Nota publicada online

martes 9 de abril, 2024
Bosquizarse en Hotel Dadá
Recuperación de los vínculos naturales como acto artístico
por Silvio De Gracia
Bosquizarse en Hotel Dadá

En el arte, la naturaleza se convierte en revolución, Herman de Vries

En su libro ya clásico, Tras el rastro animal,[1] el filósofo Baptiste Morizot se desmarca de la palabra “naturaleza” y la reemplaza por un término extraño y a la vez poético: bosquizarse.  Nos explica que este otro término proviene del francés antiguo, y que era empleado por los madereros de Québec para nombrar su regreso al aire libre, después de cada visita a la ciudad para vender sus productos.  
Morizot, retomando al antropólogo Philippe Descola, critica la palabra “naturaleza” por entender que no es inocente, sino la expresión de una civilización que valora lo natural como aquello que está afuera, escindido del ser humano, y que se presta inerte a ser explotado o explorado, pero que de ningún modo es el lugar que habitamos.  La naturaleza “existe”, pero es todo lo que está afuera, contrapuesto al mundo humano interno.
La “construcción” de la idea de Naturaleza -y las consecuencias que esto ha implicado para su tratamiento-, se configura en el seno de las sociedades industrializadas, y responde a un esquema donde se reconocen tres fases: pródiga, catastrófica y apocalíptica. La fase pródiga se relaciona con la imagen de una Naturaleza dadivosa, cuyos recursos inagotables son susceptibles de ser violentados por la humanidad. La fase catastrófica corresponde a la imagen de una Naturaleza saqueada, dominada y desgarrada. La fase apocalíptica, en la que ahora estaríamos insertos y en la que se acrecienta la amenaza sobre la existencia humana, se asocia a la imagen de una Naturaleza que demanda ser reconocida y redimida. 

Los trabajos de Silvina Torviso y Daniel Sarobe derivan de una aproximación teórica, pero sobre todo sensible, a este aparato conceptual que se yergue como dispositivo crítico de la “construcción” del concepto de Naturaleza marcada por la confrontación humana. De algún modo, que no es fortuito, su muestra, titulada Bosquizarse, parece hacerse eco de la pregunta que subyace en el magnífico libro de Phillippe Descola, Más allá de naturaleza y cultura:[2] ¿es posible pensar un mundo sin distinguir entre la cultura y la naturaleza?
A contracorriente de posturas románticas o de cierto misticismo naturalista, las proposiciones de Torviso y Sarobe se enraizan en un territorio concreto de acción poética, en el que se revela un desplazamiento eminentemente ecosensible, que deja atrás el destructivo impulso dominante para reconvertirlo en un indispensable  impulso redentor. 

Para el artista Herman de Vries las cosas mismas, hablan de sí mismas, porque tienen una realidad que es concreta. En la mesa, blanca y larga, donde Torviso y Sarobe disponen elementos naturales recolectados en su entorno, es la naturaleza la que se presenta a sí misma.  Los 52 módulos o bases de madera que, a modo de pequeños pedestales, “sacralizan” lo que exhiben, incitando a una mirada atenta y detenida, no constituyen una “estetización” de lo natural, sino una experiencia directa, una irrupción de la naturaleza en el arte.
 
En diálogo con esta mesa, se presenta otra, que es cuadrada y negra, y en la que se muestran una serie de objetos “artísticos”, es decir, creados o intervenidos por la acción humana. Aquí se acumulan dibujos en grafito y tallados en mdf, planchas de yeso talladas y con escrituras hechas con letras de golpear, pero lo que prevalece es la visión de una caja conteniendo un pequeño nido y plumas de ave. En esta mesa, cultura y naturaleza se intersectan, a partir de la retórica de la representación.  Los dibujos y tallados replican, casi de manera obsesiva, las tramas de la naturaleza, evocando conjuntos de ramas o los entramados que se juegan en la construcción de un nido. La trama “real”, hecha de ramitas enlazadas armoniosamente, se expone montada sobre un tablón, que ha sido fijado a un muro exterior de la galería, casi a manera de poste totémico.
 
La construcción es uno de los temas que recorre toda la muestra. Dos videos dan cuenta de esto de una forma notoria. En Devenir pájaro, un primer plano de las manos de los dos artistas nos muestra el proceso de elaboración de un nido de grandes proporciones. No hay afección de la naturaleza, sino una recuperación de los vínculos con lo natural como acto artístico. Las manos que manipulan los mismos elementos que emplearía un pájaro no son desvastadoras ni agresivas, sino amables y conciliadoras. Por otro lado, este volverse pájaros, adoptando sus procedimientos, nos habla de la idea de construcción como acto colectivo. El otro video, La lluvia y los días, registra otro ejercicio constructivo, pero ahora realizado a partir de tirantes de madera, productos de la elaboración humana. La acción muestra a los artistas en una casa en ruinas, levantando un refugio de tirantes, que van apoyando y anudando a una planta que ha crecido dentro de una habitación. Así, la cultura se sostiene en la naturaleza, el tirante en la rama desnuda, lo transformado en lo primario. No es casual la elección del lugar. La casa, invadida por plantas y malezas, indicia el reflujo de lo creado por el hombre, desbordado por el libre retorno de la vegetación silvestre al flujo de los procesos naturales.

La pieza central de Bosquizarse es un nido de escala humana. Se trata de un refugio natural, un objeto escultórico de intensas resonancias poéticas, que ambos artistas construyen, apropiándose del “hacer” de los pájaros. Pero la trascendencia de esta pieza se cifra en el proceso: en el hacer como pájaros los artistas superan el distanciamiento entre arte y naturaleza. La construcción de un hogar “animal” deviene no solo experiencia concreta de otro modo de hacer y de habitar, sino esencialmente una forma de meditación sobre la interrelación del humano con el animal y con el medio.
 
La otra pieza de gran valor poético y conceptual, sobre la que igualmente se estructura la exhibición, es el video titulado La sombra del follaje. La cámara sigue a los dos artistas que, con los ojos vendados y partiendo de puntos diferentes, intentan encontrarse dentro de un bosquecillo, empleando para esto silbatos que imitan las voces de distintas aves. La filósofa belga Vinciane Despret, autora del libro Habitar como un pájaro, [3] nos dice que para un pájaro, cantar es entrar en un gran juego de intensificación de las atenciones, las que se reclaman y las que se conceden”.4 Emulando el canto de los pájaros, los artistas introducen una crítica al oculocentrismo, y apelan a nuestra capacidad de detenernos en la belleza contenida en un signo de encuentro, en una señal que nos permite superar el ver por el sentir. 
 
Con esta muestra, Silvina Torviso y Daniel Sarobe nos proponen otras formas de habitar, mediante la recuperación de los vínculos con lo natural, aprehendiendo la idea de que nosotros estamos dentro y no fuera de la naturaleza. Se nos invita a bosquizarnos, a ser partícipes de un accionar artístico y poético que se revela urgente. ¿Debemos correr al bosque? No. Porque como afirma Morizot, bosquizarse “no exige un bosque en sentido estricto, sino simplemente otra relación con los territorios vivientes: el doble movimiento de explorarlos de otra manera, conectándose con ellos a través de otras formas de atención y otras practicas; y de dejarse colonizar por ellos, dejarse emplazar, dejarlos trasladarse a nuestro interior”.5

 
[1] Baptiste Morizot, Tras el rastro animal, Buenos Aires, Ediciones Isla Desierta, 2020.
[2] Philippe Descola, Más allá de naturaleza y cultura, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2012.
[3] Vincianne Despret, Habitar como un pájaro. Modos de hacer y pensar los territorios, Buenos Aires, Cactus, 2022. 4 Extraído de Entrevista a Vincianne Despret, Cuestionar la propiedad privada desde el canto de los pájaros, en Página 12, Buenos Aires, 12 de agosto de 2022. 5 Baptiste Morizot, op. cit., p. 28

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