Centro Cultural Borges
Imagino que fue así: una noche de insomnio, Jorge Martorell, agarró los pinceles dispuesto a continuar un trabajo que había comenzado el día anterior, y con esa lucidez que suele dar el estar despierto cuando otros duermen, dibujo una mujer con rápidos trazos del pincel en el espacio blanco que había dejado en la tela, tal vez por cansancio o tal vez porque no sabía a quién replicaba el hombre casi inclinado sobre la mesa aferrando una copa de vino. Agrego otra copa para la mujer, y como si estuviera en la escena sintió ganas de tomar vino, se levanto, trajo una copa, tomo un trago e inmediatamente dibujo un tercer personaje, más joven que los anteriores y por detrás de los otros dos, sentado en una barra, como si fuera un testigo de esa conversación o tal vez, la causa. El hombre y la mujer esbozados con una línea segura, en blanco y negro, con cierto aire antiguo que podía notarse en algún detalle de la vestimenta, contrastaban enfáticamente con el color verde de la mesa y el plano rojo del fondo y mucho más con la contemporaneidad del jóven que los observaba. No quisiera detenerme en la poética del autor -mezcla de épocas encarnadas en los personajes y que evitan una narración unívoca-, pues me interesa volver al momento donde Martorell, al dar por finalizado el trabajo, se da cuenta que hay una mancha de vino en el saco del hombre y dos círculos de *tinta roja* sobre la mesa verde. Sorprendido (sin darse cuenta habría apoyado la copa sobre la tela), decide dejarlos y en esa decisión decide también que en los próximos trabajos usará el vino en vez del acrílico. Bebió el resto de vino tinto que quedaba, mientras recordaba una frase que repetía un viejo filósofo:
*mientras hace, el artista inventa la forma de hacer*. La vigilia había terminado. La obra empezaba. Y el sueño de los ojos abiertos también."