Notas Artistas

Puntos de vista, Prólogo de la muestra individual en Galería Adriana Indik
Buenos Aires / Septiembre 2006
por Rosa Faccaro

El lenguaje visual de Gabriela Cassano se expresa en el cuerpo matérico de la pintura. Logra de ese modo transmitir las sutiles vibraciones de su intensidad emotiva. En ese “corpus” se percibe la filosa herida que la artista provoca cuando incide en la hendidura de un “grattage ” al proyectar la visión de su versión citadina.

Esta imagen estimula todos los sentidos, es el símbolo de un hecho que se evidencia, podríamos decir que es un extraño fenómeno lingüístico al transformar pictóricamente una realidad que se mantiene oculta. Cuando Pierre Francastel se refiere a la capacidad de percibir y transmitir la materialidad de la imagen artística en su singular sustancia corpórea, cita la cualidad polisensoria que ésta posee.

En la obra de Gabriela Cassano, la táctilidad, y el cromatismo están despojados de dramaticidad; la afirmación vital que vemos en su pintura, es el resultado de la transformación del dolor a través de un proceso alquímico con la materia.

La artista pertenece a una generación que hereda la tradición del informalismo y de la abstracción. De este modo existe la libertad para proyectar y deslizar de diferentes modos y sentidos la densidad de su materia, desde la película delgada de las transparencias, hasta el gusto del rico empaste colocado firmemente en el soporte.

Teresio Fara, Carlos Cañás, Anibal Carreño y Máximo Augusto Theulé, fueron los maestros que estructuraron su aprendizaje académico. Desde esa formación pictórica, sus grados de abstracción, su preferencia por ciertos cromatismos, jugaron un rol importante.

El objeto elegido por Gabriela Cassano, es la ciudad que observa con diferentes miradas. La artista refleja en sus relatos y códigos figurales, una visión donde destaca el conocimiento del diseño arquitectónico. Esto puede verse cuando dibuja cortes, rebatimientos, plantas, para señalar los lugares en que el contemplador penetra en su espacio, su clima, su soledad, su espíritu melancólico, y sobre todo su imaginario personal que caracteriza su pintura.

Existe un parentesco con artistas de los ochenta, en cuanto comparten un código del entorno citadino. Esas miradas exaltan la pluridimensión del plano pictórico al articular un discurso donde el hombre y la arquitectura se mezclan desde diferentes puntos de vista, a través de ciertos símbolos que aparecen en el espacio urbano. Esa heterogéneidad se hace plano referencial de una gran ciudad de singular morfología.

El significado de esta totalidad la artista lo maneja libremente añadiendo elementos plásticos a una visión que subraya un sentimiento melancólico, típico del porteño que añora y rememora un pasado, un barrio, un lugar, una topografía particular donde encuentra su identidad.

Fuera de los tópicos vanguardistas, y de los antagonismos de la figuración- abstracción, capitaliza ambas conquistas en su obra. Vemos con sentido válido la recuperación y el retorno de la denominada pintura-pintura.

Tributaria de los sesenta, su obra presenta un brío donde se inscriben destacados artistas, y muestra el mismo espíritu al describir los tiempos donde la casa y el barrio, reúnen los atributos de un proyecto de vida. Los datos iconográficos de nuestra cultura la artista los reúne en su visión. Lo vemos en la apropiación de las terrazas de Spilimbergo , y los patios embaldosados de los dibujos de Aída Carballo. Datos que recoge y cita, y que proceden de una genealogía a la cual la artista pertenece.