En esta nueva serie de Cristina Fresca, aparece toda una iconografía personal integrada, con un espíritu renovado dentro de cierta ambigüedad, que nos coloca entre lo esperanzador y a la vez un algo extrañamente alarmante.
Siempre invitándonos a una reflexión y recuperación de aspectos que tienen que ver con la infancia de nuestras miradas, con un mundo que de alguna manera permanece como flotando en un espacio indefinible, númbico, entre lo surrealista y lo pop, mundo onírico de ensueño y recuerdo de instantes plausibles de haber compartido en una experiencia a la vez que personal colectiva , pudiendo haber sido otros, nos moviliza internamente en un vaivén con sonoridades de cajita de música entre la despersonalización y la recuperación de la propia vivencia... temores, ilusiones humanas e inocencia, fijaciones de niño en un capricho que silencioso pide a gritos protección, y un mensaje que se torna insistente en las imágenes de esta siempre joven fotógrafa de lo más difícilmente perceptible. Delicada serenidad de una convicción, que redime en la metáfora de la pureza de la ilusión, la persistencia de lo frágil y lo bello en la Forma de una suavidad espiritual que florece en las manos de todos los rostros de un ser que es la humanidad.