ÁRBOLES
Los árboles pueden tener las raíces a flor de tierra o apenas hundidas en ella. Muestran colores que los árboles no tienen. Colores de otra realidad para árboles que, sin embargo, se aferran a la única tierra conocida. Sí, digo que ese es un lugar posible.
Los árboles reciben calificativos como inasibles, improbables; los califico: fantásticos. Y sin embargo, parecen aquello que son: árboles. Árboles del color del marfil y de la más pura savia nocturnal.
La pintura ahora sugiere un registro distinto del lugar habitado, entonces lo dicho se transforma; los árboles en la tierra sobre la que viven, pero sólo es la apariencia de la tierra conocida porque los colores en los que los árboles respiran están abriendo otra puerta. La pintura sugiere una vida, una manera de habitar en el límite entre lo vivo y lo muerto; pero este territorio a habitar no está propuesto desde lo sombrío de los finales obligatorios de la muerte, sino que es un mundo que se muestra sí misterioso, sí enigmático, pero en comunión directa con la vida, con una manera, otra, de registrar la vida a través de la imagen.
Un mundo que no termina de estar claramente definido, los árboles son la excusa, la señal, para llegar a la comunión entre la vida y la muerte, la existencia entre la apariencia del aire que circula entre las ramas. Porque es el árbol reconocible y es a la vez su fantasma quien completa el nuevo territorio. Algo así como golpear las puertas de otra dimensión, otra vez, otra manera de mirar o de pensar los días.
Y es en la reafirmación de este mundo a mitad de camino entre los mundos, cuando tres imágenes, humanas o casi humanas, porque ridículo sería explicitar dentro de esta concepción, el nuevo mundo sugerido, que caminan ciertos paisajes, como si humanos, como si fantasmas, como si la vida nada más transcurriera por ese otro registro creado, como invitación y prueba de que la verdad del paisaje no está totalmente a la vista.
Quizá los árboles sean, además, el preámbulo para la nueva criatura.
Edgardo Lois - Escritor - Julio 2006
Ética y poética de Julio Cortázar ... QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA
Las hojas sueltas del álamo de julio
No resulta absurdo "homenajear" a Julio Cortázar? Porque ¿quién más lejano del espíritu engolado y solemne de los homenajes? Pero ¿acaso Susana Neuhaus no "homenajea" cortazeanamente a Cortázar poniendo las obviedades patas arriba, limpiando las telarañas del ojo como quería Girondo?
Me refiero a operar sobre su búsqueda dentro de la obra de Cortázar. Y aun invertir, jugando, las sesudas afirmaciones de sus propios escritos. Porque puedo ver en esta muestra un "vampírico" acto amoroso ¿y por qué no? Que una mujer espléndidamente viva - una niñita en los días en que él partió a París - succione la sangre más rica y vital de este escritor fallecido hace 20 años es una historia que a Julio le hubiera encantado, sin duda. Una historia pintada que subvierte lo ya publicado, que transforma la improbable verdad de las fotografías como el modo más exacto y honesto de rendirle tributo con justicia.
La obra plástica de Neuhaus reitera dos elementos quizás complementarios. Por un lado, los frágiles arbolitos invernales, despojados de follaje, largos, larguísimos, flotando en una tristísima exhibición de sus raíces (¿posiblemente álamos? ¿Y no parecía Cortázar un álamo del julio porteño, un álamo del Sur?). Por el otro, las hojas "abatidas", me resisto un poco a decir muertas, mucha vida queda en ellas, no en vano los buenos jardineros las usan de fermento (claro, que no a todas, por supuesto).
Acaso Susana Neuhaus responde al juego de los dobles cortazianos y "encara" a la Maga, a Talita, a Feuille Morte respondiéndole a Otro-Sujeto de escritura, desde el bisbiseo del pincel o del grafito. O interviniendo fotos sumándoles papel de diario con caricaturas de Sábat. O agigantando manos o destacándolas mientras se hunden en la arena (la de incontables granos, la, por excelencia, "inenarrable"). O desviando la mirada, bifurcándola del texto, arrastrándola hacia fuera, hacia el mundo, como desinteresándola de la hoja en blanco que espera, arrugada (¿por el uso ajeno?), colgada de un clavo en un muro descascarado (¿por las inclemencias de la Historia?) en vez de reposar en el aséptico escritorio del laboratorio académico.
¿Acaso el ojo con que Neuhaus escruta a Cortazar no es el ojo con el que Julio la mira? ¿No hay un túnel donde cavando se construye - de pura soledad - la compañía, cuando hoja por hoja "muerta" es revivida por el filtro mágico de cada lectura?
Argentina se ha ofrecido en distintos momentos de su Historia como cesta regazo para las hojas sueltas de los desastres del mundo. Cada tanto, los huracanes locales, pero de epicentros múltiples, disparan hacia el exilio - como alguna vez a Susana - desgajadas hojas ateridas de terror o miseria o de simple elegía de futuro. La famosa canción con letra de Prevért habla de un viejo romance que recuerda infancias compartidas (¿en las que soñábamos ser cronopios?), parques donde se juntan hojas muertas... (¿Que juegan - leyendo - a la Rayuela?).
Susana Neuhaus, con su ceñirse atento a la vida y a la obra de Cortázar, nos sugiere una práctica. Si hacemos silencio con cuidado, si aplicamos nuestro oído a las viejas voces que danzan en los bosques de la biblioteca... ¿No oiremos, en el susurro de las hojas nuestras, el canto genuino capaz de sostener a un pueblo?
Graciela Perosio - Poeta