Nota publicada online

miércoles 22 de mayo, 2019
"El Agua que apagó el fuego" de Gustavo Grogh
Obra exhibida en el Museo de Arte Fueguino en BIENALSUR
"El Agua que apagó el fuego" de Gustavo Grogh

Testimonio de la memoria sobre la solución pacífica del diferendo limítrofe por el Canal Beagle (Argentina-Chile 1978)

Una invitación a indagar sobre la memoria y las “lecturas” de la historia reciente

Si se desconociera la historia de la controversia sobre la soberanía del Canal Beagle, podría pensarse que el tema de la serie fotográfica es la guerra. Aunque ésta es parte de una trama argumental que descubre las huellas dejadas por los preparativos bélicos de 1978, la lectura de las imágenes, hoy, invita a construir significados más amplios que permitan volver la mirada al pasado para iluminar sus relaciones con el presente. 

La fotografía por sí misma no explica los hechos ni comunica la intencionalidad del autor; sin embargo, el contexto de producción de la obra –la conmemoración del 30 aniversario de la mediación papal que culminó con la solución pacífica del litigio fronterizo-, ofrece algunas claves de lectura.

A tres décadas de la superación del conflicto y más allá del discurso político sobre la integración, de las óptimas relaciones mantenidas en los planos diplomático y militar y de la intensificación de los intercambios económicos y culturales, la visión de la histórica conflictividad con el país trasandino y la consecuente imagen negativa del vecino no han dejado de condicionar las interpretaciones del pasado y por tanto la comprensión del presente.  Estas representaciones individuales y colectivas construidas durante el siglo pasado –fortalecidas en el contexto de las tensiones generadas en los años sesenta y setenta y alimentadas por el enfoque nacionalista que orientó la elaboración del discurso historiográfico, los textos escolares y la cartografía- limitaron la posibilidad de reconocer otra realidad. Las relaciones entre Argentina y Chile, en contraste con las mantenidas por cada país con sus restantes vecinos, permanecieron más acá de la violencia. Todos los litigios limítrofes se superaron mediante acuerdos diplomáticos: el Tratado de Límites de 1881, los Pactos de Mayo de 1902 y el Tratado de Paz y Amistad de 1984.[1]     

Si bien el enfrentamiento armado llegó a ser un horizonte posible en la Navidad de 1978 – como lo había sido a fines de 1901- y las comunidades australes lo experimentaron como una amenaza inminente y tangible, la expectativa de impedir los males de la guerra logró contrarrestar la vía de la fuerza.

La guerra no fue una realidad; sin embargo, las imágenes  no dejan de turbar la conciencia. Tal vez ningún relato escrito de los acontecimientos incite a imaginar de un modo más vívido nuestros paisajes convertidos en campos de batalla o permita reconocer que la guerra no puede considerarse como un episodio de la política exterior, cuando constituye ante todo un hecho político interior, y el más atroz de todos.[2]

La fuerza de la imagen fotográfica, que en estas composiciones es intensidad histórica y social, actúa en el plano del pensamiento, de los sentimientos y las emociones, estimulando la reflexión sobre la memoria y las representaciones de pasado. 

La fotografía constituye en este caso un soporte para evitar el olvido. Pero no se trata de recordar o evocar hechos pretéritos sino de atribuirles un sentido, revisar las interpretaciones de la historia reciente, reconocer las lecturas impuestas y construir un conocimiento crítico del presente.    

Desde esta perspectiva, la obra de Gustavo Groh tiene el inestimable valor de poner en cuestión la responsabilidad colectiva sobre la memoria, componente legitimador de la identidad de una sociedad.

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