Nota publicada online

Roberto Tabbush presenta en Galería El Socorro con curaduría de Vanesa Catellani y Marcela Costa Peuser dos nuevas series de obras que contrastan técnicas, soportes y escenarios de experiencias

Franz Kafka escribió hace ya más de un siglo un aforismo que podría aplicarse a la trayectoria que enlaza la experiencia vital con la práctica pictórica del artista rioplatense Roberto Tabbush. Las palabras del escritor checo fueron las siguientes:“A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el único punto que hay que alcanzar”. Claro está, que para poder comprender porqué es posible establecer semejante asociación hay que remontarse a un origen y en ese origen se halla un viaje iniciático.
A comienzos de la década del sesenta, cuando Tabbush tenía tan sólo 17 años recibió una invitación de una novia que se encontraba en el aserradero que sus tíos tenían en la selva paraguaya. Llegar hasta allí desde Uruguay le significó una aventura que incluyó varios transbordos y finalmente el conocimiento de geografías y personas que poco antes tal vez no había imaginado. A partir de entonces ya no habría vuelta atrás, después de ese punto de inflexión otras selvas y paisajes de Sudamérica y del mundo serían parte de su destino.
Al ingresar a la Galería El Socorro, si se observa hacia la izquierda, los recuerdos de las impresiones recogidas en esos viajes se materializan ante el espectador. El pretexto para comenzar a pintar las selvas para Tabbush fue comprobar que ese lugar donde todo había comenzado y que le fuera tan significativo en su juventud ya no llevaba su nombre y que las especies nativas habían sido arrasadas por la ambición del cultivo de soja. La sucesión de acrílicos exhibidos remedan de alguna manera las pérdidas y reivindican la integridad que yace en la memoria.
Las pinturas presentan la exuberancia de esas postales del pasado en su plenitud. Sus tramas umbrías y majestuosas permiten imaginar lo que una lejana visión deslumbrada se empecinó en atrapar. En la reconstrucción de esos espacios prevalece la verticalidad titubeante de formas vegetales que se alzan al cielo y la sucesión de planos donde el verde ha sido manejado con diferentes y sutiles gradaciones. Los suelos, manchas difusas teñidas de rojos sanguíneos, se entremezclan con zonas iluminadas donde el marrón se convierte en dorado y las transparencias en bruma. Otras imágenes, al contrario, muestran escenarios abiertos donde la jungla custodia ríos en los que los sedimentos terrosos se confunden con reflejos y gestos que plasman corrientes cansinas.

En la serie Amarillos, que se desarrolla frente a la anterior, es posible observar otro orden cromático, otra técnica y diferentes tiempos y escenarios. No obstante, este encadenamiento de contrastes, lejos de establecer un antagonismo entre las series, ilumina una segunda instancia complementaria del proceso creativo de Tabbush. Una de las curadoras de la exposición, Vanesa Catellani, lo relata del siguiente modo: “Y entonces, los árboles amarillos se apoderaron de su mirada, como si fueran espejos de un mundo oculto. Recién ahí abre su carpeta y comienza a plasmar troncos y hojas con la sensualidad del pastel, buscando capturar el alma misma de aquella vegetación dorada.”
La inicial fascinación, el dejarse atrapar por el esplendor de los otoñales árboles porteños deriva en el pintor en un momento inefable, en otro punto de no retorno ligado a lo ético: la obra resulta honesta por todo aquello que carga y no por el despliegue de virtuosismo. De la representación en directo de las impresiones visuales, en especial de la luz y del color, cuál pintor impresionista, pasa a una segunda instancia en donde esas imágenes se van transformando gracias a la aplicación de capas de aguadas y de pastel. Muchas de ellas se sacrifican en el camino; otras, las logradas, se han encaminado hacia la disgregación de las figuras y las atmósferas enigmáticas.
Conviene reparar en estos episodios en la vida del pintor viajero. Son como las páginas de la bitácora de un veterano explorador que nunca ha dejado de lado su curiosidad, que si bien supo captar en ese precoz llamado de la selva un momento de excepción, sigue insistiendo, ya que como le enseñó su maestro, el catalán Vicente Puig, lo importante es seguir aprendiendo a mirar.
Galería El Socorro
Suipacha 1331 CABA
Horarios: De 10:30 a 13 y 17 a 20:30 hs
Cierre: 12 de julio de 2025