Notas Artistas

Encuentros con la huella de un origen
por Santiago Kovadloff

Las manchas plasmadas en el papel, al igual que las maderas encontradas en ríos y lagos del sur, operan sobre Isabel de Laborde como auténticas incitaciones. Se diría que ella las aprehende como destellos de presencias que despiertan su anhelo de interlocución.
Materias primordiales más que primarias, manchas y maderas, con sus secretas vibraciones y ritmos propios, invitan a la artista, en el momento inicial de ese encuentro, a oír, a interrogar y a dejarse interpelar por el mágico silencio de las formas espontáneas. Es que Isabel de Laborde oye y pregunta con sus ojos y sus manos. De uno y otro modo recorre la piel de esas incitaciones que, poco a poco, la alientan a operar. Así, la vista y el tacto dan vida al preámbulo indispensable para el encuentro ulterior en la creación. Relevamiento de huellas, señales e indicios, ese contacto inaugural permite a la artista adivinar las andanzas del agua y el tiempo en la madera y captar el susurro con que las sendas semiveladas en las machas la incitan a incursionar en la búsqueda de volúmenes y figuras. Luego, lo determinante será el hallazgo de las estructuras geométricas. Sobre ellas se desplegarán las propuestas que hoy vemos consumadas.
Las obras de Isabel de Laborde aquí reunidas se me imponen como espejos singulares donde las errancias del alma, sus pulsiones, sus tensiones, graban el rastro de una marcha incesante en pos de alguna significación. Retrato de formas inminentes antes que acabadas, tanto como de configuraciones difusas y enigmáticos residuos de pretéritas realidades, estas manchas y maderas revelan una inagotable fascinación por lo apenas sugerido, por las voces casi inaudibles de lo venidero tanto como de lo remoto. El recorrido inicialmente intuitivo sobre las texturas disponibles va instruyendo los pasos siempre experimentados de Isabel de Laborde. Lejos de realizar un inventario de perfiles inequívocos, ella optará por la insinuación y lo virtual. Valiéndose de líneas elocuentes, nos hablará de energías en eterna movilización. Blancos y negros, espacios y cavidades nutren el efecto estético logrado mediante un certero trabajo de abstracción. Pero la huella del origen, de esa ofrenda primera que el azar y la naturaleza le han hecho, es celosamente preservada tanto en las manchas como en las maderas.
Las bases que dan sustento a las obras en madera fueron elaboradas por Miguel de Larminat. Hay que decir que son decisivas. No sólo afirman las piezas con certera solidez sino que contribuyen a infundirle su notable prestancia. Su concepción enfatiza la intención de cada obra y faculta el relieve del conjunto.
Quiero por último resaltar el hecho de que las intervenciones de Isabel de Laborde, asentadas en una probada veterana plástica, rehuyen siempre la ostentación del esfuerzo creador. Más bien se ponen al servicio de sus materiales. Y así como las manchas desbaratan las percepciones prestablecidas para estimular el discernimiento de un dinamismo sin mengua, así también el trabajo sobre las maderas impide que la percepción busque amparo en escenarios convencionales. En suma, una aventura, la de Isabel de Laborde, digna de ser compartida.

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Buenos Aires, 2005