Nota publicada online

lunes 18 de agosto, 2014
LAS FOTOS DE KUROPATWA
Glamour que surge de las sombras
por Ana Martínez Quijano
LAS FOTOS DE KUROPATWA

La muestra “Fuera de Foco”, inaugurada en Vasari reúne una serie de imágenes en blanco y negro del fotógrafo Alejandro Kuropatwa. Fotografías muy poco conocidas misteriosas y casi abstractas de este talentoso artista que murió a los 47 años de edad. 

Kuropatwa elaboró el desenfoque manipulando la ampliadora, esfumó los contornos y tornó irreconocibles los personajes, lugares y cosas. Los rasgos y elementos esenciales permanecen en la oscuridad y las formas desdibujadas fuerzan la imaginación del que mira. Las composiciones son de una asombrosa simplicidad pero, en la misma medida que se desvanece la identidad -reducida casi a una silueta-, se abre el universo de las conjeturas.  

El “blur” o efecto borroso cumple el papel de metáfora del olvido. Las imágenes no tienen títulos y parecen provenir de un pasado que tiende a borrarse de la memoria. Los rostros y los grandes lentes obscuros remiten a un tiempo que se fue. Pero las fotos nos arrastran hacia ese pasado. La presencia fantasmal de las cabezas oscuras y la ausencia de detalles, la vaguedad de los cuerpos difusos y ajenos a la nitidez tradicional, invitan a suponer un tiempo y un lugar, una situación específica o una persona en particular.

Ella, la figura femenina con lentes y pelo oscuro abre camino a las asociaciones: recuerda a la sofisticada Audrey Hepburn de “Desayuno en Tiffany's” y también, a Jacqueline Kennedy. Los inmensos lentes de sol, íconos de la moda en esa época, le brindan su propio encanto al universo de Kuropatwa. Un encanto surgido de las sombras. La imagen más enigmática de la muestra representa a una mujer reclinada con guantes largos y anteojos oscuros. Entretanto, ¿es Tina Turner la negra que baila vestida de blanco? ¿Cómo saberlo? Sin embargo, se sabe que Kuropatwa tomó estas fotografías en Nueva York cuando tenía 25 años y que él, como nadie hasta hoy, supo amar y retratar el glamour femenino. Marina Pellegrini, la galerista de Vasari, cuenta que él tomó esta serie de fotografías apenas ingresó en la Parsons School of Design de la New York University, donde obtuvo el título de Master of Fine Arts.  

 
     

Kuropatwa ganó fama con sus memorables retratos. Las mujeres suscitaban su admiración, ellas lo inspiraban aunque fueran decadentes, dato que se advierte en el cruel aunque sin duda cautivante, retrato de “Aída” que hoy pertenece a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes. Sus imágenes son un catálogo de perfiles psicológicos que capturó con humor, ironía, ternura, una gran perspicacia y una excepcional sensibilidad visual. El artista contó hace años una anécdota que lo pinta su de cuerpo entero: “A Petra de Montigny la conocí en Punta del Este y me fascinó, no podía dejar de fotografiarla. Después de tomar una cantidad respetable de champagne se sentó al piano y cantó Lily Marlene en alemán, sin cometer ni un sólo desliz. Yo estaba tan emocionado que no sabía cómo decirle lo maravillosa que me parecía, no encontraba palabras acertadas para elogiarla. Entonces salí, corté un enorme ramo de hortensias azules que había en la casa del vecino y se las arrojé a sus pies”.

 

Estos gestos desopilantes, la inmediatez de sus reacciones, la creatividad desbordante y la fascinación por las flores, las mujeres, el erotismo y la belleza que desfilaba frente a sus ojos, aparecen en sus fotografías. Para él posaron Josefina Robirosa, Pavaroti, María Luisa Bemberg, Gustavo Cerati, Liliana Maresca, Fabiana Cantilo, Andrés Calamaro y muchos más.

En 1976 el artista presentó en Lirolay su primera muestra. Luego partió para NYC, ingresó al Fashion Institute of Technology y se graduó en la NYU. Cuando viajó por Europa, trabajó en Harpers Bazaar y realizó una serie fotos de estancias argentinas. En 1985 regresó a Buenos Aires y se relacionó con el mundo del rock, realizó portadas para los discos de Fito Páez, Charly García, Pedro Aznar, Virus o Los Redonditos de Ricota. Y a partir de entonces se sucedieron las muestras; consagratorias, como la del Museo Nacional de Bellas Artes o la Camerawork Gallery de San Francisco; delirantes, como "La peluquería", una instalación que desborda el campo de la fotografía o, las que oscilan entre la celebración y el drama, como “Cóctel”, un retrato de la batería de medicamentos destinada a los enfermos de Sida.  

Kuropatwa instaló al promediar los años 80 su casa y su estudio en un viejo y amplio departamento del barrio de Congreso. Allí nunca faltaba un enorme ramo de calas, su flor favorita. 

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