Nota publicada online
En el Museu do Amanha (Museo del Futuro), de Río de Janeiro, se exhibe hasta el 29 de enero "Amazonia", 200 imágenes del maestro de la fotografía Sebastião Salgado que son una celebración de la belleza del planeta.
Ubicado en la zona portuaria de Río de Janeiro, el Museu do Amanhá (Museo del Futuro) que diseñó el español Santiago Calatrava y se inauguró a fines de 2015, es un museo de ciencias que hace foco en la ecología, la sustentabilidad y el futuro del planeta. A priori, uno imaginaría que, en ese escenario y en estos días, una muestra de fotografía sobre la selva amazónica probablemente haría foco en su paulatina destrucción. El brasileño Sebastião Salgado (Minas Gerais, 1944), uno de los más grandes maestros de la fotografía, eligió otro camino. Sus 200 extraordinarias fotos en blanco y negro de Amazonia, la muestra que puede recorrerse hasta fin de enero, son un retrato inigualable de esa región vital para el planeta, un homenaje a su belleza que emociona. Con toda seguridad, el compromiso que esas imágenes de enorme impacto visual estimulan en el espectador es mucho más sólido que el que producirían si se tratara de las fotos de destrucción de los ecosistemas que circulan profusamente en documentales, medios de prensa y redes sociales. La pregunta que aparece en el espectador frente a la belleza indescriptible que Salgado muestra de la Amazonia es: ¿de verdad seremos capaces de destruir tanto? Uno puede ver cómo se insinúa esa pregunta en la mirada conmovida de cada visitante de la exposición.
Las fotos exhibidas de Salgado -espectaculares paisajes y retratos de los habitantes de la Amazonia- son resultado de un trabajo de constante investigación, relevamiento y registro que el fotógrafo realizó durante siete años. En ese lapso, convivió y se relacionó con varias comunidades indígenas: Awá-Guajá, Zo'é, Suruwahá, Yawanawá, Marubo, Asháninka, Korubo, Yanomami y Macuxi. Muchos de sus integrantes jamás habían visto a un no indígena. Salgado los retrató en la selva o en un estudio improvisado en una aldea. El respeto del artista hacia sus modelos es evidente en cada foto: no son registros documentales de grupos indígenas; son retratos de individuos en sus universos personales. Se nota, por supuesto, en el resultado de cada foto y en la conexión que el espectador puede establecer con los ojos de cada retratado. También, en un detalle pequeño pero significativo: cada persona en cada foto tiene un nombre. Así, la mayoría de los epígrafes son de este estilo: “Los cinco miembros de la familia Pinu. De izquierda a derecha, Naylo, la madre; de pie, Naylo, uno de los hijos; sentado, Wanka Vakwë; sentado con un palo de madera, Pinu, el padre; de pie, Kanikiti, otro de los hijos.”
Antes de su actual escala en Rio de Janeiro, la muestra se exhibió con similar repercusión en el Museo MAXXI de Roma, el Museo de la Música de París y el Museo de la Ciencia en Londres. En todas las sedes tuvo curaduría de Lélia Wanick Salgado, esposa del artista, y música de fondo especialmente compuesta por el francés Jean-Michel Jarré.
En cuanto a las fotos de paisajes, es imposible describir su belleza. Muchas son fotografías aéreas, única forma de dar una idea de la gran extensión de la selva y los ríos. Son muy impactantes las imágenes de colosales montañas y las de masas de nubes descargando lluvias torrenciales, llamadas “ríos voladores”. En ellas, el trabajo de texturas, luces y sombras del fotógrafo es excepcional. Alguna vez Salgado contó que cuando comenzó su relación con la fotografía, a los 30 años, le encantaba la pintura. Dijo: “Fotografiaba obras en blanco y negro de Rembrandt. Empecé a ver que podía crear esas mismas luces y profundidades. El fotógrafo debe transmitir lo que ve su ojo en el momento de disparar, hay que romper los límites de la cámara. Y ver lo que hacen otros no significa nada, cada uno tiene sus luces interiores.”
