Nota publicada online

martes 16 de julio, 2013
Leandro Erlich
La fascinación del engaño
por Rodrigo Alonso
Leandro Erlich

Un artista que nos hace participar de la obra para vivir una experiencia lúdica cuya trayectoria pone de manifiesto un trabajo sistemático e incansable y, por el nivel de su producción, no resulta extraño que capte la atención internacional que le permite estar en las mejores instituciones y eventos artísticos del mundo.

Aunque es difícil caracterizar la obra de Leandro Erlich en términos formales, no parece erróneo afirmar que toda ella se origina en un mismo punto de partida: la observación inmediata. Si se presta atención, es fácil ver que la mayoría de sus trabajos involucra espacios habitables, objetos de uso diario, situaciones cotidianas. Un ascensor, una piscina, los espejos que multiplican ciertos recintos, los paisajes que se vislumbran desde las ventanas, las acciones de los vecinos vistas a través de una persiana americana, encuentran en las instalaciones del artista una manifestación sorprendente, aunque no por esto completamente exentas de su habitualidad. De hecho, gran parte de su atractivo proviene de la forma en que nos invitan a repensar lugares y acontecimientos comunes, tornándolos en sitios de perplejidad y magia.

 

Quizás una de las primeras claves para aproximarnos a su obra sea su interés por la arquitectura. No sólo por la frecuencia con la que aparecen en sus obras las puertas, las ventanas, los cuartos, los pasillos, sino más bien, por la centralidad que juegan en ellas ciertas nociones de esa disciplina, como las escalas, las vistas, las perspectivas. La arquitectura aparece aquí, no ya como ese arte de la construcción que origina edificios bellos, soluciones habitacionales e identidad urbana, sino como algo más esencial: como el dispositivo que determina nuestras relaciones con el espacio, nuestras percepciones, nuestras orientaciones y hábitos.

 

Es sobre esto último que Leandro Erlich realiza sus operaciones estéticas. Conmueve nociones espaciales, juega con las percepciones, desorienta, cuestiona la habitualidad. Por eso es tan difícil caracterizar su trabajo en términos formales, no porque éstos no sean importantes –por el contrario, si hay algo en lo que el artista es un maestro es en la manipulación de las formas– sino porque ellos cobran sentido en función de unefectoque es central en la poética erlichiana. Ese efecto no se reduce a la sorpresa –aunque este sea muchas veces el primero– sino que se prolonga en un cuestionamiento a los modos en que vemos, analizamos e interpretamos la realidad y el mundo.

 

A finales de 2012, el público de Buenos Aires tuvo la oportunidad de asistir a dos tipos de producciones características del artista: la instalación monumentalEdificio–con la que se inauguró La Usina del Arte en el barrio de La Boca–, una de esas que son favoritas de las grandes instituciones y bienales internacionales –recordemos que Erlich presentó obras de esta envergadura en MoMA PS1, New York, y la Bienal de Venecia [La pileta, 1999], el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía [La torre, 2007], o la Bienal de Shanghai [El estudio de ballet, 2002], por sólo mencionar algunas–; y una exposición individual en la Galería Ruth Benzacar con piezas que a veces pueden caracterizarse como “obras”, y otras, habría que considerar más bien como verdaderas intervenciones sobre el espacio expositivo.

 

Como en la mayoría de sus instalaciones monumentales, la presentada en la Usina del Arte lleva al primer plano la participación lúdica del visitante. Su ubicación en un entorno de asistencia masiva determina en gran medida este hecho. Aquí, los juegos ópticos, de escala y preceptivos, dan paso a otro juego –el del espectador–, aunque éste sólo aparece cuando el participante llega aidentificarsecon el entorno o situación en el que ha sido inmerso. Este proceso de identificación es clave para el funcionamiento de la obra; su origen se encuentra en el teatro y el cine, disciplinas a las que el público suele estar más acostumbrado.

 

En Edificio, la fachada de un inmueble ubicada en el piso y reflejada en un enorme espejo inclinado, permite que la gente actúe sobre ella generando situaciones de todo tipo que son capturadas por la superficie espejada. La identificación traslada ilusoria y emocionalmente al espectador hacia la escena propuesta por la pieza, y éste siente que “flota” o “cae” frente a la construcción. La fascinación transforma el engaño en una fuente de placer estético. Típicamente, el público toma una fotografía de los escenarios que él mismo crea como recuerdo de su paso por la instalación. Esas imágenes, que dejan de lado la estructura que habilita la ilusión, funcionan como una nueva obra dentro de la anterior.

 

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