Esa noche H soñó que enloquecía, que salía a la calle con una espada en la mano y que atacaba ferozmente a las personas que se le cruzaban por el camino. A muchas las decapitaba.
Transpirado y tembloroso, despertó. Fue a la cocina y encendió una hornalla para tranquilizarse con una taza de café. Su mujer lo oyó y se acercó a desayunar con él. Estremecido le relató la aterradora pesadilla. Llamaron a la puerta. Al abrirla, se encontró con cinco policías.