Notas Artistas

MADISON AVENUE
La aparición de estas caras en la multitud; pétalos de un ramo húmedo y negro.[1]

Argumento para un guión cinematográfico sobre una historia real. Cualquier semejanza con un hecho de ficción es de pura coincidencia.

 

Primera escena: Federico se embarcó hacia Nueva York para comenzar un nuevo proyecto. Ni bien se instaló en el hotel, se duchó, se afeitó, y sin perder tiempo, tomó la mochila con su cámara y las lentes. Salió. Caminaba por Madison Avenue; de pronto,  miró con curiosidad a un hombre sentado sobre una precaria butaca a unos cincuenta metros de Federico, sobre la vereda: de barba y ojos afiebrados, de brazos en extremo delgados, cubría su flaco cuerpo con una musculosa blanca. En el brazo izquierdo, se veía tatuado un corazón. Apoyaba un codo sobre una pierna y el puño en la cabeza: era la imagen de la desolación; a sus espaldas, una cortina gris de metal cubierta de graffiti rojos y negros. La cara del hombre era en extremo afilada, y su barba y pelo, renegridos. Su cuerpo se curvaba bajo un peso que no correspondía a su flacura, clavaba los ojos sobre un libro y su mirada estaba ausente. Pegados de cada lado de una caja, se veían dos carteles: escritos a mano, con marcador negro decían: Hello, my name is Willy Phrase, do not be afraid, I have AIDS, I am alone, y  rogaba: I’m homeless, please help me, if you can[2].

Las diversas formas geométricas de los edificios se reflejaban en los vidrios y el ladrillo y el acero se combinaban en ellos... Sin pensar Federico sacó su Nikkon, miró a través del teleobjetivo, atento a las sombras, a los gestos, al enfoque; fue el cazador que sigue con la mirada una liebre cuando escapa en el prado. Estudió la tensión de los músculos en la cara del mendigo enfermo. Hacía tiempo que había abandonado trabajar el retrato. Desconocía qué lo llevaba, en ese momento, a ocuparse de algo que ya no le interesaba. Para ese entonces su trabajo se orientaba a fragmentos urbanos... a la experiencia de los límites entre lo concreto y lo abstracto. Buscaba transmitir sus emociones más profundas con los reflejos de la luz sobre los frentes espejados de los edificios: reflexionaba una y otra vez sobre esa frase de Paul Klee que alguna vez leyera: “El arte debe hacer visible lo invisible”. Intentaba jugar con el espacio y el tiempo... rara vez hacía tomas de edificios completos. Buscaba ángulos exagerados, radicales. Algunas veces lograba obras con alguna vaga reminiscencia de la pintura metafísica de De Chirico, otras recordaban algo los trabajos de Mondrian, como le dijera una vez su amiga Helen, observación que despertó en Federico la curiosidad por este pintor. Lo obsesionaban también los maniquíes que descubría en las vidrieras de algunas ciudades. Admiraba la fotografía de Man Ray.

Federico trabajaba con las líneas de los edificios, le gustaba crear espacios diferentes; cuando lo lograba, sentía esos momentos con intensa voluptuosidad y encontraba en las nuevas formas que creaba, nuevas sensaciones. El mundo sólo era un pretexto para revelarle algo de su mundo interno. Decía que le gustaba asomarse al abismo, a los límites. Buscaba la poesía de la imagen que expresara un sentir cósmico y, a su vez, estas imágenes abrían, para él y el espectador, nuevos interrogantes.

Era uno de esos días calmos y silenciosos, típicos de los fines de semana en Manhattan, cuando el ritmo afiebrado parece congelarse, días en los que los hermosos reflejos de rayos de sol entre los edificios y la luz de primavera devuelven el placer de vivir. Luz, encuadre, diafragma, velocidad, una forma de mirar, una forma de ver, una forma de sentir con el ojo apoyado en el visor...  Federico sintió el lúdico placer de jugar con el foco y el fuera de foco, con los ángulos, con la luz, del lado izquierdo, y ahora del derecho...

La cara del hombre atrajo a Federico como un imán... su dolor, su fuerza inexplicable... cambió un lente por otro... hizo varias tomas, una tras otra, cambió el ángulo, los enfoques, la luz... 

 

Segunda escena: Ese mismo día, una mujer, que trabajaba como directora de arte en una agencia de publicidad, también caminaba por Nueva York: a primeras horas de la tarde, se encontró frente al lector de Madison Avenue. El rostro del hombre la conmovió de tal manera que se acercó a él y le propuso que la acompañara al cine. Willie le dijo que todavía no había juntado la suma que necesitaba para vivir por día. Dolores –que así se llamaba la mujer- le preguntó cuánto era. “Treinta dólares”, respondió Willie. Dolores abrió la billetera, sacó treinta dólares y se los entregó.

La película eraThe Shadow,que recién estrenaban en Nueva York. Mientras sacaba los boletos, Dolores le pregunto si ya la había visto y aprovechó para iniciar una conversación. Él relató con simplicidad su nacimiento en Grecia, que había vivido algún tiempo en el norte de África, en Tánger y también en Casablanca y que, al poco tiempo de llegar a los Estados Unidos unos años atrás, se había enfermado deSIDA. Uno de los intereses de Dolores fuera de la publicidad, eran los viajes y los estudios orientales. Visitó la India varias veces, practica el yoga y disfruta del contacto con la gente; en sus viajes suele hablar fácilmente con desconocidos. Esta vez en Nueva York, tenía planeado asistir a unas clases de Ashtanga, escuela de yoga que le recomendaron y que la ayudaría a recuperar su equilibrio y aliviar las tensiones del mundo de la publicidad, esas famosas y agotadoras presentaciones de campaña para convencer clientes desconfiados. Recordaba con fastidio una campaña que le llevó días de intenso trabajo y noches enteras sin dormir, rechazada sin mucha discusión ni explicaciones. Dolores gustaba definirse como “fabricante de sueños”.”¿Acaso Magritte no trabajó en publicidad y fabricó sueños desde sus propios sueños?”, recordaba.

 

Tercera escena: seis años más tarde en Buenos Aires. Durante una conferencia en la Fundación Proa sobre “El arte y el Inconsciente”, Federico se encontró en primera fila sentado junto a una llamativa mujer... “tiene cara de niña y cuerpo y manos de mujer... ¿cuántos años tendrá?”, se preguntó finalmente. De pronto el paraguas de la mujer cayó al piso; Federico se lo alcanzó y, a partir de ese momento, entablaron una conversación en voz baja, sin prestar ya más atención al orador. A la salida, Federico propuso seguir con la charla y fueron a un bar. Pronto, inexplicablemente cómodo con la extraña, le habló de su profesión de fotógrafo y de un viejo proyecto ahora avanzado. Se trataría de un libro centrado en la ciudad, en los paisajes urbanos, en sus colores, sus texturas y edificios y, quizá, algún retrato.  La mujer lo escuchó con atención para luego contarle que su profesión y le de él, eran complementarias.

Federico tenía con él su carpeta de trabajos y la mujer quiso verla. Al abrirla, al ver la primera foto, la mujer enmudeció y ya no pudo quitar los ojos de esa cara: sorprendido, Federico preguntó:

-¿Qué te ocurre? Parece que viste un fantasma...

Era la foto del lector mendigo de Madison Avenue que tanto lo conmoviera en aquel viaje a Nueva York. Lentamente, Dolores murmuró:

-Seis años atrás, fuimos juntos al cine.

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[1] Cantares y otros poemas; de Ezra Pound;Traducido por Gerardo Gambolini;En una estación del Metro; pág 1; Editorial Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1988.

[2] “Hola, mi nombre es Willie Phrase. No teman, tengo SIDA, estoy solo”... “Soy unsin techo, por favor, ayúdenme si pueden”.