Nota publicada online

martes 2 de julio, 2019
Daniel Basso en Calvaresi
Universos imaginarios
Altilio, Pilar
por Pilar Altilio
Daniel Basso en Calvaresi

La actual muestra de Daniel Basso en la Galería de la calle Defensa facilita una vez más, el ingreso a un espacio inmersivo donde es necesario sacarse los zapatos para ingresar.

‘Farola. Tapiz. Túnica.’ se denomina esta nueva propuesta y adhiere a un esquema que ya forma parte del plan creativo de Daniel Basso, artista marplatense, de enumerar tres elementos que dispersos no tendrían forma de agruparse, salvo que estemos describiendo una escenografía teatral. Algo de esa sustancia se percibe en sus ambientaciones, casi verdaderas puestas en escena de un cosmos personal que posee un componente visiblemente pop con un juego de trasgresión a la funcionalidad. El pop está demostrado en el color, el cambio de escala o de uso y en un repertorio formal, inspirado en ciertos barrios de Mar del Plata, su ciudad natal, donde claramente el tiempo ha quedado detenido en los 60’ o los 70’. Pero claro que esas mismas marcas pueden hallarse en cualquier barrio de diferentes ciudades y aquí también aparecen otros rastros que pertenecen al entorno donde vive actualmente, en La Boca en Buenos Aires. La transgresión a la funcionalidad bien podría presentar una reminiscencia de surrealismo, basada sobre todo en que todas sus obras se incluyen, como dijimos, en un espacio donde dialogan entre sí, creando incluso mediante el lenguaje, algunas piezas de notable calidad poética basadas en textos propios.

Vista de sala

La vidriera que presentó en Fundación Osde hace unos años tenía ya este acompañamiento de la palabra. ‘Un fuego de llama plana’ ambientaba dos objetos reconocibles, un exhibidor comercial y el esqueleto de metal de una lámpara, descansando en horizontal sobre una alfombra roja mientras al fondo, una cortina amarilla cerraba la escena. En su texto sugiere que debemos tomar “la escena como verdad/ esos actores son tan reales como nosotros.” En la galería cordobesa The White Lodge, presentó ‘Richmond, Reggo, Real’ otro juego de tres palabras unidas que, a la vez, unían relatos de diferentes actores coincidentes con los nombres del título.  Por entonces, definía la puesta como compuesta por “artefactos apetitosos, formas sólidas y orgánicas, experiencias mixtas de materiales nobles y sintéticos” que dialogaban muy cómodamente con la arquitectura distintiva de las salas. “Basso tiene mucho de orquestador de espacios” reconoce su curador actual Lux Lidner y lo asimila a un espacio pictórico inmersivo, donde los objetos se presentan como abstracciones de un mueble o referencias arquitectónicas utilizadas de un modo renovado. La base de su trabajo deviene del mundo gráfico y Basso utiliza un programa de diseño para encontrar la forma más interesante de poner las formas tridimensionales en un diálogo, como si fueran estaciones de un recorrido imaginario. Lidner llama a esto “una inspiración basada en el clonado culposo que la clase media hace del lujo de las clases superiores”. Tal vez sea cierto, en un texto de principios del milenio, el crítico Jorge López Anaya ensayaba una definición del kitsch como algo pretencioso, artificial, que se lo reconoce, pero también se le desconfía. Aplican aquí casi magistralmente esos conceptos, ya que las piezas de Daniel encuentran un nuevo estado que oscila entre la afirmación y la suspicacia, mediante algunos indicios que no concuerdan ni con el uso ni con la procedencia, pero se recargan con una nueva poética.

Sala con público

Un arco de medio punto que simula una ventana, utilizado para colgar dos pendientes largos que son las piezas de una balaustrada rescatada en Mar del Plata, de madera maciza pero pintadas para no reconocer la calidad original sino destacar su forma en ese marco. Un largo estante blanco y vacío ubicado en la pared del fondo de la sala que se inspira en una similar que vio en una cantina de Madrid, pero el material ya no coincide, ha sido trocado por poliestireno expandido y sólo conforma una memoria evocada. Una parte rectangular de un muro de ladrillos a la vista soportada por unas patas de mesa de bajo costo en caño tubular pintado. Dos piezas largas de reconocibles molduras arquitectónicas unidas por el contraste de una tela de pana que toma la forma de un acordeón como fuelle falso. Aun cuando están presentadas con patas y en posición horizontal no son un banco para sentarse. El resto de una viga de madera trabajada por los buenos oficios de carpinteros típicos de La Feliz opera como pilar y base de un labial gigante hecho en plástico policromado, resto de un exhibidor comercial en una perfumería. Una factura vienesa con la inconfundible línea de membrillo en diagonal, pero mucho más grande y transformada en especie de lápida de granito descansando en el suelo amarillo alfombrado. El color de la cereza y del dulce son visibles, pero ya no construyen el mismo objeto. Daniel construye universos y nos hace preguntarnos de qué están hechos.

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