Ciertos lugares, ciertas épocas y personajes desatan la facultad imaginativa.
La personalidad de Orsini es una de aquellas más ricas en posibilidades proyectivas. Su desmesura imaginativa se plasmó en los jardines de Bomarzo. A partir de esas extrañas esculturas, Manuel Mújica Lainez urdió su celebre novela, más tarde llevada a la opera por Alberto Ginastera.
Pero la personalidad de Orsini continua atractiva, activando el mundo fantástico de Clelia Speroni. Impone a sus fantasmagorías una distancia que enfría el horror que se presume, agazapado, en el elegante grafismo de su dibujo. Aun más, se sirve del montaje (al que llama diptico) para asegurar esa lejanía impuesta. Es un ejemplo su Vicino Orsini en el jardín de Bomarzo, dibujo a lápiz de grandes dimensiones, que acompaña estas líneas. Un mínimo toque de color crispa toda la superficie.
La crueldad no es obvia, sino que se desliza sutilmente, con recursos netamente gráficos. En varias piezas, la figura humana es compuesta con cierta reiteración, no casual, de lo anatómico. Se diría que con la resuelta precisión de una vivisección, antes que con el estremecimiento sensual transpuesto a la imagen.