Juncal 790 P.B.
Texto curatorial
Desde el año 2009 en adelante, Diana Dreyfus viene desarrollando la elaboración sistemática de un verdadero pensamiento picto-gráfico, con todo lo ortodoxo que pueda implicar ese encuadre, y a la vez con las variaciones, extensiones y hallazgos que se esperan de todo aquel artista que, como ella, se autoimpone la necesidad u obligación, de interrogar, de examinar y, en última instancia, de poner en cuestión justamente todo eso que conforma su identidad autoral.
Dreyfus pertenece al linaje de los formalistas, en el sentido que le confirió a esa palabra el arte moderno, o sea en la acepción más técnica y menos prejuiciosa, allí donde las transformaciones y alternancias en la extensión del lenguaje no son tanto, o solamente, la evidencia de un sistema de ideas sino que se corroboran en el campo de la acción física, sostenidas en los fenómenos visuales y espaciales de herramientas, materiales y soportes, antes que en el ideario conceptual de cualquier catalogación, llámese ésta abstracción, geometría o escritura asémica.
De hecho, en los títulos mismos de las series elaboradas por la artista, desde esa fecha en adelante, pueden seguirse las pistas del modo en que ella concibe esos comportamientos. Allí se habla de “relatos”, y lo que parece relatarse es “eso” de lo que ha quedado apenas alguna secuencia de huellas y marcas residuales, en un derrotero de cruces, trazados e imprimaciones de sustancias tan palpables como misteriosas, que insinúan sus peripecias sobre la insistente porosidad del soporte. Se habla de “pliegos” y, en efecto, la proliferación exuberante de texturas, pinceladas, manchas, arrugas y cicatrices se multiplican en patterns seriales, prolijamente regulares o imprevisibles como manchones espontáneos, secciones infinitamente variables de un terreno que se extiende y avanza solo porque sus parcelas se vuelcan sobre sí mismas, dejando apenas como marcas visibles los sellos, los registros de infinitos dobleces. Se habla de “apuntes” y “notas”, con todo lo que connotan esas palabras en la práctica cotidiana de la gramática, y no hay cómo no inferir que Dreyfus quizás sea una calígrafa de conjeturales alfabetos y letrismos, agitándose atribulados en las catárticas irrupciones de un idioma inconcebible, una lengua incógnita, arqueológica o futura, que se trastorna y se desvela hoja tras hoja, tan ensimismada como infatigablemente mutante.
Al mismo tiempo, nada de lo antedicho tendría mayor sentido si no fuera por la instantánea atracción sensorial que estas “partituras” ejercen sobre el espectador, devenido en el azorado huésped de una fiesta con músicas incorpóreas y silenciosas, sustentadas apenas en la proliferación cosmogónica de signos en superficies rebatidas, telones escenográficos de un mundo que se escabulle en las moléculas del papel de seda apenas creemos haberlo comprendido. Un umbral de acceso sucesivo y simultáneo nos lleva a ningún lugar, a ningún código ni a ninguna ley, salvo a lo instaurado tácitamente por la inextricable polifonía dialectal de sus floraciones, solo transitables bajo el manto de amorosa transfiguración, de delicada prodigalidad con la que Diana Dreyfus alimenta y reafirma la categoría de su oficio, y consecuentemente eleva la cualidad de nuestra mirada.
Eduardo Stupía
La muestra se podrá visitar desde el jueves 30 de octubre, 18 a 20 h hasta el viernes 28 de noviembre en Galería van Riel, Juncal 790 PB, C.A.B.A.
Días y horarios de atención: lunes a viernes de 15 a 19 hs
Entrada libre y gratuita