Nota publicada online

miércoles 29 de marzo, 2023
¿Qué hacen una cacerola abollada y un helicóptero en Malba?
Memoria de nuestra cultura nacional
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser
¿Qué hacen una cacerola abollada y un helicóptero en Malba?

“Del cielo a casa. Conexiones e intermitencias en la cultura material argentina” curada por un grupo interdisciplinario, invita a abordar la cultura material desde los usos, las costumbres, los rituales y los simbolismos que las cosas generan en nuestra sociedad.

Una cacerola puede ser en, el contexto de una exhibición de diseño -en cualquier lugar del mundo-, un ejemplo de industria nacional como lo es la ESSEN pero, una cacerola abollada, sólo en nuestro país y en este momento de la historia cobra un sentido inconfundible: es la herramienta de protesta de una sociedad que quiere ser escuchada por la política. Lo mismo sucede con el helicóptero de fabricación argentina, cuya presencia en la muestra nos remite a la triste imagen de una política que huye y que abandona.

Instalación de Daniel Joglarrealizada especialmente para la muestra con 600 pelotas Pulpo.

La actual muestra que se presenta en Malba es un gran universo de objetos y cada uno de ellos cuenta su propio microrrelato. Son 600 objetos en 600 m2 que se agrupan sin cronología, jerarquías, ni distinción de disciplinas, transgrediendo así los límites del uso y difuminando la frontera entre arte y diseño, pero cobrando un sentido particular en cada uno de los visitantes que la recorren. Del cielo a casa no es una exhibición de diseño sino una constelación de vínculos que revelan nuestras propias metáforas. La inabarcable muestra está curada por un grupo interdisciplinario conformado por Adamo Faiden, Leandro Chiappa, Gustavo Eandi, Carolina Muzi, Verónica Rossi, Juan Ruades, Martín Wolfson y Paula Zuccotti.

Una serie de constelaciones temáticas articula el recorrido donde las cosas se agrupan en tres grandes grupos: la identidad del territorio, el diseño por fuera de los cánones y las vicisitudes políticas, sociales y económicas de nuestro país. Probablemente el disparador del concepto de la muestra esté esbozada el libro Del Cielo a Casa, editado por Fabián Lebenglik en cuya contratapa puede leerse ‘Un hilo conductor une tan diversos asuntos interés por los aspectos sutiles y curiosos que esconden tras las prácticas e instituciones corrientes’ y, cuya tapa fue diseñada por Eduardo Stupía.  

La primera metáfora a la que nos enfrentamos al iniciar el recorrido es al origen mismo de nuestra identidad: Argentia, una serie de objetos que brillan

Cada uno de los objetos exhibidos presenta distintas capas y memorias, cada uno cuenta su propia historia. Frente a un clásico Dinar, de fabricación argentina, con una botella de agua lavandina en el techo inmediatamente ‘entendemos’ que está en venta. Un código urbano cotidiano e incuestionable.

Nuestros lugares, aquellos que nos constituyen, los más emblemáticos de nuestra ciudad, están representados en la muestra a través de su señalética y sus vidrieras. Como la esquina de la calle Florida con el Florida Garden -lugar de encuentro de artistas-, el Subte de Buenos Aires y una vidriera con el logo de Harrods -diseñado por el Estudio Shakespear-, en la que se recreó una creación de Battle Planas para conmemorar la primavera. Un Buenos Aires culto, revolucionario y vanguardista, con su Instituto Di Tella que, además de ser un propulsor de la industria nacional, promovió el arte en todas sus expresiones. Un arte provocador y rupturista.

Así como está representada la ciudad -con las relevantes fotografías de Horacio Cóppola-, también lo está el río -con maquetas del diseñador náutico Germán Frers-, el campo y las rutas que los unen. El primer surtidor de YPF, tal vez para recordarnos que Argentina fue el segundo país en nacionalizar sus hidrocarburos. Las FATE y sus calendarios, que hicieron historia, en cada una de las gomerías a lo largo y a lo ancho de nuestro país. Una inmensa caja de fósforos RANCHERA, el horno de pan de Antonio Greco -en fotografía-, los panes de Poblete y una panera para un único pan diseñada por Ricardo Blanco remiten al campo.

No podía faltar en esta muestra, el diseño industrial -con la BKF nuestra silla por excelencia, diseñada por Bonet, Kurchan y Ferrari y , por supuesto, el arquitectónico con edificios únicos como la Casa del Puente de Amancio Williams -construida por encima de un río en Mar del Plata-, La Biblioteca  Nacional -ese gran gliptodonte- de Clorindo Testa y el Planetario Galileo Galilei -el plato volador- de Enrique Jan.

Cada objeto que encontramos en el recorrido cuenta anécdota particular, referida ciertamente a nuestra historia como sociedad. Siam con sus electrodomésticos infaltables en las casas de clase media, el objeto quizás más vendido de la historia: el libro de cocina de Doña Petrona C. de Gandulfo -esa ecónoma que le dio salida de trabajo a cientos de mujeres y principal protagonista de los programas de televisión de la primera hora de la tarde y, por supuesto, la Knitax, esa máquina de tejer familiar que tuvo época de gloria (recuerdo modernísimos conjuntos que me tejió mi abuela).

También los juegos y los juguetes cuentan nuestra historia: el juego del Estanciero, la entrañable maqueta del Italpark de Dino Bruzzone, donde muchos de nuestra generación disfrutamos de chicos -recuerdos del Tren Fantasma, la Montaña Rusa y el Super Indianápolis que nos convirtió en verdaderos corredores de carreras de autos y, ¿como no?: los Autitos Chocadores-.

El cielo en la tierra puede convertirse en una experiencia fantástica y lúdica, una muestra para recorrer dándose el tiempo necesario para refrescar esa memoria que nos conecta indefectiblemente con nuestra cultura. Única e intransferible: La Biblia y el Calefón.

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