Nota publicada online

lunes 13 de abril, 2015
Nora Correas en el MAT
En el jardín no sólo hay flores
Nora Correas en el MAT

En la actual muestra de Nora Correas en el Museo de Arte Tigre, la artistas une su voz a la del poeta Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891-1967), para juntos elevar la protesta por el mundo en que vivimos. Los chupasangre y En el jardín no solo hay flores, exhibe dibujos, objetos y una instalación multimedial que se aventura sobre el futuro y denuncia la acción del hombre sobre la naturaleza.

Nora Correas, reflexiona en sus instalaciones recientes cómo la naturaleza se manifiesta con toda su ferocidad. No obstante lo hace siempre dentro de un sistema que la preserva de su desaparición. A los ojos del ser humano, las estrategias de subsistencia pueden parecer brutales. Sin embargo, es él quien a pesar de poseer el don de la razón conduce las guerras que desbastan territorios y aniquilan poblaciones.

Los Chupasangre

La naturaleza no tiene moral. Aun así actúa siempre a su favor, preservándose de la desaparición. Sus estrategias de subsistencia, a los ojos de los hombres pueden parecer brutales. Sin embargo, son los hombres los que a pesar de poseer el don de la razón conducen las guerras que desbastan territorios y aniquilan poblaciones.

La belleza de los insectos es a los fines de su ferocidad. Armas perfectas para el ataque y la defensa, la humanidad se ha inspirado en ellos para volar aeroplanos y también para fabricar mortíferos tanques que arrasan con todo a su paso.

Sala Los Chupasangre

Nora Correas une su voz a la del poeta Oliverio Girondo para juntos en el sentido, y lejos en el tiempo, elevar la protesta por el mundo en que vivimos. ¿Existe la inocencia?  ¿Puede haber perdón? Por si así no fuera, mejor escompadecerlos.Sus acciones están a la vista: el artista las señala

HAY QUE COMPADECERLOS (Oliverio Girondo)

No saben.

¡Perdonadlos!

No saben lo que han hecho,

lo que hacen,

por qué matan,

por qué hieren las piedras,

masacran los paisajes…

No saben.

No lo saben…

No saben por qué mueren…

Se nutren,

se han nutrido

de hediondas imposturas,

de cancerosos miasmas,

de vocablos sin pulpa,

sin carozo,

sin jugo,

de negras reses de humo,

de canciones en pasta,

de pasionales sombras con voces de ventrílocuo. 

Viven

entre lo fétido,

una inquietud de orzuelo,

de vejiga pletórica,

de urticaria florida que cultiva el ayuno,

el sudor estancado,

la iniquidad encinta. 

No creen.

No creen en nada

más que en el moco hervido,

en el ideal,

chirriante,

de las aplanadoras,

en las agrias arcadas

que atormentan el éter,

en todas las mentiras

que engendran las matrices de plomo derretido,

el papel  embobado

y en bonina.

Son blandos,

son de sebo,

de corrompido sebo triturado

por engranajes sádicos,

por ruidos asesinos,

por cuanto escupitajo se esconde en el anónimo,

para hundirles sus uñas de raíces cuadradas

y dotarlos de un alma de trapo de cocina.

 

Solo piensan en cifras,

en fórmulas,

en pesos,

en sacarle provecho hasta a sus excrementos.

Escupen las veredas,

escupen los tranvías,

para eludir las horas

y demostrar que existen.

No pueden rebelarse.

Los empuja la inercia,

el terror,

el engaño,

las plumas sobornadas,

los consorcios sin sexo que ha parido la usura

y que nunca se sacian de fabricar cadáveres.

Se niegan al coloquio del agua con las piedras.

Ignoran el misterio del gusano,

del aire.

Ven las nubes,

la arena,

y no caen de rodillas.

No quedan deslumbrados por vivir entre venas.

Sólo buscan la dicha en las suelas de goma.

Si se acercan a un árbol no es más que para mearlo.

Son capaces de todo con tal de no escucharse,

con tal de no estar solos.

¿Cómo

cómo sabrían

lo que han hecho,

lo que hacen?

¿Algo tiene de extraño

que deserten del asco,

de la hiel,

del cansancio?

Solo puede esperarse

que defienden el plomo,

que mueran por el guano,

que cumplan la proeza

de arrasar lo que encuentren y exterminarlo todo,

para que el hambre extienda sus tapices de esparto

y desate su bolsa ahíta de calambres.

Son ferozmente crueles.

Son ferozmente estúpidos…

Pero son inocentes. 

¡Hay que compadecerlos!

   

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