Cada vez que debo hablar de la acuarela, en cuanto técnica, tengo que hacer impostergable escala en las dificultades de su ejecución. Por razones obvias no insistiré en ellas, pero son en extremo complejas y múltiples. De allí que haber visto las obras de Marcela Ottonello, me haya movido franca y abiertamente, a las mas decidida admiración.
Son perfectas, así nomás. Para que acumular adjetivos que incluso correrían el riesgo de volverse contraproducentes. Pero hay que ser su testigo para entender hasta donde llega esa perfección, Ya que constantemente participa de los trabajos de esta talentosa artista, un elemento que es a su vez, de muy riesgoso gobierno: el de una dinámica visual -seres que vertiginosamente se van metamorfoseando- que llega a recordar, por una parte, las ya clásicas experimentaciones de Marcel Duchamp en esos terrenos y que Marcela Ottonello (vaya coincidencia, ambos tienen el mismo nombre de pila) extiende hasta sus últimas consecuencias, pero que por la otra renueva con nítido sabor de contemporaneidad y que provocan, en quien los ve, algo bastante parecido a una alucinación. Diseño color manejado con sentido igualmente infalible de su aplicación- atmósfera, todo se une en esta ya muy empinada creadora para desembocar en el mas levantado y reconstituyente de los resultados: una obra vital, llena de recompensas, y vuelvo a decirlo, claramente admirable.