News Argentina

miércoles 16 de julio, 2008
ARTEAMÉRICAS, EN ESPAÑOL Y CON LENGUAJE CONTEMPORÁNEO
por Gaffoglio Loreley
ARTEAMÉRICAS, EN ESPAÑOL Y CON LENGUAJE CONTEMPORÁNEO

Miami resultó la mejor aliada del arte latinoamericano durante el desarrollo de la feria Merryll Lynch Arteaméricas, que del 15 al 18 de marzo pasado, en el neurálgico South Beach Convention Center, puso en el candelero a la producción regional, con un énfasis nada desdeñable del arte argentino.

Embajadoras de lo nuestro, ocho galerí­as porteñas sumadas a una mediterránea-de un total de 70 espacios- desplegaron un recorte calificado de obras made in argentina en el marco de una muestra chica pero intensa, que aglutinó a las vanguardias históricas al lado de la producción más reciente. Ese mix resultó el más efectivo para que el público se formara una idea cabal sobre el recorrido trazado por las artes plásticas de la región.
Con amplios stands, de cuidado montaje, prevaleció en lo escenográfico la ecuación de Mies Van der Rohe de menos es más y así­, con una selección contenida de artistas, las obras se lucieron sin abrumar ni empalagar.
Sin tradición cultural de peso en la que apoyarse, hoy Miami habla claramente el idioma del arte contemporáneo. Por eso, la presencia en la feria de grandes firmas como las de Seguí­, Torres Garcí­a, Lam, Tamayo, Soto, Matta y Botero, flanqueadas por piezas de última horneada, sirvieron de didáctico prefacio para introducir lo nuevo. Y, de paso, reverenciar una herencia plástica que sí­ tiene de qué jactarse.
Apelando a ese legado, la galerí­a Van Eyck recreó el quehacer de las vanguardias rioplatenses constructivistas y Madí­, con piezas que partí­an de Arden Quin y Garcí­a Rossi y se detení­an en profusos ejemplos de Lozza, Hlito, Melé y Barragán. El aire renovador lo aportó Beto de Volder, sin quebrar un ápice la cohesión de esa ascética geometrí­a, servicial a la invención más pura. Ese enjundioso núcleo abstracto le dio continuidad histórica a la obra de Gyula Kosice, el invitado de honor de la feria, cuya producción se expuso en un lugar destacado.
Con sus ya conocidas apelaciones al mundo de la infancia, Arteaméricas mostró un contrapunto interesante-aunque desde espacios expositivos diferentes-en los lienzos de Carolina Antoniadis y Claudio Gallina. De colorido fabuloso las telas de la primera, la superposición de personajes sin rostros insertos en un marasmo de indómitos cí­rculos concéntricos detienen su pintura en el instante preciso de la evocación. Las rayuelas y los guardapolvos en Gallina son guiños más explí­citos que introducen al lienzo en una narración de corte surrealista con semántica abierta.
En la otra orilla, lo testimonial en las aglomeraciones y situaciones urbanas de Mariano Molina, plasmadas en el lienzo a partir de un retro proyector cuya imagen será luego será definida por aerógrafos, le dan a la composición un tono difuso y así­ el artista introduce las técnicas renovadoras de la pintura.
La fotografí­a, con todos los artilugios que permiten la invención y las nuevas tecnologí­as, fue, después del óleo, la gramática más utilizada por los artistas. La guatemalteca Verónica Riedel, por ejemplo, se inspiró en la fisonomí­a de reinas incaicas a las que ensalzó con encajes, piedras y brillos cosidos al lienzo.
Las fotos-performances de Cecilia Paredes mostraron a la propia artista como ave, oruga, araña y crustáceo. Un punto alto fue su mutación como la diosa Hera, reina del Olimpo y protectora de las mujeres; tema que volvió a abordar en un lienzo-tapiz construido í­ntegramente con plumas verdes y azules de pavo real en alusión a los ojos del gigante Argos, preservados en sus colas, según la mitologí­a.
A partir de una técnica compleja que combina fotografí­a, pintura y la geografí­a de los Everglades de La Florida, el marplatense Pablo Soria, instalado hace tiempo en Miami, creó paisajes hipnóticos, con asombrosa profundidad de campo. Su obra, deudora de la técnica del 3D, se repitió en diversos espacios y se explayó en superficies de gran formato.
Tal como se vio en la Bienal de Venecia de 2001, la rosarina Graciela Sacco cuestionó en montajes fotográficos el lí­mite entre lo privado y lo público a partir de ojos de mirada punzante inmiscuidos en superficies insólitas: paredes derruidas, capiteles, cornisas, el suelo. La imagen fragmentada en retazos de papel fue la otra variación expuesta de su trabajo.
"I want to be a rock star", tituló Marcello Mortarotti a la sucesión de estrellas de mar perdidas en el fondo del océano e iluminadas por esa originalí­sima técnica que patentó a partir del laminado. "Peace summit", bautizó al encuentro de una torre, un caballo y una reina en un despojado tablero de ajedrez. Los rostros deformados de Flavia Da Rin, las poses severas de Marcos López junto a las balas perdidas que vuelve a encontrar De Bony completaron los enví­os en soporte fotográfico.
Los espacios que apostaron todo a la pintura no fueron pocos: Jacques Martí­nez llevó la explosión gestual de Pérez Céliz; Dharma se inclinó una vez más por la desprejuiciada figuración Alan Lepez y por las veladuras y superposiciones figurativas que logra el ahora "neoyorquino" Eugenio Cuttica. La simbologí­a musical de Ides Kihlen colmó el recinto de GM; Arguello Pit, Aveta y Diaz, la selección de Via Margutta; mientras que Pabellón 4 llevó a artistas emergentes como Alejandro Thornton y Lucila Poisson.
Entre los consagrados, Ferrari (gran suceso de ventas el año pasado) y Iommi fueron la opción de varias galerí­as. Y un lugar por demás destacado se llevó por derecho propio la producción electrocinética de los artistas venezolanos: Magdalena Fernández, con su danzante cuadrante de aluminio abriendo la feria, cautivó, pero la revelación fue el nieto de Gego, Elí­as Crespí­n, con su instalación Diez cuadrados, propulsados por motores de impresoras: con parsimoniosos y sincrónicos movimientos, en el espacio se iban dibujando un sinnúmero de figuras geométricas a partir del ritual que emprendí­an los cuadrados de aluminio, sostenidos por tanzas invisibles. La impactante obra engruesa ahora la colección Cisneros Fontanals (CIFO) y se exhibe en su sede de Wynwood.
Comentados fueron también los exquisitos bronces de Botero, el juego óptico del plexiglás de Polesello, las telas superpuestas de Espinoza y la pintura de Marí­a Freire, que llevó Cecilia de Torres. Un espontáneo homenaje tuvo Gorriarena, con su retrato de Susana Giménez presidiendo el stand Thomas Cohn.
Al margen de las ventas, lo bueno que dejó Arteaméricas, además del gratificante paneo general por la producción latinoamericana, fue el hecho haber asistido a una prueba de fuego para el quehacer local: los artistas argentinos midieron sus fuerzas con sus pares y ratificaron el lugar de liderazgo que han sabido conquistar. Aunque, de todas maneras, lo que en primer lugar se debe destacar es que en Miami, por tres dí­as, el arte habló en español.