Notas Artistas

ENTREVISTA A ALBERTO DELMONTE
por Melisa Lett

¿Qué es el arte?

El arte para mí­ es un hecho vital y estético. Tiene que reunir esas dos condiciones. Lo puramente vital, sin una estructura, sin una organización y una armoní­a; sin algo que lo respalde estéticamente, carece de importancia: es sólo un juego emotivo, nada más. Por otro lado, si sólo hay oficio y no hay vida, tampoco vale. Creo que lo vital y lo estético son dos elementos que tienen que ir juntos, como la ética y la estética. Así­ es posible el orden.

¿Hay mucho caos en la actualidad?

Totalmente. Desde hace treinta años se hacen obras de superficie. En el principio del Renacimiento está la caí­da, porque hasta ese momento el hombre producí­a obras que cumplí­an una función en la sociedad. A partir del Renacimiento el objeto artí­stico pasa a ser algo que se puede hacer por nada, sin una aplicación. Ahí­ nació la palabra "arte" con el endiosamiento del artista-creador. Este fenómeno se ha incrementando a través del tiempo y hoy en dí­a, nuestro ego ha crecido tanto, que ahora nos encontramos con un tipo que se le ocurre pinchar un neumático y dice que eso es una escultura.

¿Qué sucede con el artista contemporáneo?

Al artista contemporáneo le preocupa mucho lo mediático, ponderarse él como figura. Pero es la consecuencia de una forma de pensamiento: el hombre, y el artista también, ha ido perdiendo el sentido de lo sagrado. Hemos reemplazado a un Dios por muchos dioses, que somos los hombres. Ese es un problema filosófico. Entonces ya no se hace obra para entablar un diálogo sagrado o para elevar al hombre. Se hace obra para decir "Mirá lo que soy capaz de hacer"...

¿Te considerás un maestro?

No, eso lo tienen que decir los demás. Yo soy uno más en el taller. No padezco del egocentrismo natural que tienen casi todos los artistas.

¿Cuál es el rol de un maestro?

Ayudarlos a crecer. El pintor tiene que trabajar tanto en el oficio, como en la persona. Por eso el maestro debe ampliar el mundo interior del alumno, rodearlo de buenas cosas. Hay que ayudarlo a crecer no solamente en la pintura, sino en la vida misma. Marcos Tiiglio, mi maestro, fue un gran ejemplo.

¿Por qué?

Por que si bien me enseñó la parte práctica del dibujo y de la pintura, me mostró cómo debí­a vivir un artista. Un dí­a estábamos pintando un paisaje en La Boca y mientras trabajábamos un hombre le dijo: "Está pintando mi casa"?. Él iba y vení­a, y cada tanto Tiglio le preguntaba: "¿Le gusta cómo va?". "Sí­, claro". Inmediatamente, Tiglio le propuso cambiar la obra por una gallina. Enseguida se la trajo y, a cambio, le dio el cuadro. Este hecho pinta a un artista que es un hombre común, de pueblo, capaz de intercambiar con todos una obra, sin darle un valor material. Él no tení­a un doble discurso.

¿Y cuál es tu discurso?

Mi discurso es que lo primero que tengo antes que nada es el arte. Y a eso no se lo traiciona por nada. Hoy estamos en un mundo donde se vive mucho lo mediático, el consumo, el mercado y sus leyes; yo pinto porque me gusta pintar. Si el cuadro se vende, bien y sino, también. Esto no es, ni fue, mi preocupación. Siempre fui independiente y cambié tres veces mi forma de pintar.

¿A qué se debí­an estos cambios en tu pintura?

Lo hací­a por una necesidad interior y no por seguir modas.Así­ lograba sentirme bien espiritualmente. Si no es así­, todo es inútil. El vací­o interior es la peor enfermedad que tiene el hombre.

¿Cómo es tu taller?

No me interesa hacer del taller un lugar de labor terapia, donde la gente pasa el tiempo, sino un espacio donde se hiciera un esfuerzo por aprender. También es importante que haya una gran camaraderí­a, una gran solidaridad entre todos los que lo integran. Por eso convivo mucho con mis alumnos, los voy acompañando en sus exposiciones y colaboro con sus catálogos. De manera que me involucro, incluso, en sus propias vidas.

¿Cuál es tu metodologí­a de enseñanza?

El taller yo lo habí­a pensado como un intento de lo que habí­a hecho Torres Garcí­a en Montevideo. Por eso es que me basé en su metodologí­a de enseñanza. Como me interesaba mucho su modo de pensar, su sentido ético y estético, procuré imprimir en el taller, el espí­ritu que existí­a en los talleres del Renacimiento.

¿Cuáles son los propósitos del taller?

El taller está para enseñar un oficio, siempre con mucho respeto por lo que se está haciendo y permitiendo que haya un compromiso con el arte. Pero el propósito principal es proponer una conducta de vida, pues yo creo que ética y estética están asociadas, o debieran estarlo. No siempre lo están.

¿Tus alumnos deben ser semejantes a vos cuando crean?

No, pero inevitablemente hay una influencia. En el taller junto con las enseñanzas que imparto se genera forzosamente una coincidencia en colores, composiciones y en estructura. Es imposible aprender sin influenciarse. Siempre que se comparte un conocimiento se empieza a influir en otra persona. Pero es importante darse cuenta cuando esa influencia está lo bastante consolidada y se corre el riesgo de que la persona no sea ella misma.

¿Cuándo considerás que un alumno tuyo ha alcanzado su propia identidad?

El lograr un estilo propio no se puede enseñar en ningún taller. La identidad como algo original no existe, el hombre es historia. Siempre estamos sumando a algo que se hizo antes. ¿Cuándo se logra ser uno? Algunos lo pueden ser y otros no lo pueden ser nunca. De esto hay que convencerse. Sin embargo, hay veces que debo decidir que la persona siga su camino sola. Cuando veo un avance en el oficio, en la capacidad de diseño y compruebo que el alumno plantea una obra, la inicia y la termina sin haber sido necesaria mi intervención, ya está para trabajar solo. Y mi rol en el taller es ese que, en algún momento, puedan volar...