Las pinturas que ahora presenta José Ignacio Garrido me sucintan algunas consideraciones relativas a su propósito de tratar, mediante la abstracción, la vivencia de las armonías de la naturaleza.
Se le atribuye nada menos que a Miguel Angel haber dicho que " se pinta con la mente y no con las manos"; algo que distintos autores, incluyendo el mismo Leonardo Da Vinci, reiteraron de diferente modo.
Es que, desde la concepción racional, en la que no están ausentes ni Platón ni Pitágoras, este artista elabora a estructuras visuales destinadas a provocar en el contemplador una vivencia sensible y armónica. El trayecto de lo racional a lo sensible pasa, también, por aquella afirmación del esteta alemán Heinrich Wolfflin, quien consideraba que "todos los cuadros deben más a otros cuadros que a la observación de la realidad".
Por eso la pintura de Garrido se nutre de un proceso autorreferencial, en el cual unas obras nacen de otras, abriendo una pluralidad de perspectivas múltiples.
De tal modo, con supeculiariedad expresiva, este artista se incorpora a una larga tradición pictórica del siglo XX, sin sumarse a ninguna tendencia en particular ni adherir a determinada obra.
La serie que ahora presenta me hace recordar a John Ruskin cuando hace más de u siglo señalaba que "la grandeza de un cuadro no radica en su belleza visual, sino en la belleza del razonamiento que provoca."
*octubre de 2004