CCJACG | Centro Cultural José Amadeo Conte Grand
San Luis esq. Las Heras, San Juan

Inauguración: miércoles 13 de julio a las 20.30 hs.
Curadora: Julieta Gagiulo
Origen y Destino
Antes con sus “Paisajes del alma” y ahora con “Registros cuyanos”, Enrique Testasecca se sumerge en una temática clásica de la pintura universal, que cuenta entre nosotros –y muy especialmente en Mendoza– con una sólida y fecunda tradición.
Formado en la Universidad Nacional de Cuyo, Testasecca incorpora después la experiencia de su paso por el Museo Provincial de Bellas Artes, dónde actúa primero como encargado del acervo patrimonial y al cual retorna luego en calidad de restaurador. Y éstos no son meros datos biográficos, sino señales que contribuyen a significar su propia opción creativa. Así, el ritual de comunicación con ese paisajista mitológico que es Fernando Fader no supone para nuestro artista una simple aproximación visual, ya que en su caso la sensación táctil de contacto con la materia otorga a tal conocimiento una intimidad física a la que otros no tienen acceso.
A esta tutoría histórica debemos sumarle tanto la guía directa de Eliana Molinelli en Dibujo, cuanto la influencia transversal de los maestros Carlos Alonso, Ángel Gil y Orlando Pardo, en Pintura, ya que Testasecca las reconoce como igualmente determinantes para la formulación de su estética personal.
Agreguemos a esto que quien elige hoy explorar su propia versión de un asunto varias veces centenario está dotado, sin duda, de una determinación no exenta de valentía. Tal nos parece el caso de Enrique Testasecca, porque ha sabido sustraerse al recetario adocenado de cierta cofradía docente- crítico-curatorial aun hegemónica, aquella que privilegia el discurso pseudo-conceptual por sobre la perseverancia en una disciplina y en su dominio técnico. En vez de sumarse a la vacuidad gregaria del lugar común, él ha preferido seguir el curso profundo y silencioso que le dicta su instinto; y tal parece que éste lo ha protegido de ese tipo de encantamiento barato que, desde Hamelin hasta nosotros, atrae a las ratas hacia la corriente en que fatalmente habrán de ahogarse.
Quizá Testasecca podría acelerar la llegada de su cuarto de hora a la fama –ese que según Warhol nos alcanza a todos– si se decidiese a tomar ciertos atajos. Por ejemplo, si se planteara una imaginativa instalación con una rueda de bicicleta, un repollo y un condón usado; o se integrase oportunamente a un “colectivo”; o bien reprodujese en su ciudad algún facsímile con copyright emitido en Nueva York, Berlín, Tokio o Buenos Aires. Pero como apenas se obstina en pintar –y para colmo paisajes autóctonos–, deberá esperar todavía un poco más. Tampoco mucho, porque los saldos de temporada se rematan cada vez con mayor celeridad, y ya Londres ha asistido, en el mismísimo atrio de la Tate Modern, a inequívocas manifestaciones de hartazgo respecto del Neoconceptualismo.
Mientras tanto, Enrique transporta montañas y cielos de vértigo a la tela.
Renunciando a todo efecto ornamental, su mirada se concentra hasta una densidad minimalista. Estas imágenes de belleza esencial, de contenido cromatismo a veces al borde de la esfumatura, no remiten a una interpretación directa del artista, sino a su memoria más íntima y profunda de la tierra natal, precisamente a aquella que traspasa los mecanismos ordinarios de la conciencia. Y aunque su visión resuma una experiencia grávida de siglos y escenarios diversos, en realidad está galvanizada por una tensión inequívocamente contemporánea y por la pertenencia al espíritu de un sitio singular: su propio, intransferible, espléndido lugar.
Como en el río de Heráclito, este cauce perpetuo desborda de agua nueva.
En esa luz y en ese devenir que burla al tiempo despliega Enrique su horizonte. Un horizonte que él no ha querido desgajar de los Andes, porque allí brama el fuego originario de su fuerza y se traza su destino de artista americano.
Prof. Arq. Alberto Petrina
Director Nacional de Patrimonio y Museos