Notas Artistas

Prólogo de la muestra en Galería Theo
Buenos Aires / Noviembre 2003
por Fabián Lebenglik

Uno de los ejes temáticos más fuertes en la obra actual de Gabriela Cassano es la evocación de aquellos lugares de Buenos Aires en los que se condensa la memoria social: los cafés, ciertas calles, detalles, costumbres y perspectivas urbanas.
En esos lugares y temas se combinan y concentran tanto los aspectos colectivos como personales de una historia común: la memoria compartida, coral, que se construye a partir de la suma de cada una de las subjetividades de los habitantes de la ciudad.
En sus cuadros se advierte un recorrido por lugares y objetos que en conjunto trazan una crónica donde aparece -casi como un relato- tanto el recuerdo particular como la experiencia social.
El ojo de Cassano -primero fotográfico y luego vertido a la transformación del lenguaje pictórico- revela una mirada nostálgica en relación con los sitios emblemáticos donde se deposita la memoria urbana.
Los suyos son lugares del presente pero que la dinámica histórica los coloca en la categoría de sobrevivientes. Allí se atesora la memoria, al punto que los motivos de su obra están más cargados de pasado que de presente o, más precisamente, de un presente hecho de sucesivas capas de tiempo y experiencia.
Todas estas perspectivas simultáneas recuperan el sentido etimológico de la ciudad (polis) para generar una mirada política sobre ciertos aspectos urbanos.
A través del artificio de la composición, del trabajo con el color, de la aparición de típicos personajes porteños o de la geometrización del espacio, la pintora busca colocar su obra a mitad de camino entre la imaginación y el documento.
El propio mecanismo de elaboración de la obra -de la fotografía a la tela, pasando por el tamiz de la pintura y la subjetividad- es una formalización del trabajo simbólico: porque los propios cuadros podrían volverse, en algún sentido, la documentación de un estado de sensibilidad y de conciencia, en relación con la memoria urbana.
Una característica de sus pinturas es la preocupación por establecer, a su manera, un paisaje ciudadano y en este sentido, una función posible de sus cuadros es servir como vía expresiva de la experiencia.
En varias de sus telas parece haber más de un cuadro dentro un solo cuadro, como si uno o más motivos supuestamente secundarios tomaran impulso y protagonismo hasta el punto de que, por ejemplo, el damero del piso de un bar resulta pictóricamente tan elocuente como un personaje tradicional, o como un ambiente determinado. Así, la pintura, al mismo tiempo que da cuenta de un sitio, de un clima o de una situación propia de Buenos Aires, también toma paulatina distancia de aquello que muestra y narra. Para la pintora, lo que se cuenta evidencia tanta importancia como el modo en que se cuenta, para identificar forma y sentido.