Nota publicada online

jueves 23 de agosto, 2018
GARABITO
La simple complejidad de la pintura
por Pilar Altilio
GARABITO

Curada por Gabriela Vicente Irrazábal, la muestra sólo omite las obras escultóricas, pero la esencia de su trabajo sigue siendo la complejidad de la pintura como reza el título.

"La verdad es que me acostumbré a mirar, a fotocopiar mentalmente” decía Ricardo Garabito en 2007 en un reportaje por su gran retrospectiva en el MNBA de ese año. Recorriendo la diversidad de este Espacio de la Fundación Osde, se percibe a un artista con una formación sólida adquirida tempranamente en el taller de Horacio Butler, pero llevada mucho más allá por su propio deseo de mantenerse en el placer de pintar. Más de 70 pinturas, desde sus comienzos en la década del sesenta hasta ahora, junto a un pequeño pero significativo conjunto de dibujos de una calidad extraordinaria, se exhibirán hasta mediados de octubre. Es una ocasión única para reencontrarse con una obra que hace bien, que deleita en los detalles, que se expresa en diferentes etapas con una calidad que no declina, es aire fresco que hace que nos quedemos mirando un rato largo.

No frecuenta las inauguraciones desde siempre, se ha mantenido en un discreto pero atento espacio de producción, realmente íntimo que fue claramente enunciado apenas salió de su formación en el taller del maestro Butler: “voy a pintar como si fuese sólo para mí”. Y se agradece, porque a pesar de que alguna mirada superficial pueda definirlo como “un pintor realista”, hay una serie de interesantísimas cualidades que van mucho más allá de ese aspecto de captación magnífico de las cosas o personas que retrata en sus obras. En particular porque cuando se repasa la data de las obras, aquellas que se inscriben en épocas muy oscuras, Garabito se concentra en la belleza de unos objetos simples, de los juegos de la luz en unas frutas, en un banco que recuerda la ausencia de su amigo y compañero de taller Pablo Suarez. Es, como lo definió Samuel Oliver “un solitario que observa en profundidad, y goza con la inefable plenitud de los seres que van surgiendo de la tela”, sean éstos personas, surgidas de su imaginación o retratadas especialmente; o baldes, bolsas, elementos de limpieza o almacén “ocultos tras la negligencia de la costumbre” como escribió su amigo Juan Carlos Distéfano en un catálogo. En todas estas obras hay un tratamiento de la forma y el color que hace percibir que no se trata simplemente de pintar, sino de captar la estructura abstracta que subyace en cada composición, en cada encuadre, en los acentos de luz y sombra.

El recorrido avanza desde sus primeros trabajos donde aparece una sustancia matérica más densa de “un expresionismo alegre, sin patetismo” según Oliver. Son pequeñas obras pintadas sobre hardboard con la belleza de las flores. Luego en los setenta las naturalezas muertas van retratando la belleza de las frutas mientras que los personajes retratados juegan con un contraste de figura-fondo bien marcado en los planos quietos del fondo y una serie de líneas que definen detalles precisos en los rostros o las manos, como pasa en El Mago por ejemplo, donde el fondo se puebla de pequeñas pelotas que parecen suspendidas mágicamente. A medida que avanzan los ochenta, la sustancia pictórica se aligera y se vuelve más translúcida, donde se evidencia la pincelada de gesto medido, y las narrativas son más construidas, incluso llegando a unos juegos temporales muy interesantes como en el caso de Cecilia donde la retratada se triplica en poses diversas como si fuera un relato corto porque el personaje no cambia la ropa. En los noventa aparecen los objetos intrascendentes, naturalezas muertas que descansan en una cotidianeidad reconocible, pero con una sutil bruma difusa que marca esa impronta del pintor que conoce perfectamente su oficio. En pleno desastre político y social de los primeros años del siglo XXI, Garabito se concentra en pintar jarras acompañadas de limones, un cúmulo de botellas en apariencia olvidadas en una mesa, unos recipientes de metal descansando en una luz interesante, una fuga magistral del mundo convulsionado que seguramente conocía pero que neutralizaba con su gran capacidad para abstraerse, para concentrarse en su trabajo profundo, ya que “la pintura es una artesanía y el buen artesano respeta su oficio”.

En las obras más actuales aparece un nuevo componente, un hilo que a veces se enlaza juguetón en las manos del retratado, otras, simplemente es retenido por el personaje o se ubica detrás, pero es un elemento que seguro está allí para decir algo, otro objeto retratado. Y la pincelada vuelve a aligerarse pero no tiene un ritmo tan convulso como en los ochenta, es sereno como la mirada de todos los retratados. Muy interesante el uso de la línea de los dibujos que se muestran reunidos en una salita, valioso ver que no hay vacilaciones en ese trazo continuo “como sugiriendo un itinerario preestablecido por una memoria de situaciones o criaturas vistas, pero subordinadas a una idea mental claramente formuladas” como sostuvo uno de sus grandes mentores, el gran Samuel Paz. !No la dejen pasar!

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