El influyente escultor Tony Cragg, el artista que más ha exhibido dentro de la generación de artistas británicos, con más de 140 exposiciones a lo largo y ancho del globo, visita por primera vez Buenos Aires. Es un lunes al mediodía y lleva en el rostro, pero no en ese cuerpo enjuto y ágil, las doce horas de vuelo desde Wuppertal, donde reside desde 1977. Ni siquiera pasó por el Hotel Alvear, donde se hospedará durante los tres febriles días de su visita.
Ahora deambula entre sus creaciones monumentales, erguidas en la sala Cronopios. Imparte instrucciones a sus dos colaboradores. Hay mucha gente revoloteando a su alrededor. Galeristas de aquí y de San Pablo, autoridades del Recoleta, agentes de prensa, fotógrafos, curiosos y tanta otra gente más. Pide cinco minutos para lavarse la cara y tomar café y así minimizar el inexorable jet lag. Alguien sugiere realizar la primera entrevista que dará en la oficina de Liliana Piñeiro, directora del centro donde su obra se exhibirá hasta el 3 de diciembre.
Cuando llegamos allí, observa por el amplio ventanal que balconea a la barranca de Recoleta y exclama: "Este es un lindo país. Voy a volver el año próximo para recorrerlo en profundidad. Hay muchos sitios de los que me hablaron que quiero conocer. Tengo muchos amigos argentinos y sé que me esperan grandes descubrimientos; asombros que, espero, luego se vuelquen en mis obras. Porque no hay mejor inspiración que la que te regala la naturaleza", dice.
Con apenas una pregunta sobre su origen, comienza hablando de su padre, de los diferentes boarding schools a los que asistió en Inglaterra y en Escocia, de la radio "grande como un ladrillo" que le armó su padre a su pedido- un ingeniero electromecánico que diseñó piezas para el Air Bus y el Concorde-, y de la travesura que suponía escuchar por las noches y a escondidas "Pirate Radio". "Lamentablemente, en la radio que me diseñó, sólo se escuchaba la BBC", confiesa como para romper el hielo. Pero es menester empezar por el principio para conocer, de primera mano, cómo siente y concibe el arte este artista aclamado mundialmente cuyo pensamiento expondrá por primera vez en el país.
¿Cómo se despertó su interés por el arte y cuáles fueron sus primeros intereses? Estaba trabajando en un laboratorio de caucho, con gente mucho mayor que yo, y en mis ratos libres comencé a dibujar. Tenía 19 años y el dibujo fue un imán instantáneo; se convirtió en algo más importante que ese trabajo que realicé durante un año y medio. Así apliqué para entrar en una escuela de arte británica. El primer arte que ví y me interesó fue la producción de los conceptualistas, minimalistas, el Land Art, Arte Povera y Joseph Beuys. Tenía afinidad con esas sensibilidades, esas ideas y con las soluciones formales que yo también comenzaba a realizar. Mi primera producción estuvo muy influida por esos artistas 15 años mayores que yo. Pero ahí también comenzaron los conflictos y las contradicciones: algo no encajaba en el romanticismo de los procesos que admiraba. No quería imitar procesos ajenos y, además, ser el último. Me llevó gran parte de los años 70 encontrar mi propio lenguaje. Quería utilizar materiales ajenos a las situaciones urbanas, tan en boga en ese entonces. Mi interés se orientaba hacia referencias y materiales más complejos; necesitaba expandir el gesto antes que reducirlo a su mínima expresión y salirme del ámbito conceptual de agrupar objetos porque, además, era un lenguaje repetitivo. Eso fue después de exponer en la Lisson Gallery con Richard Deacon, Anish Kapoor y Hill Woodrow, entre otros, un repertorio de formas agrupadas sobre el suelo, que atendían a una relación muy consciente entre la imagen, la materia y el objeto, como gesto contestatario hacia el Land Art y el Minimalismo.
¿Qué orientó su nueva búsqueda? El tratar de encontrar y pensar una nueva forma y metodología de pensar y concebir el arte, que se manifestara en una acción concreta y que no quedara encerrada en lo meramente conceptual, sino que se trasladara a la obra. Así de arduo, para mí, fue el desafío que me auto-impuse: resultó complejo tomar distancia de la propia perspectiva, mecanismos y pensamientos para llegar al concepto con el que trabajo hoy. Porque lo que entendí fue que en cierto punto hay que dejar de cuestionarse el significado de las cosas; quizás no sea tan importante lo que ellas signifiquen.
¿Cuál es hoy el eje que guía su producción? La comunión del ser humano con la materia, con todas las materias, ya que no hago distinción entre materiales nobles o prosaicos, digamos. Todos tienen un mismo nivel de gravitación en la vida del hombre y son capaces de expresar un potencial inédito, desconocido, además de trasladar contenido y sentido en el más amplio espectro. Somos la extensión de la materia y el no cuestionarla, investigarla y crear nuevas formas con ella, formas que nos interroguen a nosotros mismos, es desperdiciar los medios al alcance del hombre. Porque la materia, los materiales, tienen además de una existencia física, una existencia metafísica: inundan con su presencia de sentidos, experiencias, sensaciones y emociones. En ella radica la capacidad del artista para encontrar una forma intermedia, nueva, que desafíe nuestro propio conocimiento de las cosas.
¿Eso son sus esculturas, un "viaje" a lo desconocido, que acerca nuevas experiencias? La decodificación o interpretación de la obra siempre es subjetiva. Lo que yo quiero transmitir es que es deber del artista primero, tener cierta ética con la materia y segundo, infundirles un sentido a las cosas sin convertirlas en objetos de uso o útiles. Prescindir de todo utilitarismo. Para mí la escultura, según yo la entiendo, recién está comenzando. Creo que en un futuro habrá una infinidad de estructuras, nuevas formas, y que la escultura será un medio vital de exploración. Mientras que la pintura y las instalaciones, a mi entender, ya encontraron un alto grado de desarrollo, en la escultura, todavía, esto no ha sucedido. Recién comienza.
¿Se refiere al arte escultórico aliado con la ciencia y la investigación? Creo que ningún saber o disciplina hoy prescinde de la ciencia. Directa o indirectamente, siempre se la incorpora. Pero no es la razón del arte. La importancia del arte radica en revalorizar las experiencias humanas; es un entrenamiento existencial que suma valor y emoción a la vida.
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