Nota publicada online

martes 23 de abril, 2024
Fotografías de Bernard Plossu y Marcos Adandía
Conversación sin fecha: Esculpir en el tiempo
por Alejandro Zuy
Fotografías de Bernard Plossu y Marcos Adandía

ArtexArte presenta una exposición que indaga con esmerada sutileza las afinidades entre dos miradas que, a lo largo del tiempo, han buscado el limpio surgir de la belleza de las imágenes procurando evitar lo pretencioso y alumbrando lo emocional. 

Sala del primer piso

Existen correspondencias que, de manera inevitable, parecen estar destinadas a encontrarse, a superar las distancias geográficas o contingentes, incluso a reservarse aristas particulares, para que se manifiesten alguna vez como un todo que las contiene y trasciende. Ello se intuye al recorrer Conversación sin fecha donde dos interlocutores de diferentes continentes y edades como Bernard Plossu y Marcos Adandía parecen haber urdido una confraternidad que se ha traducido en imágenes.

Marcos Adandía si bien nació en Valentín Alsina en 1964 vive en la actualidad en la localidad bonaerense de Lobos. Trabajó para varios medios gráficos y editoriales nacionales e internacionales. Obtuvo en el año 1999 el premio mención de la Casa de las Américas en La Habana, Cuba y desde el año 2005 hasta nuestros días dirige la revista especializada en fotografía Dulce Equis Negra.

Bernard Plossu nació en Dalat, Vietnam, en 1945 cuando aún era una colonia francesa. Allí vivió unos pocos meses ya que su familia pronto se mudó a París. Su primera cámara fue una Brownie Flash que lo acompañó durante un viaje realizado al Sahara con su padre Albert. Este viaje significó el primero de muchos que abarcarían numerosos sitios de América, Europa y África. Su trayectoria se coronó cuando en 1988 obtuvo el Gran Premio Nacional de la Fotografía en Francia.

Algunos recordarán que el Museo Nacional de Bellas Artes organizó una muestra con su obra y la de su compañera, también fotógrafa, Françoise Nuñez en el año 2015 curada por Adriana Lestido. La pérdida hace tres años de Françoise significó para él un impacto doloroso que, sin embargo, sería sublimado, en parte, gracias a la intervención de Adandía.

Ambos se conocieron personalmente en 2010 cuando en ocasión del Festival de Arles expuso como invitado Adandía y Plossu lo alojó unos días en su casa. La familiaridad establecida con el transcurrir de los años le permitió al primero ofrecerle al maestro francés la publicación de una revista en homenaje a Françoise, a la cual accedió. El trabajo insumió un año y resultó un acto reparador amoroso que ayudó a Plossu a superar el mal trance. Al conocer esta labor, Gastón Deleau, director artístico de ArtexArte entrevió la posibilidad de una continuidad colaborativa y le propuso a Adandía la realización de la presente exposición.

 

Sala del segundo piso

Alrededor de ciento sesenta fotos en blanco y negro cubren las tres plantas del espacio ubicado en Villa Crespo. La mayoría están dispuestas en dípticos, otras en conjuntos de cuatro y muy pocas son las que no siguen este orden, aunque sujetas a un guion que evade la monotonía y es celoso de su discurrir. La variación de las dimensiones de las piezas mantiene una cuidada proporcionalidad y su enmarcado es homogéneo y sobrio. Los textos de sala salen de lo habitual -lo cual es bienvenido- y se permiten jugar con un tono de fábula narrativa como el que tiene por autor a Adandía que sirve de recepción al público, mientras que otros, en cambio, son citas de John Berger, de la poeta Olga Orozco o del propio Plossu. Todos ellos están oportunamente ubicados armonizando con el clima de intimidad general que prevalece durante el recorrido.

Dos mujeres de espaldas y descalzas en ámbitos que pueden ser rurales; un niño que hace entrar la luz al abrir una puerta de una austera habitación y un paisaje marino que se presenta desde el ingreso a un balcón; formas de fuegos de artificio que estallan y abren rendijas en la oscuridad; niños que juegan en las calles llevados por perspectivas en diagonal, pero que alternan en sentido contrario; la sombra que atraviesa el cuello de una mujer que no deja ver su rostro y las huellas de un rio cuyo origen se remonta a una montaña a contraluz. Así, en sucesiones de semejanzas, de aproximaciones y de equivalencia de sentidos expresados en sujetos, formas, lugares y lazos que invocan a la perspicacia del observador se relevan y se funden en su transcurrir las fotografías de estos dos autores que han alcanzado en esta oportunidad un nivel de complicidad afectiva y técnica por demás encomiable.

Los modos de ver que incumben a estos fotógrafos se han ido sedimentado al tiempo que su andar por el mundo. No es extraño entonces que por fin hayan confluido. El proceso bien puede resumirse en una frase que está presente en una de las salas y que lleva la firma del francés: “En fotografía no se captura el tiempo, se evoca. Fluye como arena fina, sin fin. Y los paisajes que cambian, no cambian nada de esto”.

Niños

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