Nota publicada online

miércoles 3 de mayo, 2023
Robirosa, Aranovich, Senderowicz, Alkalay, Baques y Copello
Seis mujeres revisitan el paisaje EN OdA
Villar, Eduardo
por Eduardo Villar
Robirosa, Aranovich, Senderowicz, Alkalay, Baques y Copello

Con pinturas, fotografías y esculturas, Josefina Robirosa, Claudia Aranovich, Paula Senderowicz, Andrea Alkalay, Solange Baques y Ángela Copello aportan sus miradas de la naturaleza en el Antropoceno.  

Todos los fuegos el fuego I”, pintura de Josefina Robirosa, inolvidable creadora de bosques y follajes, es la obra alrededor de la cual buscan su lugar las otras obras de la muestra “Paisajes desvelados” que se inauguró hace días con curaduría de Laura Casanovas en OdA Oficina de Arte. Es un acrílico sobre tela de gran formato (160 x 130 cm.) que la artista pintó en 1996, un paisaje ígneo no solamente por las decenas de focos de fuego que se abren paso en follaje representado en la pintura, sino también por su explosión de verdes y naranjas que anuncian el drama en la frontalidad del cuadro, por la emocionalidad de las pinceladas en una especie de erupción cromática y porque evoca, 27 años después, todos los bosques amenazados hoy en el planeta.
En el actual tiempo, inmerso en la denominada época del Antropoceno –caracterizada por la modificación global de los sistemas naturales por la acción humana–, el arte revisita la idea de paisaje para poner en perspectiva estéticas y mentalidades, señalar y advertir causas y consecuencias, auscultar pasados y presentes -señala el texto de la curadora Casanovas-. Las obras de las seis artistas de esta exposición presentan abordajes disímiles en lo formal, plástico y técnico, pero con un denominador común: la ampliación de la imaginación para desvelar –descubrir– paisajes que alienten nuevos vínculos entre lo humano y lo no humano”.

Josefina Robirosa

Esas son las claves para acercarse a las obras de Solange Baques, Andrea Alkalay y Ángela Copello -fotografías-, Paula Senderowicz -pintura- y Claudia Aranovich -esculturas- que se articulan en el espacio de OdA. El desafío, para la curadora, era establecer un conjunto que permitiera pensar las obras de las seis artistas creadas a partir de sus propias poéticas, como distintos mundos, con técnicas y conceptos diferentes, y establecer posibles conexiones entre ellas.

Solange Baques presenta, impresas en papel de diario, fotografías tomadas en un pequeño pueblito de Finlandia donde quedó varada por seis meses durante la pandemia. Son paisajes invernales desolados, iluminados por una luz natural mortecina, que remiten a una memoria familiar: el padre de la artista trabajó en la ingeniería de las máquinas de Papel Prensa y solía hacer largos viajes de trabajo a Finlandia. Ahora, sobre papel de diario que va denotando el paso del tiempo y tomando un tono entre amarillo y rojo por el contacto con la luz, sus durísimos paisajes finlandeses cuelgan frágilmente en el espacio de OdA. Para ablandar o embellecer un poco esos paisajes, la artista troqueló manualmente las fotos con la punta de un compás de su padre, dibujando sobre ellas el mismo diseño del papel tisú que se usa en la cocina.

Sala con obras de Sederowitz y Aranovich

La obra de Ángela Copello pertenece a una serie llamada “Edén”, que rescata los bolsones de flora nativa de las ciudades o de los cultivos intensivos. La obra completa se llama “Muros del Edén” y es un político de ocho grandes fotos de un follaje cerrado que forman un gran muro vegetal que parece salirse del plano y rodear al espectador, pero por razones de espacio, para su exhibición en la galería se hizo un recorte y se presentan tres piezas, es decir, un tríptico.
Andrea Alkalay exhibe dos obras de una serie que arrancó en la pandemia y que tienen origen en sus frecuentes viajes. “Tenía muchísimo archivo fotográfico de paisajes -explica-, pero las fotos no me parecían suficientemente potentes respecto de la naturaleza en sí... Entonces hice un movimiento bastante simple: extraer el color de la foto, que originalmente era en color, y digitalizarlo. Entonces son paisajes naturales -ahora en blanco y negro- que tienen un trabajo de collage y ciertas maniobras sobre el papel y dejan a la vista el código de barras, el código de información del color real del paisaje”. El resultado son paisajes abstractos logrados por una operación de disociación: dípticos compuestos por la toma del paisaje a la que se extrae el color y queda en blanco y negro, por un lado, y la información del color real de la toma original en forma de código de barras, por el otro. Una mirada distinta del paisaje, pero también de la fotografía.

Las esculturas de Claudia Aranovich también son obras de la pandemia. Frente a los densos “Muros del Edén” de Copello se elevan sus inquietantes troncos de madera heridos de los que se derrama como sangre una savia hecha de vidrio. Savia que se escurre, naturaleza que se escurre, bosques que se desrtifican, dice la artista. “Yo he trabajado desde hace años la contraposición de los materiales naturales y artificiales -explica Aranovich- para hacer un llamado de atención, podríamos decir hoy, sobre el mundo natural pero tambien porque la naturaleza me atrae mucho”. También se muestran varias esferas y semiesferas de resina cuyo interior el espectador observa a través de lupas como por una mirilla y se encuentra con escenas que “tienen algo de civilizaciones perdidas, de organismos marinos, paraísos perdidos, mundos naturales que quizá estemos perdiendo”, en palabras de Aranovich.

De Paula Senderowicz se muestran dos grandes obras. Una de ellas es “El paraíso se muerde la cola”, espectacular pintura sobre un biombo de seis hojas (190 × 540 cm.) que fue exhibida hace meses en el CCK en la muestra del Premio Trabucco correspondiente a pintura. El espectador debe caminar para recorrer los más de 5 metros de esa pintura en la que hay cascadas, ríos, montañas, y descubrir en ellas microescenas en las que se puede reconocer citas de la historia del arte. Senderowicz señala que le interesó el dispositivo del biombo por ser un formato del arte oriental y es curioso, piensa uno, que sobre ese formato las citas sean de la historia del arte occidental. También es lícito pensar que la elección del biombo haya tenido que ver con que el trabajo fue realizado durante la pandemia y que el biombo refiere a la intimidad doméstica a la que estuvimos todos -casi todos- obligados durante el largo encierro de 2020.

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