Nota publicada online

miércoles 30 de abril, 2025
Perla Benveniste y Eduardo Rodriguez
Percepción e ilusión en el Bellas Artes
por Alejandro Zuy
Perla Benveniste y Eduardo Rodriguez

El Museo Nacional de Bellas Artes presenta una sorprendente exposición que tiene como protagonistas a un matrimonio de artistas integrantes de la primera generación de argentinos que trabajaron desde la década del sesenta a partir de los principios del arte óptico y cinético. Con curaduría de María José Herrera pueden observarse desde obras tempranas hasta su producción más reciente.

Cuando en el año 1958 se presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes -dirigido por aquel entonces, por Jorge Romero Brest- la exposición del artista húngaro francés Victor Vasarely (1906-1997), un nuevo mundo comenzó a abrirse para muchos jóvenes artistas argentinos que tenían la necesidad de explorar nuevas formas de expresión y recursos no tradicionales. Dos antecedentes confluyeron para poder comprender el gran impacto producido y sus posteriores resonancias. En primer lugar, la exposición Le Mouvement que Vasarely había organizado sólo tres años antes, en la Galería Denise René en París, un espacio que siempre había apostado por las vanguardias del momento, en la cual participaron figuras como Alexander Calder, Marcel Duchamp o Jesús Rafael Soto entre otros y que significó el acto inaugural del arte cinético. Sus investigaciones involucraban el movimiento real o virtual y la luz. La propuesta se convirtió en tendencia y su expansión internacional se produjo con llamativa rapidez. La segunda instancia a tener en cuenta se relacionó con el ámbito local. En la Argentina, la tradición geométrica del Arte Concreto y Madí había incursionado en las experimentaciones con luz, movimiento y materiales industriales. Dos artistas que acusaron recibo de este renovado contexto fueron Perla Benveniste (Buenos Aires, 1943) y Eduardo Rodriguez (Buenos Aires, 1934).
Para Benveniste la noción de movimiento fue cercana desde un inicio ya que había estudiado danza. Trasladarla a las obras visuales primero y a la performance después le resultó un paso natural. Hacia el fin de la década del sesenta comenzó a realizar sus cajas cinéticas a las que llamó Retroanteroversión. Con algunas de ellas participó en la exposición Luz, color, reflejo, sonido y movimiento, realizada por Romero Brest en el Instituto di Tella y más tarde se sumaría a las actividades promovidas por los artistas que conformaron el Centro de Arte y Comunicación (CAYC), impulsado por Jorge Glusberg. En el campo docente, entre los años 1979 y 1982, coordinó trabajos de expresión corporal y creó la Escuela de Formación de Maestros en Artes Plásticas, donde implementó una metodología que dio prioridad a la vivencia corporal del color, la forma y el espacio. El clima siniestro y las consecuencias generadas por la última dictadura supuso para la pareja, que ya había formado un hogar, un lapso de repliegue y merma de sus producciones. En 1986, junto a la fotógrafa Mónica Magrane llevó a cabo la muestra Nuestros rostros en el Centro Cultural Recoleta y en 1988, el Centro Cultural San Martín organizó una retrospectiva de su obra. En 2011, junto con Eduardo Rodríguez formó parte de la exposición Desde otro lugar, curada por María Cristina Rossi en la Fundación Klemm y al año siguiente, también junto a él, de Real/Virtual. Arte cinético argentino en los años sesenta, curada por María José Herrera en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Eduardo Rodriguez se graduó en la Escuela Prilidiano Pueyrredón en 1964 y al poco tiempo fue convocado por Romero Brest para formar parte de la muestra Valores del arte actual en la Galería Guernica. Las obras presentadas para aquella ocasión producían efectos ópticos en base a la intervención de la luz y el color sobre pequeños fragmentos de metal. En 1966 fue premiado en un certamen promovido por la Cámara Argentina de la Industria Plástica donde se estimulaba a los artistas a experimentar con nuevos materiales como acrílico y resinas. Al año siguiente participó de la exposición Más allá de la geometría realizada en el ITDT a instancias nuevamente de Romero Brest. Una beca del Fondo Nacional de las Artes hizo que viajara a París en 1968 donde tuvo contacto directo con el Groupe de la Recherche d’Art Visuel (GRAV), especialmente con su amigo Julio Le Parc, y con el clima de rebelión obrero estudiantil cuyo punto culminante fue en mayo de ese año. A su retorno, comenzó a trabajar en sus cajas lumínicas. En 1970 resultó galardonado en el  Certamen Nacional de Investigaciones Visuales con el Gran Premio de Honor por la obra Espacio temporalizado que se encuentra ahora exhibida y en la década siguiente trabajó en esculturas confeccionadas con acrílico. En la actualidad sigue trabajando en sus esculturas y en obras lumínicas.
La curaduría de María José Herrera supone en forma simultánea un inciso específico y una continuidad con la exposición Real/ Virtual. Arte cinético en los años sesenta curada por esta destacada investigadora en el mismo museo en el año 2012. La disposición de las piezas en la sala prioriza un orden simétrico con un centro que semeja una isla donde se hallan las cajas óptico lumínicas. Hacia la pared posterior se encuentran proyecciones digitales que realizó la empresa UXArt y una pequeña vitrina cerca del sector de ingreso alberga fotos y documentos que ilustran la trayectoria de la pareja.
Las indagaciones relacionadas al cuerpo de Benveniste se pueden apreciar en una serie de cajas confeccionadas con telas elásticas de diferentes colores torsionadas y leds. Éstas aluden a la torsión y a la distensión muscular. Se basan en el efecto moiré que es un patrón de interferencia que se forma cuando se superponen dos rejillas de líneas y su registro requiere del desplazamiento del espectador. Otra variante, en el mismo sentido, son las cajas cinéticas Retroanteroversión que hacen referencia al movimiento hacia atrás y hacia adelante característico de la pelvis. Las cajas de esta artista realizadas en acrílico, acetato, lámparas y motor, por otra parte, generan juegos cromáticos que son posibles de observar gracias a las barras acrílicas que funcionan como lentes distorsionantes ubicadas en el frente de las estructuras.
La producción exhibida de Rodríguez incluye la ya mencionada obra Espacio temporalizado, una gran caja lumínica que en su interior porta discos de acrílico transparentes pintados de colores y con círculos concéntricos dibujados que, en acción, generan tramas visuales. Le siguen a ésta un holograma óptico conseguido por medios analógicos, varias esculturas de acrílico, -material que aporta diversos efectos como transparencia, brillo y superposición de planos- entre ellas algunos relieves, la coloreada Madonna azul y otra que desarrolla una banda de Moebius. Para trabajar el acrílico, Rodriguez recurrió a técnicas tradicionales como el tallado y el torneado pero también el termomodelado. Distinto es el caso de dos obras que desde los setenta forman parte del patrimonio del museo y que llevan el mismo título: Columna luminosa. En una, la disposición de los planos de acrílico modelan y desvían el recorrido de la luz desafiando las leyes de la física mientras que, en la otra, el objetivo perseguido fue producir una transformación de la energía lumínico calórica en movimiento. Otras cajas, los Luminomóviles, realizados en madera, motores, lámparas y acrílico, son máquinas que al moverse parecen danzar de modo independiente para encontrarse en el centro. Durante su circulación los colores primarios se mezclan formando otros colores y en el medio logran el negro. La sugestión que consiguen en quienes se detienen a verlos es inmediata.
¿Qué puede ofrecer esta muestra en una época dominada por una marea infatigable de dispositivos tecnológicos cada vez más sofisticados e invasivos que hasta incluye la espectacularización expositiva? A priori, parecería que la tecnología utilizada por ambos artistas, desde sus primeros trabajos hasta hoy resulta precaria, en abierta desventaja con toda la parafernalia que nos rodea. Sin embargo, al ingresar a la sala que los contiene, otras perspectivas parecerían aguardar al espectador. Llamados a otras instancias de receptividad que desmienten el prejuicio de una competencia por la atracción. La importancia de la técnica en ellos no radica en su funcionalidad ni en su carácter operativo. La diferencia es radical. Consiste en recuperar ciertos tipos de experiencia, tanto del movimiento, virtual o real y de la temporalidad, involucrando al cuerpo, a los sentidos y al intelecto, sea mediante el desplazamiento o la contemplación. Por lo tanto, la experiencia además es didáctica ya que evidencia las teorías de la percepción y del color en las que se fundamentan. Otra particularidad se puede detectar en la transformación de conceptos matemáticos, físicos o anatómicos en delicados significados simbólicos. En lo que hace a su valor histórico, las piezas, no sólo se enlazan con un legado artístico de indudable importancia sino que informan acerca de un período del siglo XX caracterizado por el desarrollo industrial del país y su gravitación en el orden económico, político y social.
Percepción e ilusión es un merecido homenaje a dos grandes representantes de una corriente insoslayable del arte que, si bien tiene su raíz en el siglo pasado, aún tiene sus continuadores en el presente. El título, por otra parte, resulta más que apropiado, no sólo por lo conciso y directo, sino porque estos dos términos han sido llevados plenamente a la práctica como experiencia estética.
 
Museo Nacional de Bellas Artes: Av. del Libertador 1473, CABA
Sala 33 primer piso
Días y horarios: martes a viernes, de 11 a 19.30 y los sábados y domingos, de 10 a 19.30.
Hasta el 15 de junio de 2025
Entrada gratis
 

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