivas, pulidos como piezas ornamentales. Terán destaca la manualidad del oficio y con la paciencia de un artesano renacentista, lijó los vidrios hasta suavizar los cortes. La obra se llama “No puedo proteger lo que quiero”, en una abierta referencia al lema de Jenny Holzer, “Protégeme de mi misma”. Todavía se puede rastrear la furia social en el origen de esos vidrios hoy convertidos en arte, pero más allá de su recién ganada belleza y su flamante estatus, la obra demuestra que es posible imaginar otros modos de habitar el mundo.

¿Es el lirismo del subdesarrollo? Si se observa con detenimiento la muestra, se percibe que los estatutos del arte continúan siendo válidos y que la influencia de la historia del arte moderno y contemporáneo está elaborada, pero presente. Entretanto, el empleo de materiales por lo general reciclados, que se encuentran en cada esquina porteña, le otorga un grado de familiaridad a la obra, al menos, en Latinoamérica. 

 La sala de la galería, donde se levanta un aerodinámico yeso, muy cerca de donde cuelga una rueda de colores de hierro, está cruzada por el cordel de un llamador. El espectador puede tocar con sus propias manos una forma alargada de cemento pulido como un mármol y tirar de ella hacia abajo. De este modo sonarán como campanadas, en el otro extremo de la sala, unos caños de hierros para la construcción. Cada tañido llena el espacio con sus ecos. Según observa Terán, la inspiración de su campanario está ligada con las sensaciones y resonancias de su un tanto lejana formación cristiana.

 La exhibición culmina con un breve mural. La palabra “Si”, grabada en la densidad de un bloque de cemento, adquiere un poder de afirmación conceptual lapidario e irrevocable. Carente de cualquier expresión –por lo menos explícita- del orden social o político, la obra de Terán pone en juego estas cuestiones. Desde un punto de vista subjetivo y con una rara capacidad para expresar de modo convincente sus sensaciones e ideas sobre el arte, la religión y la filosofía, la muestra habla sobre el destino de un joven artista y describe el lugar donde se encuentra.

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