Thornton ha sido siempre un partidario paradojal de la pintura. Echa de repeticiones y de juegos, su obra no ha dejado nunca de constituir un desafio para la retina. Lo que lo preocupa son el concepto de la expresión y la expresión del concepto. Y una incomodidad agradable, en la que se juegan sutilmente muchos de los problemas de la pintura contemporánea.Esta vez, si es posible viendo en Duchamp un precursor de Mondrian, Thornton deshace el camino que nos reconduciría al simulacro de este artista del que no pretende ocupar el lugar, de cuyas intenciones reniega, y del que nos devuelve una imagen invertida, acuñada como moneda falsa, y afantasmada por el trabajo preciosista de una pintura que parece desconocer cualquier compromiso. Espectro que sobrevuela su obra, como su demonio maligno, pero que no es más que el fundamento desplazado de una representación que ha sabido asumir su propia crisis.