Notas Artistas

Crítica

This is the chair from which she gahtered up
Her dress, the carefulest, commodious weave...
Wallace Stevens, The Beginning.

Silla es, según la Real Academia, un asiento con respaldo, por lo general con cuatro patas, y en el que sólo cabe una persona. Sillas hay muchas y variadas. Así­, la curul, donde se sentaban los ediles romanos o la que ocupa la persona que ejerce una elevada magistratura o dignidad; la de tijera, que tiene el asiento por lo general de tela y las patas cruzadas en aspa de madera que puede plegarse; la gestatoria, la portátil que usa el Papa en ciertos actos de gran ceremonia; la poltrona, más baja de brazos que la común y de más amplitud y comodidad. Hay sillas de montar, aparejos para montar a caballo, formado por un armazón de madera, cubierta de cuero y rellena de crin. Y, también, la silla de la reina, asiento que forman entre dos con las cuatro manos, asiendo cada uno su muñeca y la del otro. (1) Si bien no se conservan ejemplares, se sabe que hay mobiliarios (camas, sillas y mesas) por lo menos desde el neolí­tico, diez mil años atrás. Pero la verdadera historia de los muebles (y por ende de las sillas) empieza con las Dinastí­as IV y V, en Egipto, hace más de siete mil. En el siglo XX, la Bauhaus aporta significativas novedades: Marcel Breuer diseña su famosa silla en voladizo de tubo con asiento y respaldo de mimbre enmarcados en madera; Mies Van der Rohe, otra con dos arcos curvados en forma de X -ambos diseñadores pensaron en una estética agradable capaz de ser fabricada en serie-; el Art Déco incorpora maderas raras con acabados brillantes en audaces formas geométricas - al revés de lo que sucedió con la Bauhaus, la fabricación en serie trajo consigo versiones de baja calidad y el estilo se devaluó-. Aquellas y estas sillas tienen una función, más allá de su estética más o menos lograda, el descanso de una sola persona. Se fabricaron y se fabrican con ese propósito. Algunos artistas del siglo pasado le dieron a las sillas (y demás muebles) otros destinos más allá de su función especí­fica. Así­, entre otros casos, el cubano Manuel Mendive es autor de una Mujer (Silla) y de un Hombre (silla), de madera pintada a la que incorporó collages y caracoles.
Mirta Kupferminc interviene sillas que encuentra aquí­ y allá, siempre y cuando estén rotas y presenten las huellas del tiempo. Cada silla abandonada y reencontrada por Mirta Kupferminc tiene otro destino, transformarse en metáforas - como bien anota Julio Sapollnik, listas para entrar en una nueva dimensión artí­stica. La artista me confesó: Me gustan las sillas que encuentro, me regalan o compro. No son esculturas, son sillas intervenidas, que siguen siendo sillas. En ellas me permito jugar con la imaginación y con los materiales. Los tí­tulos son muy importantes en mis obras, mis obras se completan con ellos. (2) En las sillas (y mesas, no hay que olvidar, por ejemplo, La coctelera, La leche que toma el torero, entre otras), se manifiesta aquello que me fascinó desde un principio en el arte de Kupferminc: su í­ntima relación con la poesí­a. No sólo por el tejido de referencias poéticas (Borges, Carriego, incluso hay una Silla del poeta y otra, La sombra del poeta, y todaví­a otra más: Las manos de mi padre, basada en un poema de Eliahu Toker), también por el espí­ritu con que están realizadas, lo que de ellas emana en cuanto a hondura y misterio y las presencias, visibles e invisibles, que las pueblan. Así­, Mirta Kupferminc nos presenta sillas aladas, habitadas por hombrecitos con sombreros, en cuyos respaldos hay antiguas fotografí­as, sombras y hasta paquetes de yerba mate. La imagino ante una silla arruinada - para el uso común y corriente -, herramientas en mano. La veo dotar de alas de ave inmensa a esos muebles condenados por la ebanisterí­a a vivir a ras del suelo. La veo adherir imágenes cargadas de memoria y pequeños seres de quién sabe qué antí­podas en asientos y respaldos. La veo feliz por haber salvado la belleza. La veo feliz porque en sus labores se siente niña de nuevo por un momento. Quien esgrima como único concepto el de reciclado, apenas si roza la cáscara del asunto. Hay, por supuesto, mucho más: un propósito, sí­, de recuperación y transformación en el que confluyen piedad y estética, a lo que debe sumarse la idea central de que hay muchos mundos en este mundo (Shakespeare dixit) y que, arreglando, corrigiendo y mutando lo conocido es posible acceder a lo no conocido.
Carlos Barbarito
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HONRAR LA VIDA

Hay obras que se descubren desde la llamarada y otras desde la voluptuosidad. Obras que nos muestran aquello que nos desespera y otras que espejan un imaginario con el que convivimos. La llamarada voluptuosa es la mirada que eligió Mirta Kupferminc para su descubrimiento del arte que protagoniza.
Y desde allí­ todo es posible porque abarca un territorio vasto, lleno de hondura, juego y picardí­a. El pueblo judí­o es un actor privilegiado de ese mundo que emerge de la convergencia y el antagonismo entre sueños derramados sobre una tierra que alguna vez le fue prometida con leche y miel y en la que la artista escudriña y rememora ese legado inconcluso. La variedad de los tonos de Kupferminc en torno al tema no incluye la tragedia como destino irreversible sino que indaga en los estereotipos para descubrir otras posibilidades que arrebaten al espectador-persona.
Las sillas, otra de sus zarzas ardientes, tienen volumen y metáfora, en una energí­a creativa de la que se apropia a través de una herencia que la induce a parir gozos y sombras para desnudar en la madera tiempo y memoria.
Esos rojos brillantes, esas letras que caen del abismo, esos hombrecillos de Jheronimus Bosch que desfilan entre cabezas y rostros que acosan, son escenas de una obsesión sin final. Traviesos gnomos que dominan su mí­mica y penetran en nuestra interioridad desafiando las visiones cotidianas del burlesque en el que somos protagonistas.
Es Isaí­as, el profeta de una Biblia que puede desbordar los siglos para ser presente continuo, quien escribió: "DA VOCES y yo respondí­: ¿Qué tengo que decir a voces?
Que toda carne es hierba, y toda gloria como flor de campo".
Y es Kupferminc la que revive en ese versí­culo la clave de su obra: Una pasión extrema que es desesperación porque no puede esperar la intemperie en ese deseo febril que en cada trazo honra la vida.
Son sí­mbolos de una visión que se resiste a ser lamento, y por eso su estética funde el número tatuado de la barbarie con la sensualidad de la colmena, en la que presente y tarea elaboran un néctar que no deja libado al azar. Conoce el embrujo de un gesto indiscreto, la iluminación de la materia acechante, el gemido de una lí­nea brumosa, y con ellos construye una eternidad que nos provoca certera hacia el centro del alma.
Escribe Elie Faure " El arte es un relámpago de armoní­a conquistado por un pueblo o por un hombre en la oscuridad y en el caos que lo preceden, lo siguen y, necesariamente, lo rodean".
Mirta Kupferminc, con su arte exhuberante, lleno de humor y guiños cómplices nos contrasta a través de imágenes barrocas o aciagas de las que somos protagonistas, con la intención fecunda de que no podamos salir indemnes de este laberinto en el que ángel y demonio compiten por sobrevivir.
Manuela Fingueret