Nota publicada online

jueves 26 de julio, 2018
Claudia del Río y Carlos Herrera en Nora Fisch
Trulala Dueto
por Pilar Altilio
Claudia del Río y Carlos Herrera en Nora Fisch

Desde su acuerdo en 2006, los dos artistas rosarinos, han intentado una mirada que rescata el trabajo de pequeñas empresas en extinción produciendo obra a cuatro, seis y ocho manos.

Dos artistas  que comparten el litoral y la pertenencia a una ciudad como Rosario donde se formaron, pero su obra individual no se relaciona con los proyectos que hacen en conjunto, así como tampoco pertenecen a la misma generación. Pero estos contrastes no hicieron mella en su capacidad de crear un sistema colaborativo que se propone destacar algunas de las pequeñas empresas manufactureras que sobreviven en la provincia de Santa Fe. Claudia del Río (1957) y Carlos Herrera (1976) se juntaron por primera vez en 2010 para crear un proyecto en colaboración con la Cristalería San Carlos. La idea era desarrollar no sólo un señalamiento de oficios característicos sino probar una comunicación colaborativa que sumara a un pequeño grupo de personas cuyos saberes tienen casi la misma génesis de los oficios que se aprendían en los talleres, con habilidades que pasaban de generación en generación. De allí salieron unas piezas de gran porte, curiosas en su forma, pero impecablemente realizadas. Seis años después se unieron nuevamente para recrear estas piezas con otro título“¿Cuánto pesa el amor?”en la sección Dixit de la edición de ese año de arteBA.

En esta ocasión, en la sala 1 de la Galería Nora Fisch presentan “El beso del barro”, una serie que se desdobla en piezas en barro y piezas en bronce, realizadas en tres empresas: el Taller de Cerámica Artesanal LA GUARDIA, Taller de alfarería WINKLER y la FUNDICIÓN ARTÍSTICA S.H. Montadas mediante un singular dispositivo por sus diferencias, se distinguen tres series. Las de gran porte, levantadas al torno por dos alfareros expertos, Rubén Winkler y su hijo Fer, siguiendo directivas expresadas en el papel por los dos artistas. Su tarea era desarrollar el volumen básico, mientras que las terminaciones singularizan otras huellas sobre las piezas. Rastros que dejan ver algunas caritas esbozadas, con ojos pequeños y bocas voluminosas, que tienen una apariencia diferente de las macetas que descansan en un pequeño espacio de la sala. El color también forma parte de esa intervención, logrado al colocar una capa de aceite antes de la cocción en horno de leña. Al fundirse les confiere un humeado especial que se adapta muy sugerentemente a esa modulación manual que tienen las superficies, como de barrido inexperto que constituye su valor de pieza de arte.

Luego está la instalación de pared de las tejas musleras, llamadas así porque se moldean literalmente en los muslos. En esta producción hay un trabajo de rescate especial que tiene una historia interesante. Es una tradición en el litoral el uso de estas tejas que, como se sabe, aíslan el calor sofocante. En la difusión se encargan de resaltar que “las tejas vienen de la colonia, los negros esclavos llegan y piden trabajo, sus muslos largos anuncian las tejas. El barro se mezclaba con boñiga de caballo. Así se copió la piel, también quedaron guardadas las escamas/células que siguen alojadas, junto a mensajes cifrados que venían a aliviar el trabajo sin sol ni descanso, le llaman decoración incisa o esgrafado.” El Taller de Cerámica Artesanal LA GUARDIA, creado en 1960, hoy en día es dirigido por una artista, Juliana Frías y propicia la incursión de artistas en esta técnica ancestral hecha con la arcilla del riacho Santa Fe, del barrio La Guardia. Claudia y Carlos trabajaron sobre sus muslos en un verano haciendo 53 piezas, dejando otras señas en el reverso que pueden verse claramente.

Finalmente, llegan a FUNDICIÓN ARTÍSTICA S.H. y descubren que mantienen una técnica de molde llamada cama de arena que ellos hacen desde los años cincuenta. El plan consiste en que “el bronce en estado líquido es vaciado sobre la impresión dejada por un objeto sobre una superficie de arena previamente aglomerada con arcilla otorgando plasticidad suficiente para lograr el cometido final”. Así, como era otoño, recogen unas ramitas podadas del árbol de Paraíso y con este material hacen sus primeras fundiciones, a las que se les acoplan unas piezas olvidadas en un depósito polvoriento. Restos donde aparecen figuras femeninas recostadas, hombres empuñando rifles, pies de ave y otros segmentos de bronce que seguramente integraron piezas mayores de esta broncería que estuvo dedicada mucho tiempo a realizar bustos, monumentos, trofeos y hoy mayoritariamente al arte funerario. Si bien son de bronce, estas sutiles combinaciones que, desde una primera mirada parecen simplemente ramas secas, se bañan en un líquido que las torna oscuras una vez pulidas.

El conjunto de esta muestra se ve realmente muy bien gracias al afecto que producen una segmentación del fondo hecha con cortinas de bandas rojas comunes en el litoral, que modulan el espacio y lo colocan en una situación muy diferente de lo que sería una exhibición museística. Muy recomendable y sugerente.

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